11. Llamadas del infierno

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Un rombo flotante se formó justo encima de nosotros, a la altura de nuestros ojos

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Un rombo flotante se formó justo encima de nosotros, a la altura de nuestros ojos. Los chicos se colocaron a un lado, como harían en una videollamada normal, esperando a que algo apareciera en el interior de la figura.

Un monstruo horrible de piel negra con aspecto carbonizado se materializó en «pantalla»; sus rasgos eran humanos, pero demasiado alargados. Abrió la boca y soltó un largo bostezo.

«Podría ser peor», me repetí cuantas veces pude antes de que hablara.

—Son las cuatro de la mañana aquí, ¿qué demonios quieren? —gruñó la criatura.

—No mientas, Belfegor, tenemos la misma hora —lo regañó Levi.

—¿Por qué me llaman a mí? Saben que Ba'alzebú siempre les va a responder.

«¿De quién hablan?».

—Estamos en busca y captura —le recordó Mam.

—Oh, perdón, se me olvidaba. —Se recostó sobre unas almohadas—. ¿Qué quieren? ¿Ya devolvieron al secuestrado?

—¡Por enésima vez: Amon vino solo!

—No quiero hablar de eso —murmuró Amon.

¿Cómo? ¿Que le habían secuestrado? Esa historia debía de ser bastante graciosa; quise tener más información para poder burlarme.

—¿De verdad hicieron eso? —indagué.

—¿Con quién están? —cuestionó el demonio al otro lado del portal.

«Oh, no».

Los chicos me miraron con cara de estar pensando lo mismo, pero ya era tarde: el tal Belfegor debía de haberme escuchado claramente.

—Nadie especial —respondió Mam.

El rombo flotante se movió en mi dirección y a mí se me cortó la respiración, el mundo a mi alrededor dejó de existir. Aquel demonio me estaba mirando fijamente. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo.

—¿Quién es? —dijo, y yo me quedé inmóvil, presa del miedo.

—Nos estamos alojando con ella —explicó Mam.

—Pobrecita.

Levi abrió la boca con la intención de hablar, pero Belfegor lo hizo primero.

—¿Por qué no me avisaron? Podría haber asustado a su amiga sin querer.

Se pasó una mano por la cara para cambiar su aspecto y adoptar el de un humano normal, de unos treinta y tantos, con el cabello rubio y corto, y la piel aceitunada con ojeras visibles. Me sonrió y yo le devolví el gesto, aliviada ante su comportamiento.

—Eso no importa ahora. Te llamamos porque necesitamos tu ayuda —intervino Levi por fin.

—Miren, grupito —exhaló el otro demonio—, no tengo voluntad ni para arreglar mis propios problemas.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora