Traté de contestar algunos mensajes. A mi madre le dije que estaría mejor, algo que ni ella ni yo creemos. A Valeria le prometí ir a almorzar esta semana. Y con gran esfuerzo concurrí a la sesión con Marcela. Marcela cree que, si fuera más regular en mi tratamiento, ella podría ayudarme mucho. Creo que se arroga poderes que no tiene. No creo que pueda auxiliarme por encima de lo que ya lo hace. No creo que nadie pueda ayudarme.
Es cierto, es real. Continúo con la sensación de una vida suspendida. Suspendida por aplazada o suspendida por colgada de algún lado. Continúo colgada de alguna nube rodeada de niebla, mirando para abajo sin posibilidad ni valentía para caer, sin recursos para huir a ningún otro lado. No pensé que, además de todo, estaría aplazada en mi vida, pero ahora sé que lo estoy.
Que, por haber sido presa de las acciones de él, merezco un dos en el boletín de la vida. Pero es una buena sanción, porque también comienzo a entender que las personas como él no eligen a todos para dejar fluir sus mentiras, su violencia, sus miserias. De lo contrario, serían de fácil detección. No, el resto del universo goza de su hipnotizante poder seductor. Y existe una presa donde pueden descargar su malicia y su lado perverso. Una persona que crea mucho en el amor, desbordante de falta de estima, atrapada en traumas infantiles, merecedora etérea de todos los castigos posibles. En este caso concreto, yo. Y, sí, merezco ser aplazada, además de estar atrapada en el aire por alguna nube negra que ni suelta ni me acoge.
Marcela cree que hay posibilidad de otra cosa. Menciona a Luciano. Luciano es el menos indicado. Me quiso bien, su corazón comprende al mío. Sin embargo, en este momento tiene menos deseos de vivir que yo. No será Luciano quien me salve, si hasta creo que, si estuviéramos juntos alguna vez, yo sería nuevamente quien salvara al otro. Y otra vez un dos en el boletín. No, no quiero eso. Sé que, en su esencia, Luciano es bueno. Pero, en tal caso, en la vida Luciano vendría a ser mi espejo, aquel al que lo abrazaron la desesperanza y la desilusión.
Necesito un alma ilusionada y llena de vigor que atrape mis días. Hoy son como un jarrón destrozado. Un jarrón al que puede tomarlo el mejor restaurador, y en el cual podrá volcar toda su pericia, con amor y dedicación, y tal vez podrá ponerlo en pie nuevamente, pero en el que de cerca se le notarán las cientos de heridas que lo atraviesan.
Cómo será la dimensión de mi vida desde la mirada de aquellos a quienes los días que le quedan son pocos, tan pocos que quizás no logran llegar al mes. Hoy me escribió Marcelo, nuestro amigo con cáncer de mama. Le quedan pocos días. El loco gruñón y gracioso Marcelo fue atravesado por la enfermedad. Su mujer, no sé si la segunda o la tercera, lo cuidó con devoción. Siempre decía que yo era una adulta índiga. No sé bien qué quería decir con ello, pero la charla quedó inconclusa por el devenir de los acontecimientos. Al principio, era distante. Puedo descifrar en un instante si se trata de la primera esposa o de la segunda. En los primeros matrimonios, la sometida es la mujer. A partir de los segundos, el sometido es el hombre. Luego, con el tercero, el cuarto y los siguientes, la diferencia se hace irrelevante. Sin embargo, aunque es la segunda o tercera esposa, nunca me quedó muy claro, estos últimos días estuvo acorde con las circunstancias. Marcelo quería saber cómo estaba yo, lo que me dio un poco de pudor. Su mensaje supo a despedida.. De algún modo, quiso pedir disculpas por el accionar de su amigo. Creo que me quería mucho. No supe demasiado qué contestarle. No es fácil hablar de los problemas de la vida a quien comienza a sentir los problemas de la muerte. Traté de poner una sabia alquimia en mis palabras. Lloré por él. Llore por mí.
"Nunca olvides la entidad que tiene tu sombra", me dijo.
¿Notó acaso que había bajado mi luz con el correr de los años y de los acontecimientos, para permitirle brillar sólo a él?
Es cierto. Con mi luz tenue, él se veía más resplandeciente. Aunque tan sólo sea un efecto visual engañoso y perecedero. Tal vez él lo sabía. Estoy convencida de que lo sabía, pero los de afuera, salvo Marcelo tal vez, no lo percibían. Quizás él odia mi luz, y también mi sombra, porque sabe que mi termostato está bajo, pero mi luz está en algún lado. Mi mundo se achicó. Jugué a las sombras y quedé atrapada en ellas. No debía haber corrido a la oscuridad. Debí comprender que mi entidad no debe perderse y que, si ése era el sacrificio pedido, no era mi camino al lado de él. Si, al fin y al cabo, en la vida como en el cielo, caben todas las estrellas.
Valentina se fue a tomar el té con él. Al regresar, me pidió que bajara. Ya no sube tan seguido a casa. Las clases terminaron. Y con ellas, la excusa de darle el desayuno.Cuando Valentina regreso a casa, me dijo que bajara, que él me estaba esperando, que necesitaba hablar conmigo. Y, cuando ella bajó, comenzó a llorar. Pensar que lo hacía por mí era algo muy desatinado. Sin embargo, parte de esas lágrimas tenían mi sello, aun cuando él lo negara. Venía de ver a Marcelo. Estaba muy mal. Desahuciado. Le dije que me había escrito, me dijo que sabía. Creo que lloraba también por lo que Marcelo podría haberle dicho. No te preocupes, casi le digo, el peso de sus palabras se aliviará con su muerte. En poco tiempo, dejarán de perseguirte su sentencia y su mirada. Pero no dije nada. Lo abracé. Yo, la deshecha, la descartada, la maltrecha, una vez más hice de su dolor el mío. La situación era absurda. Si hasta por un instante pude adivinar el enojo de mi madre ante esta situación. Una y otra vez vence y se adueña de mi perdón, ayuda y compasión. Subí a casa abatida por el inminente fallecimiento de Marcelo, por comprobar que sus palabras no "sabían" a despedida, sino que eran una despedida, por lo trivial de la vida, por lo difícil que es amar, por lo que duele el desamor.
Por primera vez, me sentí triste por otra cosa que no fuera mi vida y la de mi familia. Marcelo había luchado, había dado batalla, y ni eso lo iba a salvar. Quienes ponen todo de sí para la batalla deberían siempre recibir un triunfo. Me pregunto si antes de la enfermedad habrá despreciado la vida alguna vez, si algún problema lo habrá abatido de tal modo que habría querido interrumpir su camino. Me pregunto si hoy, con el deseo concedido, se arrepentirá de haberle pedido a la vida algo de lo que podía arrepentirse. Me pregunto si querrá desandar los días a la velocidad de un rayo, para volver a ese momento y gritar a la vida que la quiere, que es linda, que nunca quiere soltarse de ella. Y miro las fotos junto a él, las últimas en la fiesta de Valentina, estaba lindo pero con la marca de la enfermedad en la piel, más delgado, de un color grisáceo, el cuello de la camisa no lograba rodear su fino cuello, con la sonrisa de quien sabe que está allí de prestado y por eso disfruta el doble. Eran muchas las fotos en las que estábamos juntos. Recordé que bailé más con Marcelo que con él. Él odia bailar, odia divertirse, y por mucho tiempo odió también que yo lo hiciera, hasta que un día, en un casamiento de pleno verano, lleno de extranjeros porque era un casamiento de personas provenientes de partes del mundo muy distantes, me hice a la pista, me adueñé del ritmo, me colé entre todos, me quité los zapatos, anudé el vestido y bailé en trance, bailé todo lo que tenía ahogado durante fiestas en las que estaba censurada. Me costó un escándalo, tal vez un grito, quizás un golpe. No recuerdo. Recuerdo su infelicidad, su mal humor. Pero, sobre todo, recuerdo mi felicidad, mis ansias de vivir. Desde ese momento, aun cuando las ansias fueron mermando, él ya sabía que la conjunción de mi cuerpo y la música no era de otra forma sino a través del baile. Pero siempre se negó a sumarse a la fiesta. Creo que sabía muy bien que su insistencia de permanecer en una silla, mientras yo intentaba ser feliz, atentaba contra mi posibilidad de serlo. Y es cierto. Eso es lo más doloroso. Su empecinamiento, su indiferencia, hasta su mirada, a veces condenatoria a mi alegría, me incomodaban, me dejaban fuera de carrera y de la espontaneidad. Trataba de hacer lo que dictaba mi naturaleza, pero jamás me podía sentir a gusto. Porque, para vibrar y bailar y embriagarme de inocente alegría rodeada de fiesta, necesitaba a otro. Y ese otro me miraba desde una silla.
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LA DESVENTURA DE AMAR
Fiksi UmumTamara relata en su diario intimo la historia de su vida, en un viaje a su yo interior, a medida que avanza una historia que tomará cursos inesperados, frente a lo cual se despertará el temor a su muerte, el nuevo descubrir de sus fortalezas, y l...