Jueves

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Como cualquier otro día, mi rutina mañanera consistió en despertar, luchar contra el sueño, desayunar, bañarme y vestirme para por fin salir de casa dirigiéndome a la estación del tren. Mis días no solían ser muy emocionantes.

Lo único que me animaba a soportar la larga fila para entrar al tren de las 7:00AM, era que podía verla a ella. La pequeña chica de mechón blanco y ojos soñadores, a quien desde hace ya varias semanas he estado observando en silencio desde mi asiento en aquel vagón. Por alguna razón, quizá por obra del destino, siempre la veía en ese mismo tren, a esa misma hora, en ese mismo vagón.

Hoy no fue la excepción.

Esperanzada de verla entrar por las puertas de aquel vagón de tren, me senté en el asiento de siempre. Hoy no había tantas personas como de costumbre, pero la única persona que me interesaba que llegara era ella, y lo hizo. Como siempre, agitada y algo despeinada por correr hacia las puertas del tren antes que cerraran, la vi mirar hacia mi dirección.

Nuestras miradas cruzaron por unos instantes y sentí como mi corazón se aceleró en ese momento. Podía ser una completa extraña, pero podría dar lo que fuera por conocerla y por cumplir todas las escenas que se formaban en mi mente a altas horas de la noche.

Deja de hacerte ideas tontas en la cabeza, Calle.

Me regañé mentalmente por desear que se sentara junto a mi. Acomodé mi falda por instinto, o quizá por nervios. Hoy estaba motivada a hablarle, entablar una conversación como cualquier otro par de personas en el vagón del tren, pero los nervios me consumían.

No fue hasta que comenzó a caminar hacia mi cuando me di cuenta que seguíamos con la mirada fija en la de la otra. Tragué en seco.

¿Me dirá algo porque la estoy mirando mucho?

Sentí un calor conocido en mis mejillas que quise ocultar. Me aterré y aparte la vista hacia la ventana a mi lado, que me regalaba una vista espectacular. Ya habíamos salido de la estación y se veía la ciudad desde lo alto de los rieles. Esa vista calmó un poco mis nervios.

-Disculpa, ¿está ocupado?- Escuché una voz femenina desde el pasillo.

Cuando voltee, me tope con unos ojos aceituna que fácilmente se podrían confundir con marrón. Yo solo negué con la cabeza. Me sentía muda y el corazón en mi pecho amenazaba con salirse. Ella, por otro lado, se veía serena y calmada. Su cabello se veía ligeramente despeinado, cosa que la vi acomodar con su mano derecha antes de sentarse frente a mi.

Era mi oportunidad. Esa por la cual había rogado desde hace tiempo atrás. Por alguna razón no pude evitar escanear su rostro detalladamente, cada expresión, cada mueca de los siguientos segundos. La vi bostezar mientras miraba por el vidrio a su lado.

Me miró y yo a ella. Una vez más, cruzamos miradas y la vi suspirar. Quería hablar, pero no sabía como comenzar una conversación. Por alguna razón cerré mis ojos, intentando evitar contacto visual. Cuando volví a abrirlos, ella estaba mirando a través del vidrio de nuevo.

Maldita sea.

En ese pequeño juego de miradas se basaron los siguientes días en el tren. No avanzabamos más allá de ellas. Mi mente me gritaba que hablara, pero mi boca no se movía.

Comenzó un nuevo día y ella se sentó frente a mi, como siempre lo hacía: en silencio. De pronto, me miró y por algún impulso ajeno a mi, me atreví a hablar.

-Hola.

Ella soltó una pequeña risa que identifiqué como una risa nerviosa.

-Hola-, respondió.

Ese fue el inicio de nuestros encuentros mágicos en aquel tren. Cada día nos encontrábamos en ese mismo vagón, en ese mismo asiento, y charlábamos hasta que nuestros caminos fueran separados con la llamada de la estación correspondiente.

Por alguna razón, esos minutos se volvieron en la parte más sagrada y maravillosa de mi día, los cinco días a la semana que tenía el placer de verla. Nuestras conversaciones eran profundas y sobre temas aleatorios. Nunca intercambiamos números. Nunca supimos sobre la otra más allá de nuestros nombres, pero por alguna extraña razón quería que pasara algo más.

La comencé a querer tanto que comenzaron las muestras de afecto. Abrazos eternos, besos en la mejilla, tomadas de mano. Esas pequeñas cosas que hacía cualquier par de amigas, pero para mi comenzaron a significar un poco más.

Una vez más, la esperé en el asiento de siempre, cuando la vi cruzar la puerta del tren. Otra vez agitada de tanto correr. Se acercó a mi y se sentó.

-Poché-, dije sonriendo en forma de saludo.

-Calle-, respondió de la misma forma.

-Deberías dejar de hacer eso. Va a llegar el día donde esas puertas se cierren y no puedas llegar a donde necesitas.

Ella rió con mi comentario. Yo solo sonreí.

La conversación fluyó como siempre, pero había algo más. Su trato lo sentí diferente, más cariñoso, con más... amor.

-¿Sabes?- Habló. - No nos conocemos en realidad, pero te echo de menos desde el momento que salgo de este vagón. Cada mañana prefiero venir a tomar el tren sólo porque sé que puedo verte.

Su comentario me dejó muda y no pude evitar sonreír. No supe que responder. Sabía que estabamos llegando a uno de nuestros destinos, donde nuestros caminos se separaban, y eso me entristeció un poco.

Era ahora o nunca.

Una felicidad inmensa me invadió con sus palabras. Sentía que todo cambiaría a partir de aquí, y quizá, solo quizá, mis anhelos de algo más podrían ser realidad. Fije mis ojos en los suyos, percibiendo en ellos un profundo cariño.

Sentí como tomó mi mano con esa calidez característica. Observé nuestras manos entrelazadas antes que el tren llegara al túnel de siempre, dejándonos a oscuras. No quería desperdiciar otro segundo, así que me armé de valor para mi siguiente movimiento.

Alcé mi mano libre buscando su rostro en la oscuridad. El tiempo parecía haberse detenido solo para ese momento, cuando mi mano sintió la calidez que emanaba su mejilla. Sonreí antes de tomar toda la valentía que me quedaba para plasmar un beso es sus gruesos labios. Ella correspondió al instante.

Fue un beso lento que no duró mucho. Cuando nos separamos, nuestras frentes quedaron unidas, así como nuestras manos entrelazadas.

-Te quiero-, soltó sin filtro.

Solté una pequeña risa nerviosa, mezclada con un suspiro. Mi corazón se llenó de alegría y mi mente no dudó en hacerse mil ideas de situaciones que sin duda me encantaría vivir con ella.

Iba a responder, pero en ese momento, justo en ese instante, nuestros ojos se cegaron con una explosión dentro del vagón.

Todo se volvió negro y silencioso, y mi alma danzó junto a la suya cuando dejaban nuestros cuerpos ahora deshechos.

Yo te quiero a ti.

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Inspirado en la canción "Jueves", de La Oreja de Van Gogh. Canción en honor a los ataques del 11 de marzo de 2004 en Madrid, España.

Jueves | CachéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora