Mirar al Cielo

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Ishigami Senku era un renombrado doctor, con conocimiento en todas las áreas de medicina.

Había hecho muchos aportes a las ciencias de la salud y trabajaba incansablemente en el hospital más prestigioso de Tokio, atendiendo no a los pacientes que más le pagaran, sino a los que más llamarán su atención, los que tuvieran casos difíciles, los que fueran un reto. Y así, descubriendo curas para esas enfermedades, fue que terminó salvando más vidas de las que alguna vez llegó a imaginar.

Fue así como conoció a Kohaku.

-Kohaku...- una vena brotó en su sien. -¡Vuelve a tu cama, maldita sea!-

Ya era la quinta vez en ese día que se levantaba para caminar por los jardines del hospital.

Ella rió alegremente al ver su mirada malhumorada.

-¡Ja! ¿Cuál es el problema? ¡Hoy me siento de maravilla!- sonrió radiante, antes de tomar la rama de uno de los árboles y treparse con la facilidad de un gato.

Senku rodó los ojos, pero acabó sonriendo resignado.

-Ya te deje tener una hora extra afuera en la mañana, hazme caso por una vez y vuelve a tu habitación, podemos jugar videojuegos o algo mientras esperamos los resultados a tus últimos análisis. Sé que eres una leona pero necesitas calmarte.-

-¿De verdad?- de repente se lanzó fuera del árbol, casi dándole un ataque debido a lo alto que había llegado, pero entonces se colgó de la rama más baja antes de aterrizar perfectamente segura en sus dos pies. -¿No tienes que trabajar otra vez? ¡Ah, y no me digas leona!-

-¿Para qué crees que contrate un asistente?- preguntó ignorando su grito indignado. -Se encargara de mi papeleo, ahora vamos.- rascó su oído con desinterés mientras volvía sobre sus pasos hacia la habitación de Kohaku.

Ella rápidamente lo siguió, tan llena de energía como siempre. O casi siempre.

Apenas entraron a la habitación, colapsó en el piso, vomitando tanto su almuerzo de ese día como cantidades alarmantes de sangre.

Y la sesión de videojuegos se canceló, reemplazada por una transfusión y otra visita a cuidados intensivos.

Y a la semana siguiente ella estaba corriendo por los jardines otra vez.

Senku solo pudo observarla con frustración a través de una ventana, apenas prestando atención a su colega hablando de las últimas maquinarias que habían incorporado al área de oftalmología.

Kohaku había sido su paciente por años, muchos años. Y su caso más difícil de resolver.

Durante esos años había salvado la vida de muchos otros pacientes, encontrando respuestas para lo que antes se consideraba inexplicable, pero no para ella.

Y lo peor era que después de tantos años conviviendo, su afecto no era solo el de un doctor preocupado por su paciente.

Tenía una enfermedad muy rara, con características de una patología autoinmune. Súbitas fallas en su cuerpo que la atacaban de pronto sin motivo aparente, sin conexión, sin patrones, cualquier tipo de fallas desde una indigestión hasta vasos capilares estallando de la nada.

RespirarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora