5. Oxígeno (Parte 2)

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Los días siguientes fueron raros. Gorka la había perdonado, era imposible no perdonar a Maialen, pero a pesar de intentarlo con todas sus fuerzas, ella seguía sin ser la misma. Sentía que formaba parte de un puzzle ya terminado, con la pieza que le correspondía en su sitio, pero mal colocada. Algo fallaba.

Había intentado escribir a Bruno muchas veces, pero nunca conseguía darle a enviar. Tras escribir el primer párrafo, lo borraba porque le parecía insuficiente, o mal expresado, y volvía a empezar. En una ocasión estuvo a punto de llamarlo, pero no se atrevió. Él merecía saber la verdad, y sin embargo contársela suponía perderle para siempre, así que lo fue posponiendo y continuó como si no hubiera pasado nada. 

Para llenar el vacío que sentía, trató de mantenerse ocupada. Lo primero que hizo fue ver a sus amigos. Les había echado mucho de menos durante los últimos meses, y apreció vivir en una época en la que la que existían las videollamadas. Se moría por abrazarles. A Marina e Irate sí las vio, porque vivían en el mismo barrio y se ponían de acuerdo para ir al supermercado. Era surrealista. Iban a una hora en la que casi no había gente, y en el pasillo menos concurrido que encontraban hablaban unos minutos del torbellino en que se había convertido su vida. Una hablaba de la pequeña Lucía, la otra de que temía perder su trabajo y Mai, que no se atrevía aún a contarles nada de su vida sentimental, les hablaba de todo lo que había aprendido los últimos meses. Era rarísimo no poder tocarse, pero tenerlas cerca la llenaba de paz.

La tranquilidad que tenía con ellas desaparecía en cuanto llegaba a casa. Allí, volvía a sentir que se ahogaba. Para combatir la sensación, trató de sentarse a componer, pero la situación la superaba tanto que no le salía nada, así que se limitaba a cantar con su guitarra. La noticia de que tenían que hacer vídeos durante el encierro primero le dio muchísima pereza, pero después sintió que tenía un propósito y agradeció poder llenar las horas muertas con trabajo. Cuando ya no tenía nada que hacer, se ponía a limpiar la casa a fondo, porque pararse implicaba que la cabeza le diera mil vueltas a lo mismo, y eso no lo podía soportar. Gorka la dejaba hacer en silencio, pero cuando la vio reorganizar por segunda vez los armarios, empezó a intuir que algo no iba bien.

Lo poco que Mai sabía de Bruno le llegaba por el grupo de WhatsApp y por las redes sociales. En el primero no era demasiado activa, pero en las redes se refugiaba. Cuando veía tantos seguidores se acordaba de los bares vacíos en los que había tocado, y no terminaba de creérselo. Sentía que estaba en una realidad alternativa, y quizás por eso, cuando vio que Bruno se había vuelto también asiduo a las redes, decidió interactuar con él. Si era otra realidad no contaba realmente, no podía contar, y era su manera de decirle que ella seguía ahí. Lo que no sabía era que él se volvía loco cada vez que recibía una notificación, porque volvía a ver su mensaje sin respuesta y se le caía el mundo a los pies.

A las tres semanas ya no pudo más. El peso que se había quitado de encima al contarle a Gorka la verdad había vuelto con otra forma y otro nombre, y todavía sentía que le faltaba el aire. Le echaba muchísimo de menos. Cuando se despertaba por las mañanas y sentía que la abrazaban unos brazos que no eran los suyos, su mente regresaba a los momentos en la habitación en los que, a pesar de estar rodeados de gente, parecía que sólo existían ellos dos. Y un día lo entendió. Había hecho su elección, pero escogió con la cabeza y no con el corazón, y por primera vez en su vida, sintió que había fallado. El corazón, la intuición, siempre son el camino a seguir, y ella se había perdido. Y aunque el miedo casi la paralizaba, ya sabía qué hacer. 

Cuando Gorka sacó a Murphy esa tarde, estaba tan nerviosa que no encontraba su teléfono. Mientras buscaba su nombre en la lista de contactos le temblaban las manos, y tardó mucho en darle al botón para iniciar la llamada. Cuando lo hizo, el corazón le iba a mil por hora, y con cada tono sentía que se le saldría del pecho. ¿Qué haría si él no respondía? ¿Y si había tardado demasiado en actuar? Sus pensamientos se pararon en seco cuando, después del cuarto tono, escuchó su voz. Por fin. 

-Mai... - Bruno suspiró, y ella estaba tan nerviosa que no fue capaz de distinguir si pronunciaba su nombre con alivio o decepción. Sentía que la voz no le iba a salir, y sin saber cómo, sacó el valor para hablar.

-Brunífero... ¿cómo estás?

-Bueno... Volviéndome un poco loco y con ganas de volver a Madrid, pero ahora mismo contento de escucharte por fin... -Ella suspiró aliviada y aprovechó la pausa para soltar de golpe, aunque a borbotones, todo lo que llevaba dentro.

-Bru, te he echado muchísimo de menos. No sabes cuánto. Llevo desde que nos separamos sintiendo que me falta el aire, y eres tú, maitia, eres tú quien me lo da. Siento no haberte llamado antes, de verdad, pero es que cuando llegué a casa, aunque en el fondo siempre supe que mi casa eres tú, fui una cobarde... Vi a Gorka ahí, mirándome muy adentro, y él me ha apoyado tanto, ¿sabes? Ya te lo he contado muchas veces... Que no pude hacer otra cosa, y me dejé llevar por la razón. La cabeza me decía que era el camino adecuado, y decidí seguir con él, pero no te dije nada... No quería perderte, y en el fondo sabía que había sido un error, pero no me he atrevido hasta hoy a reconocerlo... -Mai paró un momento a coger aire, con los ojos llenos de lágrimas. -Yo te quiero, Bruno, estoy enamorada de ti desde el primer día, y he estado huyendo, pero no quiero perderme ni un minuto más a tu lado, y aunque estemos separados ahora, buscaremos la manera, perdóname por haber tardado tanto en reaccionar, por favor, por favor perdóname...

-Cielo, para... - A él le dolía escucharla llorar y no poder estar a su lado para consolarla. -No llores, por favor. ¿Cómo no te voy a perdonar? Si yo ya no puedo vivir sin ti. No sabes lo que han sido estas semanas sin oírte, sin tenerte... Un puto infierno, ¿me oyes? -Ahora él lloraba también. -No me hagas esto nunca más, ¿vale? Por favor te lo pido... 

Maialen sintió que todo el aire le llegaba de golpe. Y con el oxígeno por fin inundándole los pulmones, las arterias, hasta recorrer cada rincón de su cuerpo, respondió con una claridad que pocas veces había tenido en su vida.

-Nunca, maitia, te lo prometo.

Desorden sistemático (Brunalen)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora