CAPÍTULO 3 Un desnudo en Costa Verde

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Por fortuna, mis cuatro empleos drenaron mi tiempo y energía y mis encuentros con la banda fueron reducidos a la hora del desayuno. Los tenía que ver, pero con una vez al día era más que suficiente; excepto los domingos, que tenía el día libre y era inevitable chocar con ellos.

Entonces, iba por un vaso con agua y ahí estaba Joshua hablando con Margaret sobre veganismo. Entraba a la biblioteca y me topaba con Anton desperdigado en el sofá con sus volúmenes de mangas. Salía al jardín y hallaba a Tobyas corriendo o haciendo flexiones.

¡Eran una plaga!

Aunque he de confesar que había algo placentero en observarlos desde una distancia prudente. ¡No me malinterpreten! Lo mínimo que podía hacer era disfrutar de la buena vista. No todos los días aparecen tres hombres macizos en tu puerta.

Dejaba más baba en la ventana que el perro y después, con mi cara tiesa, le echaba la bronca a mi tía por meter tres desconocidos en casa. Fuera como fuese, espiarlos era más divertido que recluirme en mi cuarto leyendo libros que volvían miserable mi inexistente vida amorosa.

Pues, ¿qué te voy a decir? Hay sexo sin amor, también amor sin sexo y luego estoy yo, sin amor y sin sexo y, además, sin nada mejor que hacer.

Aún así, mi cerebro no paró de inventar teorías. Mentes Criminales y las novelas negras me habían dejado secuelas incurables. Dudaba de todos y cuestionaba el mínimo detalle.

El club Costa Verde, mi empleo los sábados, estaba repleto de personas esa noche.

—¡Mesa siete! —vociferó Lucas desde la ventanilla de la cocina—. ¡Mesa doce!

Oryan brincó la barra y casi me atropella.

—Yamada es un asco de tío —comentó, sus ojos clavados en la espalda del chico, quien recibía a los invitados en la puerta del club. La fiesta era suya—. Ni siquiera te invitó a ti.

Chaqueé la lengua y continué llenando los vasos con cerveza.

—Y me vale verga, pues no iba a dejar de trabajar para ir a su fiesta.

Phoenix Yamada miró atrás, como si hubiera escuchado su nombre, lo cual era imposible pues estábamos algo lejos. Bajó la cabeza y fingió que no me conocía, como ya era usual.

Suspiré, algo hastiada.

—¿En serio no te importa? —indagó Oryan y noté en su voz que estaba preocupada por mí.

Por un momento dejé de llenar vasos.

—Ni un poquito —aseguré, pero ni siquiera yo tenía certeza de cómo me sentía. No era mi novio, pero llevábamos meses revolcándonos a escondidas, pues él era el chico popular de la academia, y yo la inadaptada que en septiembre repetiría por tercera vez el primer curso.

—¿Quiénes son esos?—Oryan indicó con la cabeza tres chicos que iban entrando.

Anton, Tobyas y Joshua saludaron a Yamada como si se conocieran de toda la vida.

—Rough, ¡no me digas que esos son los becarios con los que vives!

—Vale, no te digo.

—¡Responde, Rough! —Me sacudió.

—A esos sarnosos no los conozco de nada. ¿No tienes mesas que atender?

Mi amiga ignoró mi comentario.

—¡Dios mío! Están para arrodillarse y no a rezar.

—Por favor, Oryan, no menciones a Dios si después vas a decir una guarrada de esas.

El ÁSPERO SUEÑO de ROUGH KIMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora