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un hombre junto a dos niños traspasaron la puerta. intentaba calmar el pequeño desorden causados por los menores, sonreí mientras notaba mi interior cálido ante la bella imagen.

los niños se acercaban con una gran sonrisa de mejillas sonrojadas, eran tan monos.

«¿qué edad tienen?» le pregunté refiriéndome a los niños. «el más pequeño tiene cinco años, la mayor seis» me respondió mirando a los niños. sentía cierta ternura con los niños, pero no tanto como a ti. era diferente, más especial. me sentía verdaderamente inútil por notar esto por alguien que había visto exactamente dos o tres veces.

mientras atendía al señor escuché la campana de bienvenida. no pude ver quien se había entrado, pero los zapatos acompañaban a la voz de aquel aujeto.

te volví a ver.

«perdona por el ruído causado por los niños». había soltado apenado el hombre, sinceramente no me preocupaba tanto el ruído porque estaba más pendiente a ti, como si fueras un pequeño bebé que llamaba adorablemente la atención. «no se preocupe, es tierno ver así a los niños» le respondí con una pequeña sonrisa, a pesar de haberte mirado de reojo.

el hombre cogió un paquete de chuches
y lo dejó en la barra, junto al dinero. los pequeños se asomaban por la barra de puntillas debido a la altura que mantenían, me sonreían con una dulzura increíble. era extrañable aquella inocencia que mantenías de pequeño, la facilidad que tenías de vivir felizmente.

observaba de reojo como mirabas a los niños corretear por la tienda. les dirigías una mirada de nostalgia, ¿acaso había sucedido algo malo? no podía preguntar porque ni siquiera te conocía, solo apenas de vista. pero me moría por saber que te ocurría, que pensamientos nublaban tu vista.

el hombre cogió de la mano a los dos niños, y la felicidad que mantuvieron al ver las chuches fue demasiado para mí. ambos mirábamos la escena, pero no compartíamos las mismas miradas: la mía era de ternura, la tuya transmitía tristeza. las ganas de dejarlo todo de lado para poder intentar animarte era desesperable.

te acercaste a la barra y dejaste un billete, esta vez con el dinero adecuado para recargar el coche. observé como en el bolsillo derecho ocupabas un paquete de tabaco, decidí regalarte uno.

antes de que te fueras cogí uno de los paquetes de la estantería, justamente de aquella misma marca. me mirabas con curiosidad, como si fuera a cometer cualquier crimen.

estiré mi brazo e intenté entregarte el paquete, expresabas duda. «invita la casa». solté con una pequeña sonrisa, anhelando con que lo aceptaras. negaste con la cabeza, en señal de que no podías aceptarlo. «es de mala educación no aceptar un regalo». hablé por última vez, con la esperanza de que por fin lo aceptaras, y gané. lo cogiste con una mínima sonrisa.

por fin pude apreciar una pequeña sonrisa en tu cara. me alegré ante el acto ocurrido, «¡hasta luego!». el entusiasmo en mis palabras era notable, como si fueramos conocidos de toda la vida. y al parecer lo notaste, volviste a sonreírme.

guardé el dinero mientras volvía a observar como te ibas hacia la comisaría. no pasó ni un minuto y ya te echaba de menos.

durante la jornada estuve satisfecho, al menos conseguí sacarte una sonrisa.

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