Intervención en contra de la virginidad del sol

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Aquella tarde era la última del semestre, y antes de ir al encuentro de su novio Arthit se vio atrapado en su dormitorio rodeado de sus amigos viendo películas no aptas para todo público, afortunadamente tenia un vaso de leche rosa, su favorita, para pasar el mal rato rodeado de la burbujeante curiosidad de sus amigos. Afortunadamente, Kongphob lo llamó salvándolo del final de aquella película.

Envuelto entre las mullidas sabanas y el cálido abrazo de su novio, hacía semanas que Arthit no disfrutaba de un buen sueño; debido a su pasantía, durante el semestre las ocasiones que había podido compartir con Kongphob algo más que una llamada telefónica y una cena rápida en el restaurante de siempre se había reducido al mínimo. Por eso aquella tarde, habían quedado para cenar juntos en el dormitorio del mayor, Arthit notó que el sabor de la leche rosa era mejor cuando estaba cerca de Kongphob, quizás sonaba cursi pero así era, de hecho, toda la comida y los bocadillos tenían mejor sabor cuando su aun mas cursi novio estaba cerca.

Ahora envuelto en su nidito de amor los recuerdos de aquella tarde volvían a el, y vaya que recuerdos, pues en lugar de rememorar su para nada romántica cita, en su memoria se repetían las escenas vergonzosas de la película que sus amigos lo habían obligado a ver aquella tarde antes de su encuentro con Kongphob.

Gimió entre sueños imaginándose como el protagonista de aquella película, estaba desnudo sentado al borde de su cama y un joven desconocido se deleitaba jugando con su cuerpo. Volvió a gemir cuando aquel joven pasó su lengua tibia por toda la longitud de su erecto pene; Arthit enredo sus dedos en el cabello del muchacho obligándolo a levantar el rostro, abrió los ojos con sorpresa, asustado en la oscuridad de su dormitorio, estaba soñando que Kongphob le regala la mejor felación de su vida, la primera para ser honestos.

Intentó levantarse de la cama, pero el abrazo firme de su novio se lo impidió; suspiro frustrado, necesitaba ir al baño a terminar con su fantasía, pero moverse fuera de la cama despertaría a Kong. Intentó volver a dormir, más la imágenes de Kong acariciando su cuerpo golpearon de nuevo su subconsciente, afectando más su ya intranquilo ser. Sintiéndose travieso y aventurero tomó la mano que descansaba suavemente en su cintura con mucho cuidado hasta su cadera y un poco más abajo, sobre la tela delgada que cubría su cuerpo palpitante. Guio aquella mano sin fuerza por debajo de su ropa interior, el tacto tibio lo hizo gemir con fuerza, se mordió los labios, se sentía como un pervertido masturbándose con la mano de su dormido novio, pero podía detenerse ahora, no quería detenerse; empujó un poco la cadera hacia atrás golpeando suavemente su trasero con la entrepierna de Kong. Su corazón se detuvo cuando aquella mano apretó su miembro erecto con delicadeza y se movía casi a voluntad.

-mierda...- susurro al darse cuenta, Kongphob estaba despierto, y empujaba su cadera rítmicamente contra el, mientras lo seguía masturbando; estaba caliente y no quería detenerse aunque también se sentía avergonzado de haber sido atrapado en el acto.

-¿quieres que pare?- la adormilada voz de su novio llego en un susurro hasta su oído, y el cálido aliento de este le calo hasta la médula, respiro profundamente.

-finge... finge que sigues dormido...-envalentonado por la oscuridad Arthit se coló debajo de las sabanas y se acomodó entre las piernas de un muy despierto Kongphob.

Oculto en las mantas acerco la cabeza a las piernas del joven, aspiró el varonil aroma de su cuerpo y con manos temblorosas deslizó el elástico de la ropa interior de este, liberando la erección de Kong que como un resorte saltó justo delante de él.

-P'Arthit- Kong murmuró a modo de suplica –no tienes que... No es necesario...- sus palabras murieron en el silencio de la habitación cuando Arthit enterró su nariz en el a base de su pene, el suave bello cosquilleo en su nariz haciéndolo reír. –No tienes que hacerlo- su boca decía que no, pero el trozo de carne caliente que Arthit tenía tan cerca que podía sentirlo en su mejilla le pedía que continuara.

Mejor que la leche rosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora