Capítulo XXXIX

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A. J. Phoenix

Charles Álvarez sale presuroso de aquella oficina. «Mierda», piensa una y otra vez. Atrás quedan las escalinatas del juzgado; atrás quedaban las quejas y los desgraciados. Él sabía que nadie en la región lo denunciaría, todos tenían algo que callar; pero no contaba con esta sorpresa, maldita sean la tecnología y el internet; maldito sea quién inventó la vídeo conferencia. Había permanecido callado, mudo, de su boca no salió palabra; el abogado que contrató le dijo que no dijera nada, que no se atreviera a rebatir nada, para eso habría luego tiempo en los alegatos de la defensa.

Y estuvo con la boca cerrada como le indicaron, se tuvo que morder los labios hasta casi sangrar para evitar moverse. Había sido una mañana larga y era al parecer la primera de muchas más iguales, al menos eso pudo constatar. Apenas hoy habían declarado unos dos testigos, pero la lista iba a más de una docena y seguía creciendo, le dijeron; al parecer todos aquellos que no pagaron por sus favores, todos aquellos culos que no dejaron que los probaran, todos aquellos que al final por eso, o por que no le dio la gana, no les renovó la visa de residencia, todos aquellos que tuvieron que regresar a la mierda de vida de donde habían venido, todos, absolutamente todos iban a declarar en su contra en aquel juzgado.

Aún no se presentaban cargos en su contra, por el momento eran sólo declaraciones, pero él no era idiota, él entendía bien de leyes y reglas; esto era apenas un paso previo antes de que ordenaran su detención y que fuera puesto tras las rejas por abuso de poder. El abogado quiso decirle algo a la salida, pero él no esperó; si lo hubiera hecho hubiera golpeado al hombre y aquel fue el único que pudo conseguir para que lo defendiera.

Agarró el coche y salió, la sangre le hervía; que estaba haciendo la desgraciada aquella con la información que le había pasado. por qué aún no la utilizaba, que esperaba la perra esa. Tras unos minutos detuvo el auto frente aquel edificio. Ahí estaba el sapo, él sabía que ahí se encontraba el mocoso chismoso que había pasado todos esos nombres a esos fiscales acusadores. Y él esperó. Desde que supo que aquí se encontraba el desgraciado, había estado explorando el lugar, a sus habitantes y sus costumbres.

Ya era mediodía, pronto bajarían las viejas, ese par de mujeres que laboraban en aquella oficina, esas bajaban a golpe de doce a comer y no regresaban antes de las dos. En ese piso sólo laboraba además un viejo abogado, pero aquel hombre trabajaba en las tardes. Del resto de los pisos, sólo el primero permanecía ocupado, sólo si el odontólogo tenía trabajo, pero esa semana estaba en un congresillo; así que esperó hasta que vio a las mujeres salir.

Esperó un poco más y luego, tras un cuarto de hora subió. A medida que iba pasado por los pisos, confirmaba que cada uno estaba vacío, que las distintas oficinas estaban cerradas y que no abrían nuevamente antes de las dos y treinta a las tres, con suerte. Eran apenas las doce y media; tenía tiempo para lo que necesitaba hacer y luego se largaría, él sabía bien que su causa estaba perdida, lo mínimo una expulsión definitiva del ministerio, lo más algunos años preso. No le gustaban ninguna de esas opciones, pero él no se iba a esperar.

Él no tenía cuentas en el extranjero, tampoco montos millonarios en el banco, a lo más la quincena ahorrada. Pero lo que si tenía era un maletín con su 'fondo de jubilación', como él lo llamaba. Veinte años de 'comisiones' y de recibir 'regalos' de aquellos que agradecían su ayuda. Y con aquel maletín podría irse a cualquier parte y vivir tranquilo lo que le quedaba de vida. Apenas terminara con lo que vino a hacer, bueno iba a su casa, sacaba su pasaporte, iba al aeropuerto y agarraba el primer vuelo a Europa que saliera, allá ya vería.

Este era el último piso. Y ahí estaba aquella oficina. Miró la placa al lado del marco de la puerta. «M. Ducati, representante artístico», él sonrió con una mueca de asco. Más abajo otro anuncio. «T. García, consultor». "Consultor", pensó en burla el hombre. Más abajo el horario, «9:00 am a 4:00 pm». No tocó, sino que entró, sabía que era el turno del sapo.

Sólo Negocios - Serie: Agencia Matrimonial - 02Donde viven las historias. Descúbrelo ahora