Joseph de Gaucourt. Aquel nombre fue como un viento fresco que levanta las hojas secas del camino para volver a dejarlas caer. Todo queda igual, pero a la vez todo cambia. Sus recuerdos aparecieron ante sus ojos por un instante, y regresaron al silencio.
Aquel nombre, no había duda, pertenecía al hermano mayor de Maurice, su viejo amigo. François lanzó un suspiró cansado y tomó la hoja que Robespierre dejó sobre la mesa al finalizar la reunión del Comité de Salvación Pública. La columna de nombres, escritos con firmeza y rapidez, pronto se transformaría en una procesión macabra ante la guillotina.
Que el nombre de Joseph de Gaucourt estuviera ahí, significaba que aquel hombre desaparecería de este mundo en una de las, ya muy numerosas, purgas que el Comité celebraba para salvar la Revolución. ¿Y qué importaba si terminaba en la guillotina? Se preguntó François mientras ponía en orden todos los papeles que dejaron a su cuidado.
Se le había encargado ser portavoz del Comité ante la Asamblea Nacional, junto con Bertrand Barère de Vieuzac. Por supuesto que cosas como la “lista secreta de revolucionarios enemigos de Robespierre”, no iban a ser anunciadas desde el pulpito. Lo que debían hacer era acusar a todos aquellos girondinos y hebertistas que quedaban en la lista de cualquier cosa que sonara a contrarevolucionario.
En el caso de Joseph, quien era cercano a los girondinos, bastaba con mencionar que se había opuesto a la muerte de los reyes unas semanas atrás, o que había nacido como un miembro de la Alta Nobleza. No era su problema que el antiguo marqués de Gaucourt se hubiera convertido en una molestia para sus compañeros. Su amistad con Maurice se había roto más de veinte años atrás. Suficiente tiempo para que caducaran las fidelidades y las simpatías.
Sin embargo, la capa de polvo e indiferencia, con la que cubrió aquella época de su vida durante tanto tiempo, había sido removida por ese nombre en la lista de la muerte. Ahora todo volvía y le aguijoneaba. El joven que fue dos décadas atrás, venía a visitarle como un fantasma acusador.
El joven François Aumary, que había llegado a París desde Arras para estudiar leyes en la Sorbona, volvía a aparecer ante él. Su padre era un simple notario y lo que le enviaba no alcanzaba para sobrevivir, así que trabajó en todo lo que pudo y logró salir adelante. Tuvo la fortuna de hacer buenos amigos, como Etienne Merchant, con los que pasó días llenos de alegre camaradería.
Qué feliz era en esa época, que feliz e ignorante. Ajeno a todo lo que escondía la gloriosa París, todo por lo que ahora era un revolucionario y uno de los abanderados del Terror, ese mal necesario que estaba cobrando tantas vidas y del que cada día se sentía menos convencido.
¿Qué hubiera dicho el François de veinte años si alguien le hubiera dicho que vería caer la cabeza de Luis XVI y María Antonieta? Seguramente se hubiera negado a creerlo. Recordaba cuánto lo había deslumbrado el Palacio de Versalles cuando lo visitó en 1769. Un pobre don nadie como él podía recorrer los fastuoso jardines si alquilaba un sombrero en la entrada, gracias a que los Luises siempre habían gustado de exhibir su grandeza ante sus lacayos.
Su primera visita a Versalles era un recuerdo que le hacía sonreír. Le venían a la memoria sus vanos intentos por no parecer lo que realmente era: un joven provinciano que no tenía idea ni maneras para codearse con la alta nobleza. Tanto inclinar la cabeza para hacer reverencias a cuanto vestido fastuoso encontraba, le llevó a perderse en aquellos extensos jardines.
Ya estaba imaginando las burlas que sus amigos le dedicarían una vez que regresara a París, cuando vio a dos jóvenes que se acercaban sonrientes. No dudó que fueran residentes de Versalles pues vestían como reyes. Sus rostros afables le hicieron tener confianza y se atrevió a hablarles. Aquellos eran Maurice de Gaucourt y Vassili Du Croisés. Ambos segundos hijos de marqueses, amigos inseparables y cada uno dotado de una belleza e inteligencia que los hacía difíciles de olvidar.
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El Revolucionario Hipócrita
Historical FictionA finales de 1793, François Aumary , revolucionario miembro del Comité para la Salvación Pública, descubre que el hermano de un viejo amigo está destinado a la guillotina. Los recuerdos lo acosan. Los amigos que abandonó, la mujer que amó, la utop...