1.

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Las paredes revestidas por ladrillos negros sumían al garito en un ambiente lúgubre, pero de extraña manera, acogedor. Había varios pósters de bandas de rock y de marcas comerciales de cerveza adornando las paredes. En el fondo de la estancia un par de sillones de terciopelo verde eran ocupados por tres hombres, cuyas expresiones divertidas revelaban una conversación animada y en las mesitas de roble oscuro que tenían en frente se enfilaban vasos de licor, copas vacías, y un cenicero desbordante con colillas a medio terminar. Cuatro luminarias incrustadas en el techo alumbraban lo suficiente para permitirle a la bartender distinguir entre las estanterías copiosas de botellas.

Frente a la barra estaba el escenario con los reflectores apagados y el telón arremangado a los lados. Había varios amplificadores encimados uno sobre el otro, así como un bajo mal recargado en una de las bocinas gigantes. Justo encima a la izquierda, sobre una señal de precaución, luces rojizas de neón enmarcaban el nombre del bar, en cuya tipografía torcida se leía Tequi-La-La. La música ochentera resonaba por cada rincón del lugar, marcando ritmo al son de I'm so excited de las Pointer Sisters. Al pie de la tarima se recargaban Conway y Volkov, ambos sosteniendo vasos bajos rellenados de su bebida predilecta: whisky y vodka, respectivamente.

Horacio no tardó en reparar en el dúo que conversaba recelosamente apartado del grupo de policías.

—Míradlos, ni porque se supone que estamos aquí reunidos para convivir se atreven a acercarse, somos los comemierda —reprochó y le dio el último sorbo a su tarro de cerveza. El gusto amargo terminó por anidarse en el fondo de su garganta.

—¿Qué? ¿Tienes celos que Volkov le presta más atención al viejo que a ti? —apuntó Gustabo mientras se giraba sobre el taburete, mirando la escena con detenimiento—. Señorita, otra ronda de lo mismo, por favor —señaló ambos tarros vacíos.

—Qué va. Si me está ignorando a propósito, se nota. Está picado. —Horacio se recargó de espaldas a la barra, apoyando los antebrazos sobre ella.

—Pero ¿cuántas lleváis, compañeros? —dijo Gregorio, con una sonrisa en la cara, haciendo referencia a los más de cinco tarros vacíos que la bartender retiraba de la barra. Le hizo un gesto vago con la mano, pidiendo un refill.

—Aquí el deshidratado es Horacio —le señaló—. Yo es que pura cerveza artesanal, pero la de aquí sabe a culo, así que solo me he bebido un par para tampoco quedar como el único sobrio.

—Ostia, pues cuidado que al compañero ya se le está yendo la mano —comentó por último, antes de desaparecer por los escalones que llevaban al segundo piso con los dos cubatas recién preparados cogidos en cada mano.

Horacio estaba embelesado y completamente abstraído en sus pensamientos, pendiente a cada movimiento que hacía Volkov. La valentía propia que trae consigo las grandes cantidades de alcohol en la sangre le hacía preocuparse poco o nada en si el otro se daba cuenta de cómo lo taladraba con la mirada. Es más, Horacio quería que lo notara, quería que se diera de cuenta que, pese a sus intentos de hacer cómo si no existiera, él era capaz de seguir llamando su atención. En eso, Conway empezó a encaminar sus pasos hacia ellos, al igual que Volkov, solo que este último terminó por posarse en el lado contrario de donde estaban ellos. Horacio no pasó eso por alto y le siguió con los ojos descaradamente. Volkov volteó a verlo, en silencio, en un intento por hacerle saber que se estaba dando cuenta, pero entonces el guarda de seguridad se acercó al comisario y empezó a intercambiar palabras con él.

—Muy bien, supernenas —llamó Conway en voz alta, buscando que los de la terraza del segundo piso se enteraran—. Traer vuestro culo aquí.

—Míralo, míralo —dijo Gustabo entre dientes, aguantando la risa—, al abuelo ya se le han subido las copas.

Entre cuatro paredes (Volkacio +18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora