El silencio reinaba en el centro de la ciudad de Stalingrado, cuando la noche llegó envolviendo todo en sombras. Ambos bandos habían detenido el fuego, según un pequeño acuerdo de no atacarse durante la noche. Así podían descansar un poco y también levantar los cuerpos de sus camaradas caídos, y de uno que otro que aún seguía vivo.
Un soldado alemán se desplazaba lentamente, entre los oscuros escombros de concreto ametrallado que antes habían sido edificios. El olor a pólvora impregnaba el aire mientras él se movía en sincronía con la oscuridad, procurando que sus pisadas hicieran el menor ruido posible. Atento a cualquier movimiento o sonido en aquella creciente noche de invierno.
Llegó por fin a su destino: una pequeña casa de la que solo quedaban dos paredes agrietadas, amenazando con derrumbarse con la próxima explosión de granada. El soldado miró hacía el cielo nublado, tratando de imaginar la luna que brillaba débilmente tras las nubes. Se preguntó si algún día terminaría la guerra. Stalingrado tenía algo que hacía que el tiempo transcurriera más lento. Aunque él no estaba tan seguro de que el tiempo siguiera transcurriendo.
Un crujido en la nieve le hizo girarse levantando el rifle en segundos.
-¡Calma! ¡Soy yo! -dijo una voz en la oscuridad- ¡Govnó, eres como un gato! Nunca te escucho llegar.
-¿Lo tienes? -preguntó el alemán bajando su arma. El otro se acercó cautelosamente, era un soldado ruso, pero que hablaba alemán fluído.
-Da -contestó entregándole una bolsa de tela. El alemán la tomó y fisgoneó un poco su contenido. Sus ojos se iluminaron al ver una buena cantidad de alimentos enlatados. Rápidamente buscó entre sus cosas y sacó un envoltorio que puso en manos del ruso. Éste, al revisarlo, sonrió ampliamente al descubrir varios paquetes de cigarrillos y chocolate alemán.
-Me voy... -dijo el germano echándose el rifle al hombro. Estaba por retirarse cuando el ruso lo detuvo.
-Espera, quédate un rato a charlar -le dijo- ¿Cómo te llamas? Hacemos esto casi diario y no sé ni tu nombre...
El alemán lo miró un rato sin saber que actitud tomar. Si alguien llegaba a descubrirlos, ambos serían ejecutados. Pero una charla desinteresada para romper la monotonía no hacía daño a nadie.
-Fritz... -respondió secamente.
-Yo soy Kolya -sonrió el ruso extendiendo su mano para una presentación más "formal". Fritz la estrechó y sonrió levemente.
Los dos se sentaron sobre la piedra fría un momento. Les pareció de lo más natural pegarse uno contra otro para darse un poco de calor. Se suponía que eran enemigos, pero el frío hacía que no importara esa cercanía.
-¿Cómo es Alemania? -preguntó Kolya dominando sus ganas de sacar un cigarrillo y encenderlo.
-Es... -Fritz pensó un poco sus palabras. Nunca antes había tenido que describir su país y todos los adjetivos se atoraron en su cabeza- Es hermosa...
-He escuchado que tienen buena cerveza -dijo Kolya animado- Me gustaría probarla. ¡Apuesto a que puedo beber más que tú!
Fritz apretó los labios para disimular una carcajada. El tono alegre de su compañero le había relajado.
-Lo dudo... -respondió sonriendo.
-¿Y cómo son las mujeres? ¿Son bellas?
-Sí, lo son... Ustedes también tienen mujeres muy bellas, además de valientes. Me asusta cada vez que veo una entre sus filas...
-¿Al valeroso alemán le asustan las mujeres rusas? -inquirió Kolya, burlonamente.
-No que me asusten las mujeres... -corrigió Fritz- Me asusta tener que dispararles... Pueden ser madres, hijas, esposas de alguien... No deberían estar aquí.
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BLUT
VampiroLos científicos de Hitler desarrollan una "vitamina" para mejorar el rendimiento de sus soldados en el campo de batalla. Pero solo uno de ellos se atreve a tomarla, convirtiéndose en un ser sobrenatural, sediento de sangre y de muerte, que no tarda...