Capítulo Cincuenta y Siete

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Bad Dream — Ruelle

"Al Acecho"

Fiorella

— ¿Y bien? ¿Qué me cuentas de Madrid?

—No hay mucho que contar, solo hemos ido de compras y de paseo. Nada fuera de lo común.

Camino por la habitación mientras sostengo el teléfono en mi mano. Cai me llamó para saber cómo la estaba pasando en mi "escapada" y pidiendo detalles de todo lo que hacemos. Está de más decir que se enojó porque no pudo venir. Pero tampoco es mi culpa que su hermano me haya subido a un avión en la primera oportunidad que tuvo y me haya alejado del mundo.

Una sonrisa se me escapa.

El tiempo se ha pasado volando y solo nos quedan uno o dos días cuando mucho aquí en Madrid. Massimo me ha regalado una estadía tan fantástica. Hemos visitado casi cada rincón de la ciudad. Los primeros días fuimos de compras y a pasear por la Plaza de Cibeles. Frida no paró de poner bolsas en mis brazos y en los de los chicos hasta que tuvimos que dar dos vueltas a la camioneta para guardar las cosas. Me sentía avergonzada por hacer gastar a Massimo de esa manera. No estaba acostumbrada a los lujos —y dudaba que alguna vez lo estuviera —, así que cada vez que su tarjeta pasaba por la máquina, yo solo me sentía cada vez más culpable, pero cuando sus ojos esmeraldas me miraron con aquella calma que siempre me tranquiliza sabía que él no se sentía usado ni pensaba que me estaba aprovechando de la situación.

Yo estaba con él por lo que su corazón podía ofrecerme, no por los ceros que había en su cuenta.

Acudimos al parque El Capricho, que sin duda fue uno de mis favoritos. Admiraba las extensiones de flores y pasto muy bien cuidados. Las diferentes arquitecturas que se encontraban en el lugar fueron mi delirio y no pude evitar el tomarme fotos junto a ellas. Massimo no paraba de usar su cámara y pedirme que fuera su modelo. Carcajadas salían de mis labios cuando él gritaba detrás de la cámara «¡Muy bien, Amore!» «Te ves preciosa, ¡dame más de tus encantos!» «Sonríe más a la cámara, cariño». Mis mejillas no perdieron el color rojizo en todo el tiempo que él me estuvo fotografiando. Las personas que pasaban a nuestro alrededor nos miraban con diversión y algunos con dulzura —Y mucha más dulzura de parte del sector femenino hacia mi novio —. Cuando nos acercamos de nuevo al matrimonio Romano, Nikolay extendió su teléfono y habló con sorna:

—Los de la Organización se morirán de la risa cuando vean este video tuyo de esclavo fotógrafo de tu chica, Massi. —Sus ojos azules se arrugaron con burla. Su esposa le dio un pellizco en el brazo y él la miró con el ceño fruncido.

Massimo tapó el lente de su cámara y me atrajo hacia él

—Y se morirán en serio si una sola carcajada se les escapa.

También tuvimos la oportunidad de ir a un partido en el Santiago Bernabéu. Nikolay había conseguido unos buenos asientos, pero no lo suficiente como para llamar la atención. A pesar de haber pasado el tiempo, los estragos de aquel atentado en el concierto aún me visitaban y me mantenían al tanto de cualquier mínima cosa que sucedía. Al momento de entrar al lugar sentía como mi pecho se aceleraba y cuando veía un arma —así fuera la de algún guardia — el pánico me recorría la sangre. Si alguien se me acercaba mucho, contenía la respiración e inconscientemente cerraba los ojos. Desafortunadamente Massimo se dio cuenta de lo que me estaba pasando y eso causó qué él tampoco estuviera tranquilo. Su mano se mantuvo sobre mis hombros todo el partido y la otra muy cerca del dobladillo de su saco, que sabía que escondía un arma.

Los días posteriores se dividieron en salir y quedarme en casa con Frida. Massimo pudo haberme sacado de Nueva York, pero la mafia estaba por todos lados y es obvio que él no pudo librarse de ello. Junto a Nikolay salían por las mañanas después de desayunar y no volvían hasta entrada la tarde. No me atrevía a preguntarle qué es lo que hacían o a dónde iban, ciertamente no quería tener imágenes en mi cabeza que no me harían nada bien.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora