"La Cita Obligada"

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La Cita Obligada



Viajaba en el colectivo, íbamos cruzando sobre el puente del Riachuelo. Un pasajero que estaba parado delante de mí, de esos que están tan acostumbrados a viajar todos los días de su vida y que pueden leer el diario sin sostenerse, leía las páginas Sociales. Para hacer menos aburrido mi viaje hice lo que tantas veces me molestaba cuando veía a otros hacerlo: leí por sobre el hombro de aquel hombre y un encabezado llamó poderosamente mi atención: la próxima semana sería demolido un monumento histórico, el viejo "Café de Nolla", un lugar obligado de viejas reuniones con amigos a los que no había vuelto a ver.

La noticia me estremeció. Levanté la vista hasta el encabezado del diario y me fijé en la fecha. Un frío intenso corrió por mi espalda. Recordé, o creí recordar, que ese preciso día, el de hoy, hacía muchísimo tiempo, habíamos convenido, reunirnos a las siete de la tarde en aquel café. Sé que no existen las casualidades, pero esto se parecía mucho a una. Tal vez, aún, a pesar de no haber tenido en cuenta en aquella oportunidad la posibilidad de cierre de ese lugar por diversas razones, podríamos hacerlo; aunque una parte de mí me decía que si la demolición se llevaría a cabo en una semana, no quedarían más que ruinas del viejo café. De última, deberíamos buscar otro lugar para nuestro encuentro.

Mientras el colectivo cruzaba el puente, recordé aquellas charlas que solíamos tener en aquel amplio recinto, con esa calidez especial que no sé si existía en el ambiente o la hacíamos nosotros al tratar temas tan relevantes desde nuestros puntos de vista. Recordé las mesas, cerca de cincuenta en todo el café, las sillas de terciado liviano pero resistente y su respaldo en arco que terminaba convertido en las patas traseras y que nunca me pude explicar cómo, o por qué artilugio, los ebanistas lograban curvar así esa madera, que podría considerarse un palo, y hacerle adoptar esas formas caprichosas y hermosas. Me parecía estar viendo su barra cubierta de estañola, con su cafetera Express y sus dispensadores de cerveza tirada; los ventiladores de techo que giraban lentos pero que eran efectivos para refrescar el ambiente y despejarlo del humo del cigarrillo que casi todos generábamos.

Miré la hora, pasaba un minuto de las siete de la tarde. De solo pensarlo ya estaba ahí; los recuerdos hicieron que olvidara cuándo había bajado del colectivo y cómo llegué hasta el lugar. Pude ver con alegría que el viejo café aún funcionaba; eso indicaba que el diario pudiera estar equivocado o que los dueños hubieran logrado una postergación de esa agonía del edificio. Entré. Todo parecía igual a lo que recordaba pero, en cierto modo, distinto. Me dirigí a un grupo de tres personas que se encontraban sentadas a una mesa, nuestra mesa de siempre en la que se divisaban dos ceniceros, dos pocillos de café y una copita de ginebra. ¡Eran ellos! También parecían ser los de antes pero el paso del tiempo acusaba que muchas cosas habían cambiado. Eran Alberto, su padre Ramón y Arnaldo. Nos saludamos efusivamente; creo que al hacerlo todos recordamos viejos tiempos. Vino el mozo, saludó, contesté el saludo y le pedí un café.

Como si estuviera siendo testigo de un "Déjà vu" comprobé que estaban ensimismados en una conversación que interrumpió mi llegada y que reanudaron como si no hubiera sido cortada. Se parecía mucho a otras charlas semejantes que habíamos tenido en oportunidades similares en las que allí nos reuníamos.

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⏰ Última actualización: Jul 09, 2020 ⏰

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