Maldoa miraba a su amiga, sintiéndose algo culpable por arrancarla de allí. Ésta llevaba más de un minuto fundida en un largo beso, abrazada al elfo, que también era reluctante a dejarla marchar. Pero, al final, tuvieron que separarse, o hubieran muerto ahogados.
La elfa se giró varias veces, encontrándose con la mirada de su amado primero y la espesura del bosque después. Finalmente, respiró hondo, intentando no pensar demasiado en lo que dejaba temporalmente atrás, y centrándose en lo que tenía delante, conjurándose en acabar cuanto antes.
Sus hermanas la seguían, una a su lado y otra en el cielo, y una pequeña hada revoloteaba animada. Solía quedarse en el bosque, se sentía más a gusto allí, y visitaba de vez en cuando a su tía Omi, apenas veinte veces al día. Se sentía entusiasmada cuando podía acompañarla por el bosque, y ahora tenían por delante un viaje de varios días.
Por su parte, Elendnas se quedó mirando un largo rato hacia donde la elfa había desaparecido.
Más tarde, se quedaría mirando desde la ventana, como tantas veces había hecho, aunque en esta ocasión no habría la desesperación del pasado, o la incerteza ante una pequeña probabilidad. Ahora tan sólo habría preocupación, y el deseo de que volviera pronto. El tiempo parecía pasar terriblemente despacio sin ella.
–No hay peligro. Sea lo que sea ese arma, no pueden usarla más– aseguró una sombra.
–¿Y si pueden recargarla?– se preocupaba otra.
–No la han usado en años, no hasta hace poco, y no la han vuelto a usar desde entonces. Si pueden recargarla, tardaran años. Aprovechemos para cazar vivos– sugirió maliciosamente una tercera.
Habían ido enviando subordinados a varias zonas, e incluso intentado tender emboscadas como en el pasado. Si bien no habían tenido mucho éxito, ninguna de las sombras había sufrido ningún percance.
Desde su punto de vista, no había ninguna razón para no usar un arma poderosa inmediatamente, sólo el que se hubiera roto o agotado.
–¡Hagamos una gran ofensiva!– propuso otra.
Si era o no una gran idea, poco importaba. Todas se sintieron entusiasmadas. Llevaban meses escondidas, con miedo, y querían corromper vivos.
–Varias hadas lo han confirmado. Las presencias están creciendo en la frontera– informó una drana, hija de una dríada y un enano.
–Han tardado menos de lo que pensábamos. Es hora de empezar la Operación Salto– expuso un gigante de tres metros, piel roja y un cuerno en su frente, mirando fijamente a un duende.
–Preparadlo todo. Yo me encargo de llamar a la amiga de las hadas– aseguró éste.
Pronto, una actividad frenética se apoderó de todos los puestos avanzados, aunque una actividad oculta a la mayoría. Aparecieron también en varios de ellos seres misteriosos, de diferentes razas y con sus cuerpos y rostros cubiertos. Su nivel estaba oculto, recibían habitaciones individuales, y no se relacionaban con el resto de aventureros.
Sin embargo, sólo había de uno a tres por puesto, por lo que no crearon grandes suspicacias, tan sólo algunas miradas curiosas. Pero tampoco era tan raro que hubiera algún personaje importante de paso. Lo raro era que fuera en tantos lugares a la vez, pero eso pocos lo sabían. Y mucho menos sabían que algunos eran magos muy especializados.
Lo que sí había era una orden generalizada de actuar con más precaución de lo habitual, de no alejarse mucho. Y, aunque muchos de los veteranos creían conocer mejor que nadie su territorio, tampoco eran tan estúpidos como para ignorarla.
Todos temían las emboscadas, y, aunque los últimos meses habían sido relativamente tranquilos, no dudaban de que el aviso tenía una base sólida. Sólo si pasaba el tiempo sin ningún suceso digno de mención, empezarían a ignorarlo.
También apareció una arquera en uno de los puestos, de nivel alrededor de 65. Era una mujer-pantera, y la acompañaba una pantera negra, algo no muy usual, pero tampoco excesivamente excepcional. Así que nadie le prestó más atención que a la de la llegada de cualquier otra nueva aventurera, una que pronto dejó claro que no había ido allí para flirtear. Después noquear a un hombre-chacal demasiado atrevido, con un Codazo y un Cabezazo, nadie se atrevió a molestarla.
Pocos días después, llegó una drelfa, que, casualmente, acabó formando grupo con dicha mujer-pantera, y otro tres que también habían llegado recientemente.
Nuevamente, no era nada inusual, y sólo hizo suspirar resignados a quienes pretendían acercarse a alguno de ellos, pues tanto las tres mujeres como los dos hombres eran bastante atractivos. Por desgracia, parecían poco dispuestos a relacionarse con quienes no fueran del grupo, más allá de una educada cordialidad.
Por supuesto, dicha mujer-pantera era Goldmi, disfrazada. Y la pantera era una lince gruñona a la que no le gustaba nada ir con aquel aspecto, algo que cierta ave aprovechaba para burlarse de ella. Aunque no era algo que no pudieran arreglar unos pastelitos extra. O unos tentempiés de ciempiés.
Los otros tres eran guardaespaldas de alto nivel para proteger y asistir a la elfa en su misión. Por ahora, estaban esperando el momento adecuado para actuar, además de reconocer el terreno. Y, de paso, la elfa aprovechaba para levear un poco, aunque sin adentrarse mucho, por lo que no era muy eficiente.
Echaba terriblemente de menos a Elendnas, pero aquella operación era demasiado importante para el futuro de todos.
Cuando aquella mañana se levantó, el sol rojo aún no había aparecido en el horizonte. La única razón por la que se había despertado tan temprano había sido porque cierta drelfa había estado zarandeándola hasta que había abierto los ojos.
–Realmente tienes un sueño profundo– rio ésta.
–Maldoaa. ¿Qué pasaa?– preguntó ella, medio dormida.
–Han dado la orden.
La elfa se despejó de golpe. Era algo que había estado esperando, pero también temiendo. Lo que más le preocupaba era fallar.
La lince y la azor, ambas disfrazadas, simplemente siguieron acostadas. Mientras no hubiera comida o fuera la hora de partir, no pensaban moverse.
–Gandulas– se quejó la elfa.
––Envidiosa–– respondieran perezosas sus hermanas, lo cual no era del todo falso.
Dado que no había nadie más despierto ni mirando, aparte de las que iban con ella, la elfa simplemente se vistió a través del inventario. Aunque sí que necesitó algo de agua para quitarse las legañas, mientras un hada le arreglaba el pelo.
–No me canso de verlo– musitó Lingisa.
Era una mujer vislzar de piel blanca, ligeramente amarillenta y metalizada. Los tres estilizados cuernos que salían de su frente, formando sus bases un triángulo, se curvaban hacia arriba. Era una de sus acompañantes, aunque tenía una misión importante además de guardaespaldas.
Era una maga adepta a un tipo de magia muy especial, un tipo de magia que Goldmi aún no podía utilizar, y uno de los componentes claves para el plan que iban a llevar a cabo.
ESTÁS LEYENDO
Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druida
FantasíaCuando muere de una grave enfermedad, aún recuerda a sus amigos de un MMORPG que jugó años atrás, y a un NPC que ha permanecido en su corazón desde entonces. Pero cuando vuelve a abrir los ojos, se encuentra en la solitaria plaza que había sido el i...