Parte única.

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—Hey, tonto, ve por tus cosas. Mamá quiere que regresemos en cinco—le exigió en un suspiro Jongho a San, su hermanito.

Cualquier otro niño estaría molesto ante el tono tan grotesco de hablar y mandonear por parte de su hermano mayor, pero, San sólo asintió con calma y corrió hasta el arenero del parque en donde dejó sus juguetes antes, acostumbrado a ello.

Por suerte, ningún otro niño tocó sus cosas. Todas y cada una de ellas yacían sobre la arena seca, sobresalientes por sus colores llamativos. Se sentó sobre sus talones para recogerlos, hasta que escuchó un sonido particular proveniente de un lado del arenero, entre unos arbustos para ser exactos. Eran sollozos de otro niño. Por un momento pensó equivocarse cuando estos se detuvieron, así que se encogió de hombros y siguió con lo suyo.

Otra vez. El llanto seguía allí. Dudoso, se puso de pie, echando un vistazo a su hermano por si lo apuraba. Se asomó guiándose de aquel llanto. Primero notó los pies, las rodillas y una cabeza de un niño en cuclillas, con el rostro gacho y sus manos sobre sus mismas piernas.

—¿Estás bien?—preguntó algo tímido.

El niño lo miró asustado, con los ojos ahogados en lágrimas y las mejillas enrojecidas de tanto llorar. Su silencio incomodó al pequeño de ocho años, con miedo de que le gritara, o algo por el estilo.

—¿De verdad quieres saberlo?—esnifó.

San asintió algo confuso, pero sin dudarlo tanto. Se acercó a él y ascendió a su altura.

—Mi amigo me lastimó el dedo—le mostró su dedito índice, en su mayor intento por no llorar de nuevo.

El más grande frunció su ceño, preocupado, al ver la punta de éste todo rojo. Tomó su mano entre las suyas, susurró unas palabras inaudibles con los ojos cerrados y luego, posó un pequeño beso en el dedo lastimado. El niño lo miró extrañado, sintiéndose algo acalorado por aquel acto tan dulce.

—Dejará de doler en unos minutos. Lo prometo.

—¿Cómo hiciste eso?

—Es un secreto—sonrió, dejando al descubierto sus dos hoyuelos en las mejillas—. Me lo enseñó mi abuela.

—¿Y si vuelvo a lastimarme?

San pensó por un momento, algo indeciso por decirle lo que su abuela le hacía para no sentir dolor en caso de que ella no esté cerca. Sabía que no volvería a ver a ese niño, pero aún así lo intentó.

—Tengo algo que te dará suerte.

—¿Qué es?—quiso saber con entusiasmo.

En respuesta, hizo una trompita con sus labios en su dirección. El niño lo miró con sorpresa, sintiendo su rostro aún más caliente que antes.

—¡No voy a besarte! Nunca besaré en mi vida—se quejó.

—¡No, ew! Yo tampoco—San frunció el ceño—. No iba a dártelo en la boca. Es un beso en la mejilla.

El pequeño, llamado Wooyoung, se sintió avergonzado por equivocarse. Pero un beso en la mejilla no lo asustaba. Sus padres siempre le daban muchos, al igual que caricias antes de dormir, pero nunca le han dado besos en sus dedos lastimados. San ha sido el primero en darle uno.

—¿Sólo uno?

—Sólo uno.

Wooyoung apartó su rostro dejando su mejilla al descubierto en espera de su beso. Y así lo hizo San; le depositó un cálido y dulce beso tronador que dejó perplejo al dueño de esas hermosas mejillas rojas. Luego de eso, Woo se olvidó por completo de su dedo lastimado y de todo en particular.

—¿Quieres ser mi amigo?—preguntó de la nada.

—Claro.

—¿Puedo mostrarte algo?—volvió a preguntar, a lo que San aceptó.

Se giró en su lugar para tomar algo de detrás suyo, y lo extendió hacia el mayor.

¿Qué tiene de especial una pequeña maceta con una planta de limón? A lo mejor se ve simple y diminuta, pero esa planta sabía más de lo que cualquier otro conocido de Wooyoung lo haría en toda su vida. El pequeño limonero era su amigo.

—Es mi amigo, pero me lastimó cuando intenté sacarle un insecto. Mi mamá dice que no debería llamarlo mi amigo, pero es el único que no me reta si no hago mi tarea. ¿Tú crees que es raro?—inquirió algo triste.

San tenía otras manías aún más raras que considerar a una planta amiga, así que no le pareció raro. De hecho, alguna vez consideró amigo a un peluche. La planta al menos tiene vida.

—Si ayuda a que no te sientas solo, puede ser tu amigo.

Wooyoung le dedicó una sonrisa tímida, sin despegar sus ojos de los suyos. Entonces el grito de un hermano enojado les rompió la burbuja en la que se habían metido. San se apresuró a levantarse y correr al arenero en busca de sus cosas. Wooyoung lo siguió, ayudándolo a cargar todo en la mochila.

—Debo irme. Espero podamos vernos pronto por aquí—le dedicó una sonrisa antes de correr hacia Jongho.

Desde esa tarde, San se vio ansioso por volver y verlo de nuevo. Así lo hizo. Volvió todos los días de esa semana, pero desafortunadamente, no volvió a encontrarse a ese niño. El último día de la semana volvió con las esperanzas vacías, adivinando que ese día tampoco lo vería. Su hermano lo acompañó de la mano hasta una cuadra de esa misma calle, varando en un punto en específico. Se tardó tanto que San no vio la hora de cruzar la calle y por fin jugar, pero su hermano seguía estático, mirando al suelo. San, curioso, miró hacia donde sus ojos posaban. Era una lámina de memoria en alguien que murió en esas calles. Mayormente es por accidente de tránsito. Miró a su hermano y volvió a mirar la lámina.

Jung Wooyoung. Esto pasó hace algunos días. Era sólo un niño—susurró.

—¿Podemos ir a jugar ya?—le estiró el brazo, bufando.

—Sí, sí, vamos—respondió algo confuso—. Sannie, no me sueltes la mano, y no vayas adonde no pueda verte.

—Está bien—le sonrió.

Lemon Boy. [WooSan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora