Sol y Valentina volvieron a casa con bolsos lleno de ropa sucia. Supongo que se quedarán unos días. Me pedirán su cena servida en bandejas y, al recibirla, cerrarán la puerta bien fuerte con la pierna. Ellas también son piezas caídas; las amo, pero no las reconozco. Tengo una libreta que dice que son mis hijas, tengo miles de fotos que me traen el recuerdo de aquello que se va desdibujando en mi mente. Pero siempre fuimos tres, siempre las protegí de todo lo que pude. Es cierto, en la protección se coló la manipulación de la verdad, que no se transformó en mentira hasta que se corrió el velo de la familia perfecta. Y hoy luce como una mentira que prefieren no ver. Y no hay nada de qué hablar. Tal vez es mejor así, tal vez duela menos. Yo puedo estar en el dolor de ellas, pero qué harían ellas en el mío. Noto que miran con estupor la sanción exagerada, cruenta e inhumana de dejar de ser utilitaria para él. El temor que deben de tener, de dejar de serle útiles también ellas. Ojalá siempre las necesite para la foto. Ojalá necesite usarlas mucho, aunque sea como resabio de la vida que tuvimos alguna vez. Ojalá vuelva a extrañarlas, ojalá necesite tanto de la aprobación social que la foto sin ellas quede como un atroz fracaso que no quiera transitar. Ojalá, hijas.
Para mí, es mejor estar sola. Me alejo cada vez más de ellas, no tanto porque sienta un desamor que no podría terminar de soportar, sino porque, si no me ven, pueden suponer, con necesidad de escasa imaginación, que estoy llorando. Tal vez mis ojos húmedos, rojos e inflamados puedan darles la razón. Pero yo no.
Poco a poco, con el correr de los días, a medida que comprendí que esta herida se propaga, que no cesa de sangrar, que no paro de llorar, comprendí también que lo mejor es que mi pesar sea invisible a los demás. Forma parte de mí, se arrogó el carácter de constitutiva de mi vida, pero nadie la ve. Y es mejor de esta manera.
La traición es una herida multiplicadora de temores.
Nadie nunca será fiable a mis ojos. Siempre me daré vuelta a ver si me apuñalan. Ni mis padres, ni mis hijas, ni mi hermana: nadie queda exento del peligro de transformarse en potenciales traidores.
¿Por qué sería distinto? Si me traicionó él. Si quien hizo conmigo mi vida hoy decidió destrozarla. Yo cuido mi piel, mi maltrecho corazón. Cuido mi frágil existencia. Al menos, seré yo quien decida romperla en tal caso.
Pero nadie más lo hará. O al menos no lo sabrá.
Luciano llamó hoy. Creo que calculó el horario en el que regreso del trabajo y me llamó al celular.
Me distrae hablar de vez en cuando con alguien que tiene problemas distintos de los míos. Parecen hoy más foráneos que nunca. Y ese quizás es el atractivo de la cuestión. Tratar de comprenderlo me hace bien. Me ayuda a tomar, por algunos instantes, una perspectiva de mis problemas e imaginar que a Luciano le pueden parecer preocupantes pero no son problemas, porque son míos. ¿Entonces son de verdad problemas, o quizás sólo se trata de que yo estoy en la película? Si existe otra perspectiva, tal vez el dolor podría apaciguar. Distraerme con los problemas de Luciano y pensar que en realidad no lo son me hace sentir aliviada. Su mujer pudo suponer que durmió abrazando a otra mujer, su mujer pudo suponer que fui yo. Y decidió romper toda la casa con un palo de escoba. Hasta que su hermana la consoló y se comunicó con Luciano. Y decretó que al día siguiente se quitaría la vida si Luciano no daba muestras claras de estar en un ambiente que le otorgara seguridad a ella y alejara sus dudas. En un lugar muy lejos de mis encantos.
No se lo dije, sería haber ido contra mis propios intereses. Luciano no lo sabe pero, de todas las amantes posibles, yo sería su mejor opción. Jugué a soñar alguna vez un destino juntos, cuando los dos éramos libres, pero esta vez no podría. Sé muy bien que no se suicidaría, algo de lo que Luciano duda, y prefiero que así sea. Seguro conseguiría un consuelo mucho antes que nosotros abandonáramos la culpa. Pero ni vos, Luciano, ni yo, Tamara, nacimos para esto. A veces, el costo de ser de buena madera es muy alto. Pero hay que pagarlo. Conmigo, ella está protegida, nunca le diría a Luciano que puede llegar a tener una mejor vida a mi lado. Y creo que la tendría, aun en este momento, creo que la tendría. No la conozco, no se de sus sentimientos ni de sus miserias, pero me animaría a creer que no lo ama sino que también está aferrada al sentido utilitario de su relación. Sin embargo, es un problema de ellos. Aun cuando yo quede afuera de mi única posibilidad de amar y ser amada como siempre soñé. Yo soy tu protectora, querida esposa de Luciano. No estoy dispuesta a arrancarlo de tu lecho.
Por otra parte, lo escuché una hora por teléfono. Todas las cosas que tenía para decirte a vos, estimada esposa de Luciano, me las dijo a mí. Que lo contuve y le quité entidad a tu escándalo. Y vuelve a tu casa con un pensamiento optimista, además de que tal vez ni siquiera te guste que te toque, y hace dos días pudo dar rienda a todos sus instintos. Es más, acabo de recordar que me dijo que no hace el amor con vos como conmigo. Que ni siquiera lo excitás, que ya no le gustás.
Tal vez, no soy tu gran obstáculo. Soy una pieza bastante inocua. No lo voy a arrancar de vos. Dejaré que deslice en mi piel acciones que te repugnan y le hablaré bien de vos cuando te deteste. Ni a vos ni a mí nos conviene otra cosa. Yo con mis rasguños, vos con tus temores. Así podremos sobrevivir un tiempo. Hasta que la balanza se incline para donde el camino lleve.
A veces, creo que ése es el motivo por el que callé tanto tiempo el primer amorío de él. Tal vez no fui valiente sino conveniente. No había en esa época más gritos ni golpes, y la culpa lo hacía más amoroso. Esta vez, no hay culpa. Si bien las mujeres somos como los vinos, los hombres son como las sidras. Se corroe el interior de ellos con el tiempo. Es como si la carga genética antropológica se fuera apoderando de ellos con el devenir de los años.
Tal vez Luciano ya tampoco es el de hace años. O tal vez no es su carga genética lo que lo modificó, sino mi actuar. Tal vez, lo dejé descreído del amor. Era tan claro que eso de ustedes no era amor. O al menos no uno como el nuestro. Pero conformarse con menos es una de las grandes virtudes de los hombres, de la que las mujeres deberíamos aprender. Suplir el temblar en un abrazo, el fundirse en miradas, por una cerveza bien tirada. Eso es arte. El arte de la evasión.
Al fin y al cabo, ¿qué es el amor, sino el motor del mundo? No es tan grave reemplazarlo por un par de tragos. No me preocuparía tanto porque ella rompió la casa, ni por su patética amenaza de suicidio. Me preocuparía, sí, por haber vivido la vida a medias, por haber hecho de mi existencia una chata meseta con días idénticos, rutinas espesas y corazones fríos. Me preocuparía por el cambio en el brillo de mis ojos, por la muerte de la idea del amor eterno, por el suicidio de los proyectos que sólo tienen cabida donde el amor es el impulso de imposibles. Pero todo eso Luciano lo reemplaza con una cerveza.
Lo dejé feliz, sereno. Se lo devolví pensando que su vida, en efecto, no es tan mala, que ella no es la bruja de su vida, y que yo soy sólo una sombra a la que puede recurrir cuando la cerveza no baste.
Y me quedé en paz. Y prendí la tele y mire Nothing Hill por décima vez. Y añoré un amor así.
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LA DESVENTURA DE AMAR
General FictionTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...