Domingo comenzó cuando terminó sábado. Y durante las próximas veinticuatro horas transcurrió en soledad.
A él le gustaba las salidas de mañana, las campanas del llamado a misa y los largos paseos en familia. Eso era lo que le gustaba más.
Ahora nadie salía, los únicos con permiso para circular eran los repartidores a domicilio que solo hacían ruidos como mosquitos.
El llegaba cada siete días y se estaba acostumbrando a la soledad.
Dejo de extrañar las campanas de la mañana, el ruido de los carros y el corte de la hoja del calendario.
Ellos al final se habían extinguido.Alan del Cid