Única Parte

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Seokjin tenía sueños muy variados. En algunos de ellos, observaría ovejas eléctricas intentando saltar una cerca de madera o tratando de alcanzar la luna. A veces aparecían medusas en el cielo, con estrellas de colores iluminando sus cuerpos transparentes y entristecidos. Otras noches, sentía que una nueva tormenta agitaba la mecánica de su corazón y muy pronto ahogaba cada uno de sus sentidos; descomponiendo, frente a él, todas esas súbitas respuestas que tanto quería. Despertaba sabiendo que no había nada para amar en este mundo.

Aunque, de todo, su pesadilla más constante era aquella donde su enfurecido dueño lo sacaba a trompicones de la pista de patinaje mientras trataba de recoger, torpemente, su mano izquierda desensamblada y algunos pedazos de piel sintética esparcidos por el suelo. Aquel fatídico triple axel que lo llevó a urgencias y, unas horas después, a su salida permanente de cualquier competencia de patinaje artístico.

El autómata que había iniciado una generación nunca antes vista. Inquebrantable en un principio, con la más alta gama tecnológica desarrollada hasta ese momento, una inteligencia artificial capaz de imitar perfectamente el programa largo de un patinador con tan solo haberlo mirado una vez. Eso es, al menos, lo que la "Línea de atletas olímpicos" ofrecía en el centro de adquisición principal.

Eran sueños raros, —como todos sus anhelos— pero era incluso más extraño saber que los androides sí soñaban con ovejas eléctricas, y que un objeto construido con el único propósito de ser perfecto no quedaba exento de romperse.

La mecánica de su corazón se vio disfuncional gracias a la terrible tormenta que lo azotaba y que jamás pudo cesar. Pronto se vio presa de una serie de imperfecciones adueñándose de cada milímetro de su cuerpo y destrozando esa belleza que alguna vez lo había caracterizado en el hielo.

Perdió gracia en sus movimientos, las fracturas en sus articulaciones no le permitieron deslizarse sobre una pista jamás.

Tuvo que reemplazar varias veces su globo ocular derecho porque la falla podría trascender al izquierdo y volverlo todo negro; prefería vivir con esa horrible heterocromía toda su vida antes de sucumbir a una eterna oscuridad que lo haría sentir incluso más solo.

Su inteligencia estaba saturada de movimientos y coreografías que era inútil preservar, pero que rememoraban sus días más preciados. Tenía que asistir con alguien que se apiadara de su miserable estado y le ayudara sin pensar en devolverlo al lugar de desechos electrónicos. Seokjin se negaba rotundamente a mostrar los horribles parches de piel sobre su cara junto con aquella grieta que descomponía aún más la estética de su rostro. La máscara de gas ya resultaba demasiado aterradora para usarse por la calle. Además, no quería que las personas se dieran cuenta de que era un androide desechado. Sus brazos ya no tenían suficiente piel artificial que cubrieran su osamenta de acero y repleto de cables peligrosos.

Sobreviviría así un tiempo más, el vertedero de desechos electrónicos no era un lugar tan malo para pasar la noche y, afortunadamente, las luces siempre permanecían encendidas, por lo que su colección de vidrios rotos lograba traslucir colores maravillosos incluso en las más duras tormentas.

Y una mañana, tras cuatrocientos noventa y tres días lejos del usuario que lo había abandonado en un botadero, supo que algo sería diferente cuando halló una máscara de sonrisa en su color favorito y pudo acercarse al espejo sin temor a encontrar su rostro deformado por las tardes bajo la lluvia. El rosa ocultaba preciosamente sus facciones desgastadas y ese feo color metálico de su armazón.

Estaba tan entusiasmado por pisar el asfalto del centro de la ciudad que, apresuradamente, buscó una chaqueta impermeable de mangas larguísimas para cubrir las estructuras formando sus brazos y se aseguró de que la muñeca estuviese bien atornillada al resto de su extremidad.

De dulces epifanías y tormentas por cesar |yoon•jin|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora