Prólogo

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La mujer de ojos azules como el cielo estaba parada junto a su mejor amigo, mientras su hija iba vestida de novia del brazo del hombre al que amaba. Nunca se había sentido tan feliz como aquel día. Su hija se estaba casando con el hombre al que amaba, el peligro que corría ella y su familia había pasado, estaba con el hombre al que amaba... Nada podía ser mejor. Parecía que todo había tomado su rumbo, al fin. Hacía dos semanas que su ex esposo había desparecido y ya parecía que había sido hacía unos minutos. Sin embargo podía estar tranquila de que su familia estaba a salvo. En ese momento, podía decir que sentía la mujer más feliz del mundo. No podía desear nada más.

-Mi chiquita hermosa-dijo ella antes de mirar a su mejor amigo-. Se ve tan bella.

La chica de ojos verdes siguió caminando hasta que llegó al altar. El hombre de ojos azules como el océano le dio dos besos en la mejilla y la entregó al chico bajo de ojos verdes, antes de ir con la mujer de su vida.

-Gracias por aceptar-le dijo ella con una sonrisa.

-Gracias a ti por permitirme vivir este momento-le dijo él-. Muchas gracias.

Al final, todos se sentaron y apareció el padre ante ellos, antes de decir:

-Queridos hermanas y hermanos. Estamos aquí presentes para celebar el matrimonio entre Rafael Álamo y María Amalia Salinas Carrasco.

La boda pasó tranquila, justo como Griselda quería que fuese. Estaba tranquila porque, de una forma u otra, todo iba bien. Ya el peligro había pasado y no tenía de que preocuparse. Ahora sí, podía estar tranquila. Después, todos se fueron al Rey Gourmet para la fiesta. Allí, ella buscó a su hija y a su ahora yerno.

-Con permiso-dijo ella-. Hija, ven acompáñame. Hija, quiero darte la gracias.

-¿Por qué, mamá?-preguntó la chica.

-Porque gracias a ti, pude ver mi sueño realizado. Mi princesa hermosa, casándose por la iglesia, de velo y corona.

-Ese sueño no solo era suyo, doña Griselda-dijo Rafael-. También era mío. ¡Me casé con el amor de mi vida!. Y, por más errores que haya cometido, siempre supe que me casaría con Amalia. Y ahora que por fin lo logré, me siento el hombre más feliz de este planeta.

-Sí-asintió ella-. Sí, pero serás el hombre más infeliz, si no cuidas de ella. Porque tendrás el gusto de encontrarte nuevamente con mi llave inglesa.

Ambos se reíron. En ese, momento, Reinaldo apareció. Tenía la intención de bailar el vals con ella, aunque no tuviese la más mínima de idea de como hacerlo. Pero, aunque estaba seguro de que haría el ridículo delante de todos, al menos quería que fuese con ella, con la mujer que amaba.

-¿Qué paso?-preguntó él-. ¿Todo está bien?

-No, solo estábamos conversando-dijo ella mirándolo con una sonrisa.

-Bueno, es la hora del vals.

Griselda asintió. La verdad era que ella no sabía bailar, y no tenía ganas de hacer el ridículo delante de todos, y menos en la boda de su hija. Prefería quedarse parada, mirando a los demás, que esforzándose en hacer algo que no sabía. Así que, tomó a Reinaldo de la mano y lo llevó lejos de Amalia y de Rafael, antes de decirle:

-Eh... Reinaldo, a mí me gusta mirar, peo yo no sé bailar. No, eso no. Así que, mejor, dejemóselo a la gente que sabe.

-Bueno, yo tampoco sé-confesó él-, así que podemos aprender juntos.

Reinaldo se rió y la besó. El vals empezó con Amalia y Rafael y, casi al instante, otras parejas se les unieron. Todo parecía como en un cuento de hadas. Los novios bailando, otros que les seguían... Nada podía ser más que perfecto.

-Ay, Reinaldo-dijo ella casi suspirando-. Creo que estoy soñando. Yo que, por tantos años, solo fui un marido en alquiler, trabajando de sol a sol por mis hijos. Y ahora, nunca pensé que... Que se podía sentir tanta felicidad.

-Griselda, sí se puede sentir tanta felicidad-dijo él-, porque tienes un corazón enorme. Yo te prometo, que te voy hacer la mujer más feliz del mundo, por el resto de nuestros días. Te amo. Te amo, Griselda.

Griselda sonrió y, cuando se besaron, recordó algunos de los momentos que vivieron juntos y llegó a la conclusión de que nunca se había sentido tan feliz como en esos momentos. De hecho, no recordaba haber sido tan feliz como en ese momento. Sentía que por fin era totalmente feliz. De hecho, lo era. Tenía motivos para serlo. Sus hijos eran felices con personas que amaban, y ella también. Nada podía ser mejor. Su vida por fin había tomado el rumbo que quería, nada podía impedir eso. Nada.

Marido en Alquiler: Después del finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora