3:02 a.m.
La noche era insólita, estaba sola. Y sin embargo, tan llena de preguntas, de gente encarcelada, de viudas o padres de padres alcohólicos. Y sonreír no era fácil. No había un por qué. Para nada. Nadie respondía.
Solía temerle a la oscuridad. Solía cantarle a luz de la ventana. Ya no más. La noche era mi amiga. Me recordaba lo bueno y lo malo, siempre hablando claro, tan sinceramente -la mayoría del tiempo. Mi confidente, quien me veía sufrir por decidir, y también por no decidir. Tan llena de pasividad hipócrita, donde las calles son frías al igual que el viento, donde hay de todo, menos paz. Y la maldad, refugiada y cobijada por edredones caros bajo un techo de plata y detalles ridículos, excéntricos bien defendidos -y excusados- por la aristocracia y el poder de quienes menos misericordia obtendrían de Dios al cobrarles.
Ella, tan pasiva, y al mismo tiempo tan llena de actividad mental de mi parte.
Extrañaría poder verle si el amor me quitara la visión.
La noche es mi época favorita del año, y el invierno, una noche eterna todo el tiempo. Sino aquí, entonces allá.
Pobre de ella, teniendo siempre que soportar a idiotas como yo, tan enamorados e insaciables de ella, de lo profunda y amable que suele comportarse; teniendo siempre que soportar el más frío de los tiempos a donde sea que vaya, en el invierno constante alrededor del mundo.
Por siempre ella... Que no tiene, ni tendrá fin, ella vivirá siempre, con ellos, en el fuego más vivo que nunca se habrá de presenciar, en lo inimaginable, en lo más increíble que la mente humana jamás podrá crear. Yo le digo, el comienzo de la humanidad...
Llamarme loco es fácil, como lo es escribir esto, pero si me conocieras en el día... Oh, maldita decepción que he cargado un tiempo ya.
De día la desdicha de ser inútil, de ser alguien suyo, de ser incapaz de terminar de querer por la luz que ilumina todos esos rumores, todos esos ojos vivarachos que contraen y extirpan mis miedos, mis recuerdos, juegan conmigo; toda esa luz, que sólo sirve para poder descubrir su maldad, para divisar los demonios bien definidos que esconden sus rostros, y por otro lado, sus ojos, sus lindos ojos, que no traen nada más que luz que, aun siendo fugaz, deja al descubierto mi inseguridad y timidez ante sus comentarios y pelo suelto.
Pero a nadie engaña, ella es un mounstro, es inevitable esconder algo tan grande por mucho tiempo, y más aún cuando mi escepticismo habla por sí solo. Ella sólo sabía destruirme.