Capítulo 11

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Punto de vista de Link

—La princesa y yo hemos querido regalaros algo para agradeceros vuestra colaboración —anunció el rey Rhoam cuando todos estuvimos sentados alrededor de una mesa. Íbamos a comer en privado, solo los elegidos, el rey y la princesa—. Zelda las hizo para vosotros. Son prendas que solo pueden llevar quienes se han ganado el favor de la Familia Real.

Un sirviente entró con cinco paquetes, que fue dando a cada uno de nosotros. Me fijé en que el mío era considerablemente más grande que los demás. Al abrirlo, me encontré con una túnica del color azul claro de la Familia Real. Miré de reojo a la princesa. Me sorprendía que hubiese hecho algo tan bonito para mí, incluso la talla parecía perfecta.

A Daruk le habían regalado una capa corta, y a Mipha una especie de banda que llevaba cruzada al hombro. A los otros dos elegidos no les conocía. Una pertenecía a la tribu gerudo; era alta y musculosa, y siempre le sonreía con afecto a la princesa. Ella había recibido una falda. Y al orni (que no dejaba de lanzarme miradas fulminantes) le habían obsequiado con un pañuelo.

Todo era de color azul.

—Te queda muy bien —me dijo Mipha después de que yo me pusiera la túnica.

—Espero que te guste —añadió la princesa Zelda, mirándome con seriedad.

—Claro que sí, alteza —fue lo único que respondí.

Tras aquello, volví a mi sitio junto a Daruk y a la princesa, en medio de un silencio incómodo. Y, de pronto, el orni carraspeó dramáticamente para llamar nuestra atención.

—Majestad, me gustaría saber quiénes van a ser mis... compañeros en esta misión —dijo con altivez.

—Claro, claro. Siento no haber presentado a nadie antes.

—¿Puedo presentarme yo mismo, majestad? —pidió el orni. El rey tan solo asintió, ligeramente desconcertado—. Soy Revali, el arquero más diestro de los orni, el único capaz de crear corrientes de aire ascendentes. También soy el orgullo de mi tribu.

Revali clavó la vista en mí, desafiante, como si pensara que yo iba a decir algo. Pero me limité a sostenerle la mirada.

El rey Rhoam sonrió con nerviosismo.

—Gracias, Revali —dijo el monarca—. Bien. Ella es Mipha, princesa de los zora. El guerrero goron se llama Daruk, y Urbosa es la matriarca gerudo. El hyliano es Link, el elegido por la espada destructora del Mal.

—¿De dónde eres, Link?—preguntó de repente Revali.

"¿A ti qué te importa?", estuve a punto de decirle. Pero en el último segundo recordé que el rey, la princesa y los otros elegidos estaban delante, y no les daría una buena impresión si empezaba a comportarme como un idiota.

—De la aldea Hatelia —respondí sin más.

Revali tan solo me contempló durante unos segundos, y luego comenzó a reírse a carcajadas. No fui capaz de ocultar mi desconcierto en aquella ocasión.

—¿Qué?

El orni dejó de reírse y me dirigió una sonrisa burlona.

—Disculpadme —le dijo al rey y a la princesa. Después devolvió la vista hacia mí—. Es solo que... —Soltó otra risita—. Diosas, no me explico cómo un niño de pueblo ha llegado tan lejos. ¿Te enseñaron a quitarles la lana a las ovejas en la aldea Hatelia?

"Asqueroso hijo de..."

A pesar de que me hervía la sangre, decidí utilizar la máscara de la indiferencia una vez más.

—Me enseñaron a quitarles la lana a las ovejas —asentí con voz pausada—. Me enseñaron a ordeñar una vaca, a cepillar a un caballo y a cuidar gallinas. Y también me enseñaron cuándo y cómo debo usar una espada —acabé con toda la frialdad que me fue posible.

La sonrisa burlona de Revali fue desapareciendo poco a poco, al mismo tiempo que su mirada se volvía amenazante.

—He oído muchas historias sobre ti. Algún día podríamos comprobar si son ciertas, ¿qué te parece?

Tuve ganas de reírme.

—Cuando quieras.

Unos sirvientes entraron antes de que a Revali le diera tiempo de replicar. Nos sirvieron a cada uno cuencos hasta arriba de sopa de calabaza, se inclinaron ante el rey y la princesa en señal de respeto y se fueron por donde habían venido.

Afortunadamente, Revali pareció olvidarse de mí por el momento. Yo me mantuve en silencio mientras el rey y el resto de elegidos conversaban animadamente sobre la comida típica hyliana. Me di cuenta de que la princesa Zelda tampoco decía nada, pero no hice ningún intento de hablar con ella. ¿Para qué? Solo serviría para empeorar aún más las cosas.

—¿Es cierto que vas a ser el escolta personal de la princesa, Link? —preguntó Mipha.

"Diosas, ¿por qué siempre todos los temas de conversación tienen que acabar en mí?", pensé. Tuve que hacer verdaderos esfuerzos por no soltar un resoplido.

Noté que la princesa se tensaba a mi lado. Bajé la vista con nerviosismo, sin saber qué podía contestar para no empezar una nueva discusión entre nosotros.

—Sí —respondió el rey Rhoam al ver que ni yo ni su hija íbamos a decir nada—. Link fue elegido tras salvarle la vida a Zelda.

La princesa sonrió falsamente.

—Me acompañará vaya adonde vaya. Nada malo puede pasarme a su lado; es el Héroe de Hyrule. ¿Quién mejor que él para seguirme a todas partes? —Soltó una risita que carecía de alegría.

Tuve que morderme la lengua para no decir lo que pensaba. ¿Qué era lo que le molestaba tanto de mí? ¡Ni siquiera nos conocíamos! ¡Apenas habíamos hablado!

"Si no me quiere como escolta basta con que dé una orden y ya está"

Una parte de mí (una parte muy pequeña) tenía la esperanza de que las cosas mejoraran entre nosotros y pudiéramos incluso llegar a entablar algo parecido a una amistad. Aunque veía eso extremadamente improbable.

Después de aquello, el rey les explicó a los cuatro elegidos las pruebas que debían superar para mostrarse dignos de controlar sus Bestias Divinas.

Yo me encerré en mi silencio habitual el resto del tiempo, y me dio la impresión de que la princesa Zelda hacía lo mismo.



Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora