CAPÍTULO 13

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¿La mitad de una revelación? Terrible, oremos.

Estaba a punto de quedarme dormida en el sofá junto a Rubén, recordando las historias y cuentos que había escrito de joven cuando un pensamiento fugaz pero salvaje cruzó mi mente, abrí los ojos y miré hacia mi novio.

—¡Rubén! —lo moví violentamente, él despertó con pereza de su siesta—, despierta.

—¿Qué pasó? —murmuró tallándose los ojos, su cabello rizado y castaño siento una melena de león.

—Creo saber el significado del sueño —dije, cuando por fin Rubén despertó por completó, él asintió suavemente.

—A ver, dime.

—Tengo una historia vieja, la cosa que la abandoné por falta de motivación y desde entonces no he escrito nada parecido.

—Ajám.

—Está seguro en la caja, solo debo buscarla y terminarla —sonreí—. Y creo que tú debes ayudarme.

—¿Yo? Pero si no escribo.

—Lo sé, pero el punto es que el sueño nos sigue a ambos. Por lógica tiene que ver contigo.

—Nunca he escrito nada, Gio. Eso no me interesa. Dudo que sea eso.

Analicé sus palabras, y me sentí un poco boba. Tiene sentido, sí. Pero algo en mí decía que tiene que ver con esa historia, un extraño sexto sentido. Busqué al gato y lo encontré en el otro sofá, ahora se veía casi invisible.

—Hay algo mal con el sueño —le dije, Rubén siguió mis ojos—. Esto no es normal.

—Vamos al especialista —se levantó rápidamente Rubén, yo lo seguí—. Tu cárgalo mientras yo voy por las tarjetas.

No objeté, él fue a nuestro cuarto y yo me acerqué al sueño suavemente.

—Hey, hola —susurré agachándome, estando más o menos a su altura. Abrió sus ojos y levantó sus orejitas, maulló—. Iremos al doctor, ¿okay?

Extendí mi mano para cargarlo, cosa que no pude. Me asusté aún más y lo intenté de nuevo, teniendo que mi mano lo sobrepasase, esta vez sí pude recogerle bien.

—¿Ya casi? —pregunté a Rubén, y él vino con mi bolso.

—Sí, vámonos.

Salimos del apartamento y fuimos hasta una clínica especializada en sueños. Esperamos en la sala y, cuando nos llamaron, entramos a la habitación donde una enfermera nos saludó y repitió algunas de las preguntas que respondimos en el formulario que nos habían dado minutos antes. Al estar todo bien y ordenado, nos dijo que el doctor iba a venir en cualquier momento y se fue.

El doctor llegó y nos saludó, preguntó sobre el objetivo de la visita y le dijimos absolutamente todo. Él se puso unos lentes especiales y observó detenidamente hacia nuestro sueño, soltó un suspiro.

—Está muriendo —dijo—. No le queda mucho tiempo, apenas unas cuantas semanas.

—¿Los sueños pueden morir? —preguntó con voz quebrada Rubén, sus ojos rojos igual que sus mejillas. Se notaba que sentimentalmente no estaba bien, él le tenía mucho cariño al sueño. Me acerqué a él y dejé que su cabeza se recargara en mi hombro.

—La muerte de un sueño es diferente a la muerte de un humano o animal —explicó—. Ellos son masa de energía, casi como una estrella. Cada sueño tiene fecha de caducidad distinta, a veces tardan un día y, por lo contrario, otros tardan toda una vida en apagarse.

—¿Es lo que está haciendo nuestro sueño? —cuestioné—. ¿Qué podemos hacer para evitarlo?

Oficialmente yo era una hipócrita, semanas antes estaría contenta en que el sueño molesto se fuera de nuestras vidas pero, no sé, ahora algo había cambiado dentro de mi. Igualmente, Rubén se había encariñado mucho con el sueño, no podía hacerle eso.

—No hay mucho que hacer a parte de cumplirlo —asintió—. Ustedes me dijeron su idea y me parece la más cercana a la verdad, lamentablemente en mis años de profesión rara vez he visto sueños compartido.

—¿Tiene acaso usted una teoría? —dije, el doctor asintió.

—Unas cuantas, pero la principal y la más común de este tipo de casos de sueños compartidos es que uno de ustedes solo quiere la felicidad del otro. Algo común entre seres queridos.

—¿Pero tan fuerte es el sentimiento de querer ver a alguien feliz para que se pueda crear un sueño?

—En ocasiones, sí. Eso rara vez pasa pero no es imposible. Cuéntenme de la primera vez que notaron el sueño en sus vidas.

—Oh, okay —me acomodé nerviosa en mi asiento, cuidando en no molestar a Rubén—. Inició cuando tenía quince años, pero apenas era una pequeña mancha sin forma que me seguía. Después, cuando Rubén y yo nos hicimos pareja, con los años comenzó a crecer más y más. Hace como medio año que se fusionó con el sueño de Rubén.

Los ojos del doctor fueron a Rubén, queriendo que él siguiera hablando.

—Mi sueño ha estado conmigo desde que era un niño, pero su forma nunca ha sido constante. Al cumplir los diecisiete, cuando transicioné de mujer a hombre, quedó con forma de una pelota pequeña. Y, pues, junto al sueño de Giovanna se transformó en un gato negro.

El especialista quedó en silencio un momento, parecía estar pensando.

—Déjen el sueño aquí por la noche. Le haré unos estudios, necesito verlo desde cerca. Mañana pueden recogerlo y hablaremos más tranquilos.

Le agradecimos, Rubén se despidió con lágrimas en los ojos hacia el sueño aún invisible. El nudo en mi garganta no se deshizo, ni cuando salimos de la clínica y mucho menos cuando llegamos a casa. Al caer la noche, nos dormimos con un vacío extraño en nuestro pecho y soledad desértica en nuestros corazones.

Los sueños que nos persiguenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora