Capítulo 15.

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DICIEMBRE

Le echo de menos. Hace dos semanas que no le veo y le echo mucho de menos. Es cierto que nos hemos enviado muchos mensajes y me he quedado hasta altas horas de la noche hablando con él, pero no le he tenido cerca. Y le echo de menos.

Me he pasado estos últimos quince días estudiando, estudiando y estudiando, primero porque voy muy atrasada en el temario, y segundo porque vienen unas largas vacaciones de navidad y no quiero pasarlas trabajando. Relax total. E incluso metida en medio de reacciones químicas y ecuaciones, le he echado de menos.

Una vocecita en mi cabeza me dice que estoy perdiendo mi esencia, que estoy dejando de ser la Nora que no dependía de nadie y que solo quería de verdad a su familia y a sus tres mejores amigos, pero no sé qué hacer para evitarlo, porque el muy cabrón ha calado hondo en mí.

Hace varias horas que estoy comiéndome la cabeza y pensando en esto, y obviamente no ayuda nada la mala leche que llevo encima. Hace meses que tengo planeado mudarme a una casa más grande y alejada del centro, pero hoy la querida dueña me ha llamado diciéndome que se aplaza un periodo indefinido la mudanza, que ya me llamarán cuando esta se produzca. Resumiendo: la muy guarra se queda en la casa, por tanto yo no me muevo de aquí, por ahora. No me malentendáis, me gusta mi apartamento, es moderno, precioso, y con espacio de sobra, pero vivo en medio de Madrid, y es un agobio.

Si sigo encerrada en casa el resto del domingo me voy a volver loca, así que me cambio rápidamente, me calzo unas Nike rosa fosforito y con los auriculares transportándome al ring de Rocky con Eye of a tiger, salgo a correr. Es una buena idea un poco de running, porque hace mucho que no lo hago, cuando antes era una rutina diaria. Quizás debería recuperarlo y dejar de comer ganchitos en el sofá…

Doce kilómetros después mi cuerpo se está revelando contra mí, suplicándome que pare, así que vuelvo a casa, muerta de cansancio. Estoy a punto de entrar a la ducha cuando recuerdo que llevo mucho sin mirar el móvil, y hago bien, porque tengo un mensaje bastante importante.

“Sé que llevo días recordándotelo pero te conozco así que mejor te lo digo una vez más. Me tienes que llevar al aeropuerto a las 8, así que te espero en media hora en mi casa, chica peligrosa. Y gracias por el favor.”

Mierda. No lo recordaba. Joder. Mi mente de ingeniera calcula rápido, o lo más rápido que puede tan agotada como estoy. Si son las 6:50 y el mensaje me lo ha mandado a las 6:35… Me queda un cuarto de hora para ducharme, arreglarme y conducir a toda velocidad hasta su casa. Me meto en el baño y me aseo en tiempo record. Me seco y me ondulo el pelo pensando en que ponerme, y salgo para embutirme en unos pitillos de cuero granates y conjuntarlo con un jersey y unos tacones beige. Me siento como si tuviera una cuenta atrás para que estallara una puta bomba. Y si explota que la den, yo acabo de meterme en el coche. Antes de arrancar me pinto los labios de un color rojo oscuro.

La cara de Rubén no es de muy buenos amigos. Se mete en el coche y antes de que diga nada, hablo.

—Ni se te ocurra decirme nada, he llegado perfecta de tiempo así que quita esa cara de amargado. Casi me paran por exceso de velocidad y me he tenido que arreglar en 15 minutos.

—Y aún con tan poco tiempo estas guapísima. —comenta con una gigante sonrisa en su rostro.

—Gilipollas.

—Oh Nora, me duele. —dice llevándose un puño al corazón en una sobreactuada y absurda interpretación. Pero ni me fijo en su estupidez, estoy demasiado ocupada saboreando como suena mi nombre en sus labios. —Bueno, ¿arrancas?

—Oh sí. Directos a Barajas. —digo saliendo de mis ensoñaciones de maricona y volviendo a la realidad.

—En realidad ahora se llama Adolfo Suárez…—explica sonriente por haberme corregido.

Tu tan de Ron y yo tan de Vodka. [Rubius]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora