Extra.

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Zack.

Mirando tu lápida me di cuenta de lo infeliz que era, y cuánta culpa tenía en lo que te había pasado.

Jenny, mi Jenny.

Aún recuerdo tu sonrisa alegre y tus hermosos ojos que brillaban cada vez que me veías.

Hoy era un día soleado, como el día en qué te diste cuenta que era un monstruo y huiste de mí. Como el día que te fuiste, y te llevaste a nuestro hijo contigo. ¿Cómo hubiera sido? ¿Podría alguna vez ser un buen padre? ¿Nos casaríamos y viviríamos en una hermosa casa en el campo? Pero nada de eso importaba ya, porque ninguno de los dos estaba junto a mí, y no lo estaría nunca.

El cementerio estaba casi vacío hoy, y no esperaba menos en un domingo aburrido y caluroso como este.
La camisa gris que llevaba puesta hoy empezaba a molestarme, el sudor en mi espalda hacía que la piel dañada ahí me picara.

Mis ojos volvieron a recorrer la lápida frente a mí, y no importa cuántas veces viniera a visitarla, aún no me cabía en la cabeza que estaba muerta. El calor empezaba a ser insoportable, por lo que decidí dejar las flores en el cemento frente a mí y salir de allí lo más rápido posible.

Pero algo me detuvo.

Una risa.

Había una mujer a unos cuántos metros de mí, su cabello oscuro y largo caía con gracia en su espalda, y el bonito vestido azul veraniego que llevaba hacía que su piel blanca resaltara.

No sabía por qué esa mujer me intrigaba tanto, su risa resonaba alegre por todo el jardín del cementerio.

La mujer traía unas flores en sus manos, margaritas, y después de un momento se agachó y las colocó frente a una lápida. Alisó su vestido y dio media vuelta para irse, aparentemente, pero no contaba con que su pie resbalara y perdiera el equilibrio.

No cayó, pero fue muy divertido ver sus brazos agitándose como locos cuando trato de no estrellarse contra el suelo. Fue inevitable no sonreír ante esa escena, y eso me sorprendió, porque no sonreía ni reía tan abiertamente desde que Jenny murió.

Pero esa mujer me cegó completamente, tenía algo, algo que sacaba lo que tanto trataba de mantener a raya.

Felicidad.

La mujer miró en todas las direcciones para cerciorarse de que nadie había visto su pequeño accidente. Y justo cuando miró hacia mí, me giré para que no pudiera ver la gran sonrisa burlona que tenía.

Salí del cementerio preguntándome qué clase de mujer era esa.

Y por qué no podía sacármela de la cabeza.

Ví a esa mujer varias veces, cada vez que iba a visitar a Jenny, ella estaba allí. No sé si era el destino o simple casualidad, pero de lo que estaba seguro, era de que ella era hermosa.

Totalmente hermosa.

No podía verla muy bien a la distancia, pero había visto su sonrisa, sus lágrimas, y había escuchado su risa.

¿Podía perder la cabeza por alguien a quién no conocía de nada?

Estaba loco, no podía atraerme alguien cuyo rostro no codos del todo, ni sabía que clase de persona era.

Pero pensaba en ella, mucho.

Pensaba en ella cuándo salía del cementerio, cuando despertaba, y cuando iba a dormir. Maldita sea.

Alguna vez mamá me dijo que encontraría mi estrella. A ella le encantaba salir y ver las estrellas, una amante del espacio, de lo desconocido, y de lo inalcanzable. Mamá pensaba en papá como su estrella, y sus palabras aún estaban grabadas en mi mente.

"Algún día encontrarás a tu estrella, Piero. Las estrellas son las que nos acompañan en la soledad, a quien vemos con anhelo, y deseamos que no dejen de brillar nunca. Nuestro confidente. Nuestra luz. Tú estrellara llegará cuando menos te lo esperes, pero lo sabrás, porque cuando la veas, te sentirás feliz, sin razón, simplemente porque ella está a tu lado. Y si la encuentras, no la dejes ir, nunca”.

Pensaba que Jenny era mi estrella, pero no fue así, y siempre hubo algo dentro de mí que me dijo que ella no era lo suficientemente brillante para mí oscuridad. No pensaba que hubiera nadie que me cegara tanto. Ni que me hiciera sentir todo lo que mamá dijo.

No pensaba tampoco que gracias a un golpe encontraría a esa mujer que borraba todos los límites que me había impuesto. No pensé que la conocería, pero cuando abrí los ojos y me encontré con ella, lo supe.

Al parecer, había encontrado a mi estrella, y brillaba más de lo que alguna vez hubiera imaginado.

Elizabeth Hill.

Elizabeth Hill era el nombre de la mujer que se había metido bajo mi piel.


Bajo mi piel✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora