Desde que viajaba en primera clase y en esas líneas aéreas tan sofisticadas, ocho horas de vuelo podían pasar muy rápido. Despegaron de Londres a las nueve de la noche en punto y según el horario previsto, aterrizaría a medianoche, hora local, en Nueva York. Le daba tiempo a trabajar en el alegato de Indhira White y preparar la vista que tenían dentro de seis días en Windsor, además, pensaba dormir.
Ocho horas después, cuando la azafata le puso una taza de café junto a la butaca y le sonrió, indicándole que estaban a punto de tomar tierra, se levantó y se fue al cuarto de baño para lavarse los dientes y cepillarse el pelo. Estaba horrible, pero quién no lo estaba a esas horas y dentro de los servicios de un avión, así que se resignó a parecer ojerosa y agotada. Se perfumó un poco y aterrizó en Manhattan encendiendo el móvil para avisar a Peeta que ya estaba allí. Suponía que Blanch, su asistente personal, estaría esperándola, o habría mandado un coche, no le cabía la menor duda, y pasó el control de pasaportes tan tranquila, acarreando su trolley pequeño y la bandolera con el ordenador, soñando con llegar a ese maravilloso hotel y meterse en la cama.
—¿En serio? —dijo cuándo lo vio a él, en persona, de pie, con una gorra de béisbol metida hasta las orejas, en la puerta de llegadas. Se acercó sonriendo, Peeta la agarró en brazos y le pegó un beso húmedo y eterno que tuvo que parar para mirarlo a los ojos—, ¿cómo es que has venido tú?
—A estas horas hay poca gente. Joder, qué bien hueles —abrió la boca y le lamió el cuello antes de seguir besándola—Vamos.
—¿Has venido conduciendo?
—No, no tendré esa suerte —salieron al frío de la noche y un coche de alta gama se les acercó en un santiamén. El chófer bajó y se ocupó de sus maletas—, Justin, esta es mi mujer. Katniss, este es Justin, mi conductor oficial aquí.
—Buenas noches, señora —dijo Justin y Katniss lo saludó subiéndose a la parte trasera.
—¿Estás bien? —Le cogió la mano, se acercó y le besó la mejilla en cuanto el coche se puso en marcha, él asintió y le apretó la mano—, ¿seguro?
—Ahora sí —le clavó esos ojos enormes y transparentes y sonrió—, ¿dónde está mi pelo?
—¿Tu pelo? —Se tocó la melena más corta y suspiró—, ya te lo había enseñado.
—Pero quiero mi pelo largo.
—Señor —bufó y se le acurrucó en el pecho.
Subieron al ascensor del hotel, Peeta tiró la maleta al suelo, al arrinconó contra el espejo y la besó intentando sacarle el abrigo. Katniss le sujetó la cara y quiso pedir un poco de calma pero fue imposible. Estaba completamente excitado y en ese punto exacto del proceso sabía que era del todo absurdo razonar.
Entraron en la suite a trompicones, se apartó para mirarlo a los ojos, sacarse el abrigo y ver como él hacía lo suyo con la chaqueta de cuero y las botas, y retrocedió por la alfombra intentando no caerse. No conocía en absoluto ese sitio, aunque se lo había enseñado a través de Skype, e instintivamente caminó hacia la luz tenue que llegaba desde el fondo. El dormitorio, se dijo, sin que él dejara de mirarla fijamente mientras se desnudaba.
—Un segundo...
—No —la empujó sobre la cama y le arrancó literalmente las botas y los vaqueros. Le separó las piernas y se quedó entre ellas, de rodillas, acariciándole el vientre con la mano abierta. Tenía una erección descomunal y ella empezó a sentir un calor abrasador que le subía por los muslos hasta el estómago...
—No sé cómo puedes ser tan suave —deslizó las dos manos abiertas por su abdomen, llegó a la camiseta, la levantó y se la sacó sin ningún esfuerzo por encima de la cabeza, luego retrocedió, le atrapó un pezón con la boca abierta por encima de la seda del sujetador y el golpe de electricidad que la recorrió de arriba abajo la hizo gemir—, ¿me quieres dentro?
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Oportunidades
RomanceEl amor propio, confianza, madurez y respeto son las bases para tu vida con tu pareja. ¿Cuántas oportunidades se deben de dar y recibir para vivir y disfrutar tu amor con tu otra mitad?