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Me gustaba la soledad. No ruido, no quejas, nada. Siempre que había algún conflicto en la mansión, me escapaba por el bosque para relajarme. Era el único lugar donde me sentía seguro. Donde podía ser yo.

El aire movía mi cabello, el suelo se encontraba húmedo por la primavera, se podían escuchar algunos grillos y ranas que andaban por ahí. Sonreí levemente a medida que avanzaba. Siempre era el mismo recorrido, pero hoy quería intentar algo diferente.

La mansión estaba muy apartada de la sociedad, para que nadie pudiera molestarnos. Para que nadie supiera quiénes somos.

O qué somos.

No supe cuánto había caminado de más de lo usual, hasta que vi una pequeña casa. Mi ceño se frunció al verla. Mi instinto de alerta se activó. A paso lento me fui acercando. No medía más de dos metros de largo y de ancho era lo mismo. Bastante pequeña.

— ¿Hola? — decidí hablar, necesitaba saber quién vivía ahí, y por qué nunca habíamos notado su presencia.

Nadie respondió, por lo que me vi obligado a entrar, creí que la puerta estaría cerrada pero cuando iba a tocarla se abrió. Al momento de entrar, sentí que algo cambió. Algo en el aire se detuvo. Pasé saliva por mi garganta al observar el lugar. Estaba lleno de flores, no pude reconocer ninguna, me asombró ya que conocía bastantes y las que estaban en ese lugar eran totalmente nuevas para mí.

— ¿Puedo ayudarle en algo? — de repente escuché otra voz en la habitación, me sorprendí.

A mi lado derecho, detrás de lo que parecía ser un mostrador, estaba una mujer. Se veía de cincuenta años, llevaba puesto gafas y labial rojo. Nada extraño. Se veía confundida, yo era el extraño.

— ¿Quién es usted? — pregunté curioso. Necesitaba saber qué hacía ahí y por qué.

— Esa pregunta tendría que hacerla yo. — me observó de pues a cabeza, analizandome — Este lugar no es para alguien...— quitó su vista de mí y la pasó por las flores. — Como usted, joven.

No sabía si sentirme ofendido o enojado porque no respondió mi pregunta.

— Este lugar le pertenece a mi familia, hemos vivido aquí por mil...— cerré los puños brusquedad, casi hablaba de más, no podía enterarse qué somos o tendría que matarla y no quería eso. Al menos no en ese momento. — Mi familia ha estado aquí por generaciones. — carraspeé — Y nunca habíamos visto gente extraña aquí. — su ceja se alzó en el momento que dije «extraña».

— Hemos estado aquí desde mucho tiempo también y tampoco les habíamos visto. — ¿Hemos? ¿Acaso hay más personas aparte de ella? Con inseguridad, pase mis vista por todo el lugar, pero no había otra puerta, además de que era muy pequeño, a excepción de unas escaleras, pero no iban a ningún lado.

Qué extraño.

— Si mi familia se entera habrá problemas, no nos gustan los desconocidos, señora. — hablé imponente retandola, de ser un paseo tranquilizador se tornó algo más serio de lo que esperaba.

— Tenemos estos collares nuevos en venta, el dije está hecho de cristal y contiene una flor en su interior, hay diferentes tipos de flores con significado, ¿gusta uno? — ignorando totalmente mi pregunta puso sobre el mostrador los collares. Rodé los ojos dispuesto a irme, le diría a Reiji y él se encargaría de eso, seguro. — Puede regalarle uno a su novia, son muy buenos para el amor. — sentí mi cara arder, la vergüenza mi invadió. Tenía ganas de golpearla de no ser porque un destello hizo que cerrara los ojos.

Busqué de dónde provenía aquel destello, era de los collares. Mi mirada se enfocó en uno rosa y por alguna razón el rostro de una rubia ingenua se hizo presente en mi mente. Nuevamente la pena me consumió, pero eso no hizo que dejara de observar aquel objeto. Con cautela me acerqué hasta el mostrador, para observar más de cerca el collar. A diferencia de los demás que eran de cristal transparente, este era un cristal rosa con una rosa blanca en su interior.

Mis favoritas.

Sin darme cuenta, el collar estaba en mis manos, inmerso en el dije, que me parecía, precioso. Escuché la risa de la señora y mi ceño se frunció.

— Ese tiene un valor más elevado, es lo más nuevo que tenemos. — entrecerré los ojos irritado, ¿qué creía que era?

Aunque yo no tenía mi billetera en esos momentos y si regresaba a la mansión lo más seguro es que Reiji me pregunté en dónde he estado. No quería que supieran de este lugar, aunque no me inspira confianza, tiene algo que llama mi atención. Es extraño.

— Si deja que me lo lleve no le diré a mi familia que se encuentra aquí. Realmente tendrá problemas si se enteran, son algo...bruscos. — comenté con falsa amabilidad, pero el gesto de aquella señora me desconcertó. Sonrió y asintió.

— No hay muchas personas que pasen por aquí, así que tómalo como un regalo y no vuelvas, tampoco nos gustan los extraño, niño. — me hablaba de una manera tan banal...agotaba mi paciencia.

— Bien, es un trato. — dije dándome la media vuelta dispuesto a irme, mi vista se centró en un diente de león, hacía mucho no veía de estos, en mi jardín sólo hay rosas. Lo tomé y volteé para mirar por última vez a la mujer. — Esto también me lo lle...— sin embargo, ella no estaba.

Confuso, la busqué con la mirada por todo el lugar, quizás estaba jugando conmigo. Pero no había rastro de ella. Recordé las escaleras, las subí, pero no iban a ningún lado, no había puerta. Sintiendo un poco de miedo, decidí salir de aquel lugar, planeaba regresar caminando pero sentía un poco de miedo, por lo que decidí transportarme a mi habitación.

— ¿Subaru-kun estás aquí? — escuché la voz de Yui al otro lado de la puerta, si tuviera corazón este hubiera latido con fuerza. Traté de calmarme para poder hablar.

— Aquí estoy, ¿qué pasa? — caminé hasta la puerta para abrirla, se notaba preocupada, ¿le habrán hecho algo los idiotas de mis hermanos?

— Menos mal. — soltó un suspiro y apretó su rosario. — Te hemos estado buscando desde ayer, estábamos preocupados, los demás no podían sentirte ni olerte, ¿dónde estabas? ¿estás bien? — fruncí el ceño y negué.

— Sólo salí a caminar un rato, acabó de volver... — esta vez fue el turno de la rubia de fruncir el ceño.

— Ayato-kun y Laito-kun buscaron por el bosque, pero no encontraron rastro de ti, ¿seguro que estás bien? — intentó acercarse a mi pero me alejé.

— Deja de bromear, Yui. Estuve en el bosque dando un paseo, hace una hora, acabo de volver. No ayer, hoy. — remarqué la palabra hoy. Pude notar como se tensó, hice una mueca. — Toma. — extendí el collar hacia ella, confusa lo agarró, no quería que se hiciera ideas equivocadas. — Lo encontré tirado, no me lo quedé yo porque es rosa, por eso te lo estoy dando. — mentí desviando la mirada, aún así vi que sonrió.

— Gracias Subaru-kun, le diré a los demás que estás aquí, descansa. — a paso lento, la vi desaparecer por el pasillo. Cerré la puerta para ir a sentarme en la cama.

Todo era muy confuso, desde aquella tienda en el bosque hasta lo que dijo Yui. Ni siquiera había pasado mucho tiempo, sólo una hora, una hora. Recordé el diente de león que tomé, había una historia que mi madre me contó una vez de esta flor, el libro lo debería tener en algún lugar...

No fue muy difícil de encontrar, lo tenía con los demás libros de la escuela y otros que Reiji me había obsequiado que no eran muchos a decir verdad. Era un libro sobre leyendas de hadas, no recordaba que fuera así. Sin darle mucha importancia abrí el libro y busqué diente de león en el índice.

"Diente de león"

Cuenta una leyenda nórdica que esta delicada flor es el refugio de las hadas. Y es que cuando los humanos llegaron al planeta, no eran capaces de ver a las hadas y las pisaban.

Para evitar ser pisadas por un ser ausente de magia, decidieron disfrazarse con pétalos dorados y posarse sobre el tallo de la planta.

La lectura sólo me dejó aún más confundido de lo que estaba, tenía que preguntarle a la señora por qué había tanta diferencia de tiempo. Sentía que ella sabía algo que yo no. Sin darle más vueltas, me teletransporte a un lugar cercano de esa pequeña tienda.

No había nada.

Estaba totalmente solo. Todo era bosque, árboles y más árboles. No había huella de aquella tienda.

No comprendí.

Flower Shop. [DL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora