Las gotas de lluvia golpeteaban en la gran ventana de la sala, mientras Nancy bajaba con apuro las escaleras, intentando ponerse su abrigo en el proceso. Se había despertado más tarde de lo que debería, e iba a llegar tarde al trabajo. No paraba de castigarse a sí misma dentro de su mente, reconocía que era su culpa por quedarse recostada mirando al techo de su habitación en lugar de descansar la noche anterior. La situación era aún peor, ni siquiera había cenado; ahora tenía un hambre terrible que debía saciar urgentemente.
Corrió a la cocina, y se preparó una rebanada de pan con mermelada lo más rápido que pudo. Le dio un buen mordisco al mismo tiempo que aceleró hacia la puerta, sacando ya la llave. No tenía tiempo para pensar en nada más. Excepto, claro, por ese bendito jarrón de rosas azules puesto sobre la mesa de café. Ese que él le había dado.
Nancy lo odiaba, tanto como el recuerdo de aquel al que alguna vez amó, que se fue para no regresar. Sentía una dolorosa punzada en el corazón cada vez que, por error, sus ojos se posaban en esas flores. Lo más horrible era que, en todo ese tiempo, nunca tuvo el coraje suficiente como para quitarlas. Se despreciaba sola por ser tan débil y aún llorar por ese imbécil. Para su desgracia, no podía evitarlo.
Se acercó lentamente al jarrón; en un fugaz momento olvidó que tenía que irse. Lágrimas se deslizaron por sus mejillas al extender su mano para acariciar con el dedo los delicados pétalos azulados. Eventos pasados invadieron su memoria, no la dejaban en paz. Nunca supo por qué Owen la abandonó de esa manera, y no tener idea de la razón sólo provocaba que empeore. ¿Acaso ella había hecho algo mal? ¿Habría tenido la oportunidad de arreglarlo?
Repentinamente alcanzó sus oídos el sonido de una serie de pequeños golpes en la puerta. Se limpió la evidencia de su llanto con la manga, quedándose quieta en su lugar un instante, pues le extrañaba que hubiese alguien allí a esas horas, con un clima tan atroz. Se asomó a ver por el cristal de su ventana para intentar reconocer al inesperado visitante, pero la identidad de aquel se mantuvo siendo un misterio, pues llevaba puesta la capucha de su impermeable. El empapado desconocido le causó cierta pena, así que con tal de ser amable, fué a abrirle.
– ... Hola, Nancy... –la saludó Owen.
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Historias cortas de azul
Fiction généraleEn este libro se hayan relatos, diferentes los unos de los otros, pero con un objeto en común. Aquellas que conectan estas historias remotas son rosas azules.