Operación Salto (II)

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No es fácil detectar el movimiento de una sombra o una bestia corrompida, pero miles de éstas últimas acercándose al frente no era algo que pudiera pasar inadvertido.

Lo lógico hubiera sido esperarlas tras la seguridad del bosque, donde se poseían más recursos y el miasma era repelido, pero en algunas zonas, como la de Goldmi, se había decidido ser más atrevido. Habían avanzado, desafiando a los seres corrompidos en medio de la llanura.

Goldmi y su grupo iban en aquel destacamento, hacia el final. Junto a ellos, invisible, estaba Pikshbxgra. Aunque no le gustaba el lugar y odiaba el miasma, tenía una misión allí, una importante.

–Una presencia, hacia allí– señaló el hada.

La elfa asintió. Si bien no podía dar la situación exacta, el hada podía sentir la presencia de las sombras y su situación aproximada. Eso reducía considerablemente el rango de búsqueda.

Aun así, tardaron un buen rato en encontrarla, pues estaba escondida tras un árbol. Sin embargo, a través de los ojos de la azor, era sólo cuestión de tiempo.

Ésta podía volar libremente por el cielo, pues, bajo las órdenes del general, las bestias corrompidas estaban esperando el momento de atacar.

–Necesito estar más cerca. Unos cien metros hacia allí– informó Goldmi.

Lingisa asintió, estaba dentro lo que esperaban, así que, telepáticamente, ordenó al comandante de la operación que avanzara hacia esa dirección, poco a poco, con precaución.

Avanzaban unos pasos y luego se detenían. Luego otros. Y otros. Su intención era hacer creer a su enemigo que seguirían avanzando, que estaban cayendo en su provocación. Aunque, en realidad, estaban en todo momento preparados para retroceder ordenadamente si algo salía mal.



–Hay un hada– pensó en voz alta la sombra, con desdén.

Igual que las hadas podían detectar la presencia de las sombras, éstas podían detectar la de las hadas. Por ello, estaba semioculto, dispuesto a escapar si algo extraño ocurría.

Vigilaba atentamente los cambios en la presencia del hada, además de los movimientos del ejército enemigo.

–Vamos, acercaros un poco más. ¿Os creéis que sois muchos? ¡Os vais a llevar una sorpresa! Cuanto más cerca estéis, menos sobreviviréis. Ja, ja. Eso es. Uno poco más.

Había dado orden de mostrarse a unos pocos cientos de seres corrompidos frente al bosque muerto, intentándoles hacer creer que no eran tantos. En el peor de los casos, si salía mal, simplemente perdería esos cientos y se retiraría con los otros miles.

Les había ordenado a todos esperar hasta que decidiera atacar, mientras observaba con codicia a los vivos. Le impacientaba un poco que se pararan cada vez que avanzaban un poco, aunque también se reía de lo inútil de sus actos.

Habían avanzado más de cien metros cuando vio que empezaban a disparar, alcanzando a algunas de las bestias corrompidas más avanzadas.

–Eso es. Morded el anzuelo. Ahora acercaros un poco más– se decía, brillándole los ojos.

Evidentemente, no podía fijarse en todas las flechas. Por ello, pasó totalmente desapercibida una de las que parecía haberse desviado. Nadie prestó atención a una flecha perdida, por mucho que su trayectoria fuera un tanto extraña. Tampoco era raro que el viento o las fluctuaciones de maná cambiaran las trayectorias de los proyectiles.

Atravesó el cielo, llegando por un ángulo inesperado hasta cierto árbol, en el que se clavó, tras haber atravesado a una confiada sombra, que desapareció sin tiempo siquiera de sorprenderse.



–Ya no está– confirmó el hada.

–General eliminado. No hay más– informó la elfa.

Poco después, el pequeño ejército avanzó, con precaución y algo temerosos, pues no acababan de estar convencidos de la información que el comandante les había transmitido.

Pero pronto comprobaron que era real. Había miles de seres corrompidos inmóviles, esperando a ser eliminados. Habían recibido la orden de estar quietos, y la seguían cumpliendo tras la muerte de la sombra. Al final del día, habrían aniquilado a todos ellos sin más peligro que la agresión de los árboles, o de alguna bestia que acabara de llegar, y que no podría sobrevivir al ataque coordinado de tantos vivos.



Mientras eso sucedía, Lingisa había abierto un portal, por el que sólo pasaron Maldoa, Goldmi, sus hermanas y el hada. Allí se reunieron con otros tres guardaespaldas, uno de ellos un hombre de la misma raza que Lingisa, un vislzar, que los recibió con curiosidad y una respetuosa reverencia.

–Hay dos. Por allí y por allí– informó el hada.

–Parece ser que hay dos generales– les transmitió la elfa, ante la sorpresa de quienes la habían recibido.

Si bien habían oído de lo que era capaz, el que nada más llegar conociera la información les impresionó, así como el aura del hada.

–¿Cómo lo haremos? Quizás uno puede notar si algo le pasa al otro y huir– se preocupó un draconiano.

–Habrá que dispararles a la vez– respondió Goldmi, como si fuera lo más sencillo del mundo.

La miraron un tanto incrédulos, pero acompañaron a la elfa con apariencia de mujer-pantera hasta el grupo que avanzaba hacia sus enemigos, ahora que habían recibido la orden.

Era algo más peligroso que en la otra ocasión, pues debían acercarse más para tener a ambos generales a tiro en aquella zona de nivel 60, aproximadamente.

Mientras los aventureros avanzaban, a través de la azor descubrieron al primer general, yendo ésta inmediatamente a buscar el segundo. El mayor problema era que, como el anterior, estaba oculto tras el tronco un árbol. Si el otro estaba igual, entre la elfa y la azor no podrían tenerlos localizados a la vez, y no podían confiar en que no se movieran. Por lo tanto, tenían que ejecutar otro de los planes.

Los dos guardaespaldas draconianos, junto a la lince, avanzaron entre los aventureros, llevándose con ellos una pequeña escuadra. Tenían que acercar a la lince para que pudiera localizar a su enemigo, una operación tan necesaria como peligrosa.

La elfa miró a su hermana marchar con aprensión, por mucho que ésta asegurara que, en el caso peor, sólo tenía que huir.

Lo cierto era que tampoco ella estaba totalmente fuera de peligro, a pesar de estar en la parte de atrás del grupo y en una zona de nivel algo inferior al suyo. Sin embargo, la misión de su hermana era mucho más peligrosa, y no podía evitar temer por ella.

Regreso a Jorgaldur Tomo II: la arquera druidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora