Capítulo Segundo

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—¡Maldito loco! ¿Cómo se atreve a besarte? Cincuenta azotes para que escarmiente, y también a la niña esa que lo trajo aquí con su arte prohibido.

—¡Eugeo! —dijo Asuna.

—Y cuando le corten el cuello mañana, ordenaré que lo metan en una urna y lo vuelvan a encerrar en su misma celda. Redactaré un edicto para que se quede allí hasta que se pudra —dijo, caminando por sus aposentos—. Se pudrirá en la cárcel, si señor. Y después ordenaré que sus huesos...

El rey siguió escupiendo odio. Asuna dio un suspiro, y salió por el balcón de la alcoba real. No podía sacarse de la cabeza al pobre diablo encerrado en los calabozos. Ella estuvo presente durante el interrogatorio cuando juró ser el rey de una Centoria en otra realidad. Describió con lujo de detalles el castillo, las caballerizas, las costumbres de la reina y las armas divinas de los cuatro principales caballeros. Incluso las comidas y horarios del castillo, que ningún ciudadano podía saber.

Lo que él no sabe, hasta ahora, es lo mucho que la intrigan sus ojos.

Recuerda el brillo cuando la miró. Esa mirada potente y fija que la hizo sentir incómoda mientras se dirigía hacia ellos en la entrada de palacio. Vio el brillo cuando paseó su mirada por el vestido, hecho a la imagen y semejanza de la diosa Stacia. Sus labios eran delicados, pero encontró la pasión en ellos, igual que en los de Eugeo ¿Pensó que lo recordaría al hacerlo?

—Asuna, ¿me estás escuchando?

—Sí. Que enterraras sus huesos en otra celda, hasta que los barrotes se oxiden.

—No, dije que los haría añicos, los mezclaría con el cemento que usaran para hacer un bloque, donde sacudiré el estiércol de mis botas.

—¡Iugh! —graznó la reina—. ¿No crees que exageras demasiado, mi rey?

—Por supuesto que no. Merece un castigo severo. Nadie besa a mi reina.

—Al margen de que me haya besado, lo que dice parece tener sentido. Digo, sabe cosas que nadie más debería saber. Puede que sea cierto y venga de otra realidad.

Eugeo arqueó una ceja. Soltó un bufido sardónico. Asuna noto el tono irritado tras su humor.

—¿Logró meterse en tu cabeza?

—¿Me estás diciendo loca a mí también?

—Claro que no —añadió a toda prisa Eugeo—. Solo que no te dejes confundir. Es evidente de que sufre algún mal de la cabeza. Un sujeto que se cree rey definitivamente no está en sus cabales. Dejemos este tema hasta después de la ejecución, ¿sí?

—¿Ejecución?

—Sí, mañana mismo. Mi decisión está tomada —aseguró el rey, sin darle mayor importancia. Se puso en su espalda y la rodeo entre sus brazos—. Por qué mejor no disfrutamos de nuestro lecho. Todo este asunto me tiene tenso.

—Otra noche, Eugeo —señala—, estoy agotada.

—Vaya... es raro que me rechaces —dijo entre risas—. ¿No será por nuestro invitado indeseado?

—Por supuesto que no.

Se miraron unos instantes. Asuna destacó la expresión calculadora del rey, con miedo a que el también pudiera ver su alma, dejando al descubierto el diario de su cabeza. En sus ojos está escrito la ira al osado rechazo; lo nota en la comisura de su iris, bordeada por un océano con trazos de índigo. Conoce la expresión en sus labios, y la sonrisa de resignación falsa. Abrió la boca para decir algo. La toma de la mano en su lugar, y luego añade.

La Flor de AsunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora