I

139 5 2
                                    

Solo me permito apartar mis ojos de la arena cuando se encuentra totalmente cubierta de sangre. Poco a poco van cayendo medio moribundos los hombres que nos permiten ganarnos la vida. Seguramente debería alegrarme. Cada herida, pequeña fisura, rotura completa, hemorragia, es un poco más de lujo para mí. Pero todo lo que puedo hacer es esconder la cabeza bajo la túnica de mi padre en cuanto la sangre que baña el Anfiteatro Flavio empieza a dañar mi alma.  

Al menos he aprendido a no llorar cuando la vida abandona sus cuerpos. Espadas, lanzas, mazos, distorsionan y agujerean los cuerpos que intentan impresionarnos y demostrar que son suyas las vidas que merecen ser salvadas. Con suerte, diez de los más de mil esclavos que tienen encerrados consiguen hacer un espectáculo medio digno en la arena. Cinco de ellos incluso lo terminan vivos. Y de esos cinco, a los que intentamos salvar para que repitan su hazaña, a veces dos de ellos lo logran.

Los ojos de mi padre reposan sobre mis espaldas. Me levanto, lista para salir del podium y dejar de contemplar el espectáculo de la muerte para tratar de contenerlo un poco. Ambos nos movemos por las galerías inferiores. Recorremos las calles de Roma, como si el mismo barquero del inframundo nos persiguiera, hasta llegar a la ludus Magnus, el mayor colegio de gladiadores de Roma.

El guardia que la custodia clava su mirada en mí. Tampoco yo sé qué hago aquí. Una niña de once años a punto de ver morir a los casi muertos.

-          Está bien. Está conmigo. La necesito para que me ayude.

Nos abren las puertas. Y empieza el verdadero espectáculo.

Nos conducen a un pequeño corredor con cuatro almas aferrándose a una vida, que de todos modos, tampoco vale la pena. Levanto la mirada para recibir órdenes. La mandíbula de mi padre se tuerce y señala a un cuerpo tendido sobre un charco de sangre. Suelo ser la que hace presión sobre una herida abierta des de hace demasiadas horas, o la que pasa una y otra vez un trapo húmedo por la frente de un hombre que seguramente ya no esté allí para apreciarlo. Mientras el verdadero médico trata de salvar un alma que morirá unos meses más tarde.

Me parece distinguir una enorme serpiente en medio del lago de sangre, hasta que me doy cuenta que son los intestinos del hombre al que he de intentar salvar. Por la forma de las heridas, juraría que se trata de un venator, que ha sido un tigre o algo peor contra lo que ha tenido que enfrentarse. Mis pequeñas manos cogen con cuidado todo lo que debería estar dentro de un cuerpo en vez de en el suelo y trato de reordenarlo, de mantenerlo en su sitio. Pero ya se ha ido. Y no tiene sentido seguir allí.

Un hombre demasiado bien vestido para estar en un lugar donde es tan sencillo que tus ropas dejen de ser blancas irrumpe abruptamente en la habitación y reclama la atención de mi padre, que desaparece junto al honorable hombre en el mismo instante en que algo empieza a moverse abruptamente a mi derecha. Solo me hace falta volver medio centímetro mi cabeza para entender que otro hombre va a morir en mis manos hoy.

Encima de lo que viene a ser la cama más incómoda de la historia, un cuerpo arquea la espalda de tal modo que creo que va a romperse en cualquier momento. Sus ojos ya no son ojos. Su expresión facial incita a la locura. Hay tanta sangre por todo su cuerpo que voy a pasarme horas buscando la herida de donde proviene. Y lo único que puedo hacer es evitar que su cabeza, o cualquier otra parte de su cuerpo golpeen la cama con tanta fuerza que lo convierta en un cuerpo sin vida.

Ni tan siquiera habiendo perdido tanta sangre, siendo un esclavo que no ha probado bocado en semanas y con la piel ardiendo como el propio infierno soy capaz de contenerlo. Caigo de bruces al suelo y gracias a Júpiter, mi padre hace acto de presencia.

Es entonces cuando los granos de arena empiezan a llenar la parte inferior del reloj. El tiempo se reanuda a la vez que las manos de mi padre se mueven, sin apenas rozar mis brazos los coloca encima del cuerpo, sosteniéndolo. Acaricia el cuero cabelludo del esclavo y el corte más profundo que uno pueda imaginarse sale a la luz.

Roma [Concurso de relatos históricos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora