Oculto

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Los sueños están repletos de rojo.

El cielo y la tierra, corrompidos con el color de la sangre y el hedor a la carne putrefacta. Todo pertenece a los muertos, a los suyos, a los de otros.

Todo es obra de uno, la realidad está cubierta de negro.

Liu Qingge abre los ojos, lo recibe un techo desconocido.

Por un momento, la confusión y el recelo se apoderan de su mente. Su instinto lo hace buscar a Cheng Luan, la encuentra sobre la mesa nada familiar a lado de la cama donde actualmente yace acostado.

Es hasta que está de pie y con Cheng Luan en sus manos que se la sensatez lo aleja del rojo en sus sueños.

Observa la habitación y se da cuenta de lo elegante de todo. Es espaciosa y bellamente decorada, de colores blancos y verdes, igual a los colores del escudo del reino.

La comparación despierta la memoria. Por supuesto que tendría esos colores, fue hecha con ese propósito.

Está en el castillo, recuerda. Yue Qingyuan le pidió quedarse y no había nadie que se atreviera a negarse a las peticiones del Rey.

Nadie, excepto una persona.

A su cabeza llega la imagen de esa persona; el cabello libre y negro, la piel blanca, las iris castañas que a la luz destellan con verde, las túnicas finas de colores iguales al emblema al que ha jurado lealtad, el abanico que cubre los labios, pero no consigue ocultar la arrogancia de su dueño.

La imagen de sus pensamientos se despeja con el sonido de la puerta.

Con el ceño fruncido por la perturbación repentina, abre la puerta. Lo recibe una sirvienta del palacio.

—General Liu— dice, Liu Qingge no se pierde el tono dulce pero coqueto— el Rey me pidió avisarle que el Banquete se estará sirviendo pronto y espera contar con su presencia. ¿Necesita alguna ayuda para su ducha? ¿Quiere que le prepare un juego de túnicas nuevas? Estoy dispuesta a servir a todas sus necesidades.

Liu Qingge podía admitir que no era una mujer de aspecto común, su belleza era sobresaliente, ni siquiera el atuendo pobre la hacía perder su encanto. Lástima que no era ingenuo.

Aunque a él le encantara burlarse de su simpleza y falta de cerebro, ambos conocían la destreza de su mente. No se convirtió en el General del Ejército Bai Zhan del Reino Cang Qiong sólo por su fuerza (aunque admitiría que contribuyó mucho).

Incluso cuando había dormido gran parte de la tarde, sus instintos y su cuerpo estaban entrenados y tenían la experiencia suficiente para saber que aún faltaba algún tiempo para la hora del Banquete. No dudaba que Yue Qingyuan le hubiese dado la tarea a esa mucama de avisarle llegado el momento, pero era claro para él que ella había venido demasiado temprano.

Por su comportamiento, las intenciones eran obvias. Probablemente esperaba seducirlo con su voz dulce y apariencia seductora, quizá no con la intención de lastimarlo sino sólo de liberarla de esa vida de servidumbre.

Es una pena que Liu Qingge no fuese un lujurioso como el viejo Rey del Imperio Huan Hua. Por más que se le insinuara, no podría despertar su interés.

—No— responde sin más antes de cerrar la puerta y darle a la otra una oportunidad de colarse a su habitación por cualquier excusa.

El color de las mejillas de la sirvienta se torna rojo de ira y vergüenza, pensar que sería rechazada después de que todos los hombres que la conocían alababan su belleza. ¿Estaba apuntando demasiado alto al final?

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