Ya estoy de regreso en casa. Al llegar, todo estaba oscuro. No hay nadie. Sé que las chicas y el perro están bien. Eso basta. La casa sabe a duelo. Es algo que ya sé. Pero, al tomar distancia, queda mucho más claro. Y vuelvo a sentir que algún tipo presagio me llevo a elegir los muebles tan oscuros, tan neutros. Yo, que siempre volqué en las casas color y alegría, en ésta sólo me volqué al negro.
De cualquier modo, hoy me hacen muy mal. Pero no tengo ni dinero ni fuerzas para cambiarlos. Aun cuando entrar y ver su impávida figura me dé dolor en el pecho, un dolor intenso que atraviesa de lado a lado mi esquelética existencia. Ni siquiera prendí las luces. A las ocho de la noche, me tiré vestida sobre la cama sin desarmar. Y dejé caer las lágrimas a su antojo, serenas, unas tras otras, sin sobresalto, casi sincronizadas, naturales, acostumbradas a su existencia. Siempre lloré muy poco; de hecho creo que, antes del viaje a Londres, hacía 10 años por lo menos que no lloraba. Sostuve todo, contuve todo, aun las lágrimas. Tengo una amiga, Martina, que siempre lloraba en la empresa. Me ponía muy mal, no podía tolerar la idea de que, por ser mujer, se creyera con derecho a llorar en el trabajo. Qué iban a pensar de nosotras, en qué lugar dejaba a las mujeres, quién iba a darle un puesto al que pertenece a un sexo que se cree con derecho a llorar en el trabajo. ¿Acaso llorar no era una especie de manipulación? Si alguien afirma que alguna vez derramé una lágrima en mi trabajo, miente. Tampoco lloré mucho en mi vida personal. Podría haber llorado cuando él me insultaba, cuando él me engañó, cuando me sentía sola, cuando la verdad de todo hacía su paso fugaz por mi mente. Podría haber llorado en cualquiera de esos instantes en los que sabía que mi realidad era otra que la que mostraban la arena, la familia, las reuniones de amigos, las compras suntuosas o un beso mendigado. Podría. Pero no lloraba.
Quizás estoy llorando hoy por aquellas lágrimas que nunca vertí a tiempo. Tal vez no lloro porque tiene un amante, porque la familia, lo único importante en mi vida, fue arrasada por su furia irracional; tal vez tampoco lo hago porque veo avecinarse mi caída profesional, porque mis finanzas se caen como la bolsa en los años 30. Tal vez por nada de eso.
Pocas veces recibo un abrazo cuando lloro. Pocas veces hay alguien en casa. Hoy llegó Sol, casi a las diez de la noche, entró y también ella encontró una casa oscura y mortífera. Por lo general, no viene a saludarme. No es que mis lágrimas estaban siendo sonoras, tal vez lo presintió. Entró a la habitación, me abrazó. Y yo le dije "no estés triste porque lloro". Y ella contestó "no estoy triste porque llorás, estoy triste porque te vi toda la vida triste". Y me abrazó y lloramos juntas.
¿Toda la vida triste? Pensé que era feliz.
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LA DESVENTURA DE AMAR
Ficción GeneralTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...