Maniquíes

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  Tal como si fuésemos mujeres refinadas y pulcras de los años 50, mis chicas y yo salimos al escenario con una luz tenue, tomando con una mano el ruedo de nuestros vestidos y con la otra el antifaz, mientras una música bastante anticuada sonaba en los altavoces. Las bailarinas se posicionaron a mis costados. Yo me acomodé un poco la peluca rizada, y empezamos con un baile que definitivamente no emocionó a nuestros clientes. Los elegantes hombres, que miraban atentamente, parecían decepcionados de ver nuestro cruce de brazos y giros arrítmicos.

  Algunos tomaban sorbos de sus copas, otros murmuraban casi burlándose de nosotras. De esta manera trascurrieron un par de segundos, hasta que, en uno de mis giros con la chica del cabello corto, uno de los sujetos se levantó de su mesa y empezó a gritarnos muy fuerte, logrando la atención y el apoyo de los demás hombres.

  Dominick en la audiencia mostraba algo de desconcierto, y Austin a su lado me sonreía con complicidad.

—¿Esto es todo lo que van a mostrarnos? ¡No pagué por venir a ver princesitas bailando! ¿Son enserio esos vestidos largos? —El hombre no dejaba de gritar, pero yo seguía bailando lentamente con mi acompañante, por un momento lo miré y le di una sonrisa—. ¡Queremos ver carne!

  No le di respuesta, solo sostuve la sonrisa.

—¿Te estás burlando de mí? ¡Me largo de esta pocilga de lugar! —El hombre lanzó su copa de vino al suelo, esta se quebró y su contenido se derramó en el piso.

  Lanzó un insulto después de tomar su portafolio para retirarse mientras los demás invitados también mostraban descontento y empezaban a levantarse.

—¡Parecen unos maniquíes! ¡Perras, hijas de puta! —Terminó diciendo.

  El hombre se dio media vuelta para salir entre los caballeros con el ceño fruncido, cuando la música se detuvo, y de repente todas las luces se apagaron por un par de segundos causando algarabía y pánico entre los presentes. Cuando volvieron a encenderse los neones, yo estaba de pie, sosteniendo una pose de poder al final de la pasarela del escenario, llevando puesto el traje de dominatrix que estuve usando por debajo del vestido rosa. Un enterizo de cuero negro brillante, ceñido al cuerpo, en la parte superior descubría los hombros, poseía solo una tira de cuero que me rodeaba el cuello y conectaba con el resto del traje en el centro del pecho, acompañado de los zapatos altos y la coleta en el cabello. No mostraba una sonrisa esta vez, mantuve un gesto facial que mostraba enojo e ira.

  Los hombres que estaban a punto de irse se detuvieron a mirarme anonadados y cautivados por mi belleza. El salón empezó a llenarse de humo y cuando una música enigmática y poderosa empezó a sonar, empecé mis movimientos de baile. Los invitados tomaron asiento, muchos con la boca abierta, incluso lo hizo el hombre que estuvo gritándonos, quien se acomodó la corbata mientras se aclaraba la garganta y abría los ojos a más no poder para observar cada paso, tragándose sus palabras.

La Biblia De Una Dominatrix © [ EN FÍSICO ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora