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El joven bajó la mirada hacia sus manos, sujetó la cuerda con fuerza hasta clavarse las uñas en la piel, ató el nudo y se dirigió hacia la barra de madera en aquella habitación, estaba seguro de que esta soportaría su peso.

Él era un genio después de todo.

Las dudas en su cabeza resonaban como si quisieran penetrar su cráneo, taladraban su mente para quedar implantadas ahí. Se supone que él ya había tomado una decisión. Se supone que sería más fácil una vez aquí. Era un final, era lo que había estado esperando.

Era una salida.

Subió a la silla y ató la cuerda a la barra de soporte. Podría haberse colocado la cuerda alrededor del cuello de una vez, pero no lo hizo. Bajo de la silla y paseo por la habitación una vez más.

Las fotos enmarcadas, los libros en las repisas, sus proyectos sin terminar como el brazo robótico para su futuro laboratorio. Analizó todo por última vez. El latido en su pecho era rápido y descontrolado, y un ataque de pánico se sentía a flor de piel.

La voz de su padre se reproducía en su cabeza una y otra vez en su cabeza como un vinilo en un tocadiscos. Los gritos y la mirada de desprecio, eran un recuerdo que perdurará para siempre; los insultos resonaban en el espacio... "Marica", "Yo no puedo tener un hijo enfermo".

Cruzó la habitación en dirección a la ventana y apreció el paisaje detrás de aquel cristal. El mundo seguía su rumbo; el sol brillaba alto y pocas nubes adornaban el cielo, el jardinero de su familia cortaba uno de los arbustos más altos y Jarvis cruzaba el patio con una bandeja de té, seguro para su madre quien esperaba intranquila en el asoleadero.

Jarvis.

No quería dejarlo, no quería hacerlo sufrir, no quería que llorara por su culpa.

—Lo siento, Jarv.

El castaño seguía paseando por la habitación, tal vez tratando de grabar en su mente aquel lugar. Si pudiera llevar recuerdos al lugar a donde iría, llevaría el recuerdo de esa habitación, donde durante años se escondió de las discusiones de la casa, donde Jarvis lo acostaba todas las noches cuando era niño, donde hizo sus primeros experimentos. Eso viajaría con él.

La vida de Anthony Stark desconocía la pura felicidad. Era un joven destinado a no sentir el amor, a alejar a las personas que le demostraban aunque sea un poco de cariño, destinado a que le rompan el corazón una y otra vez.

Nunca sería suficiente para nadie, ni para su padre, ni sus amigos, o su madre. No era suficiente ni para él mismo. Y estaba harto de ese sentimiento. Estaba harto de sentir.

Camino hacia la silla y subió en ella. Colocó la cuerda alrededor de su cuello. La sensación era indescriptible, las manos sudaban, escuchaba el sonido del reloj como si estuviera siendo amplificado, el corazón latía más y más fuerte. Su cerebro intentaba detenerlo, pero los recuerdos, los gritos, lo mantenían en su lugar.

— ¿Tony?

La voz del otro lado de la puerta resonó en su cabeza y lo hizo dudar.

—Tony, cariño... Soy yo, tía Peggy. Cielo, ¿Puedes hablar conmigo?—la voz de su tía hizo vibrar sus sentidos y algo dentro de él se estremeció. Ella estaba ahí por él y sabía lo que habría tenido que pasar para que Howard la dejara llegar hasta su habitación.

Tal vez, esta no era la decisión correcta.

El miedo invadió su cuerpo por primera vez. Ya no era duda, ahora solo era miedo. Retiró la soga de su cuello y bajo de la silla, caminó rápidamente hacia la puerta, pero antes de abrirla se detuvo.

"¿Qué tal si no valgo la pena?"

—Si no quieres abrir la puerta, al menos escucha. Sé que estás ahí dentro; sé lo que sucedió, me lo dijo tu madre. Anthony, eres el joven más fuerte que conozco. Sé cómo te sientes, y sé que crees que estás solo, crees que estás destinado a no conocer ese lado bueno y hermoso de vivir, pero piensalo dos veces, por favor, cariño—la voz de su tía se quebró ligeramente—. Hay algo aquí para ti, mi amor, solo quedate. Yo te amo, y haremos esto juntos Tú y yo. Lo prometo. Pero, por favor, abre la puerta. Yo no iré a ningún lado.

Tony tomó la cerradura y abrió la puerta para ver a Peggy algo asustada al otro lado de esta. Se abrazó a ella con todas sus fuerzas, sintió las piernas flaquear y se dejó caer al suelo. Peggy sostuvo a su sobrino lo más fuerte que pudo, y trató de decirle así lo mucho que lo amaba.

En ese instante, en aquel breve momento, Tony Stark decidió vivir.

Una Segunda Oportunidad || TonyStarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora