Érase una vez un campesino que se ganaba la vida trabajando duro el vendía en el mercado. Con el dinero que ganaba, compraba todo lo necesario para sacar adelante a su mujer y a su hijo.
El hombre era muy feliz porque tenía una esposa estupenda y se sentía muy orgulloso de su hijo, un chico fantástico siempre dispuesto a ayudar en las duras labores y a colaborar en todo lo que hiciera falta. Además de trabajador, el joven era muy educado, sensible y buena persona.
Tenía 22 años y el matrimonio creía que ya era hora de que conocierá a la persona adecuada para casarse y formar su propia familia ¡Además, los dos estaban deseando ser abuelos!
Solo había un problemilla: el chico era muy tímido con las mujeres y todavía no se había enamorado nunca de ninguna.
El padre pensó que podía hacer algo se propuso encontrar una buena chica para su hijo. Un buen día, sin decir nada a nadie, se dirigió a sus plantas de frutas cogió un enorme saco y lo llenó de jugosas cerezas rojas que él mismo había recogido la tarde anterior. Después lo metió en un pequeño canasto que enganchó a su caballo y se fue al pueblo más cercano.
Se dirigió a la plaza donde estaba el mercado y vio que estaba repleta de gente. Se situó en el centro y empezó a gritar como loco para que se le escuchara bien:
– ¡Cambio cerezas! ¡Cambio cerezas!
Aparentemente el campesino proponía un juego que era un intercambio genial, así que como es lógico, todas las mujeres del pueblo empezaron a barrer y a limpiar sus casas para acumular la mayor cantidad de desperdicios posible y cambiarla por fruta.
Imagínate la extraña escena: las señoras se acercaban al campesino cargadas con las bolsas, este las recogía, y a cambio les daba exquisitas ciruelas. Cuando terminaba, se subía al caballo, se iba a otro pueblo, buscaba la plaza más concurrida y repetía la operación.
– ¡Cambio ciruelas por desperdicios! ¡Cambio ciruelas por desperdicios!
La propuesta volvía a surtir el efecto deseado: todas las mujeres se ponían a recoger la porquería que tenían desperdigada por la casa, llenaban varias bolsas y se la llevaban al campesino, que muy generoso, les regalaba kilos de cerezas ¡Para ellas el trato no podía ser más ventajoso!
Ocurrió que llegó a un pueblo en el que nunca había estado, y al igual que en las ocasiones anteriores, buscó el lugar donde estaba la muchedumbre y empezó a anunciar su oferta.
– ¡Cambio cerezas por desperdicios! – ¡Cambio cerezas por desperdicios!
Una vez más las mujeres se pusieron a limpiar sus casas y salieron entusiasmadas con las bolsas repletas de desperdicios. Todas, excepto una preciosa muchacha que se acercó al campesino con una bolsita muy pequeña, más o menos del tamaño de un monedero.
– ¡Vaya, jovencita, ¡qué poca basura me traes!
La chica, un poco avergonzada, le explicó:
– Lo siento, pero es que yo barro y recojo todos los días la casa porque me gusta tenerla bonita y aseada ¡Esto es lo único que he podido reunir!
El hombre intentó disimular su emoción.
– ¿Cómo te llamas?
– Mi nombre es Ibelia, señor.
– ¿Estás casada, Ibelia?
La chica se puso colorada como un tomate.
– No, no lo estoy; trabajo mucho y aún no he conocido a ningún chico que merezca la pena, pero sé que algún día me casaré y formaré una familia numerosa porque ¡me encantan los niños!
El campesino se quedó encandilado por su dulzura y tuvo claro que era la chica perfecta para su hijo, justo lo que estaba buscando ¡Su plan había funcionado!
Le cogió las manos con afecto, la miró a los ojos, y se lo confesó todo.
– Ibelia, tengo algo que decirte: he montado todo este tinglado de cambiar basura por ciruelas con el fin de encontrar una mujer buena y hacendosa. Tú eres la única que vino a mí con una bolsa pequeñita porque tu casa está siempre limpia y reluciente; en ella no hay basura acumulada y eso me demuestra que eres trabajadora, cuidas tus cosas y te preocupas por lo que te rodea.
– Ya, pero... ¿para qué quiere encontrar una chica como yo?
– Pues porque tengo un hijo maravilloso que está deseando casarse y formar una familia, pero el pobre trabaja tanto que nunca tiene tiempo para conocer muchachas de su edad. Por lo que acabas de contarme a ti te pasa lo mismo, así que creo que no sería mala idea que os conocierais.
– No, no sería mala idea...
– ¡Pues no se hable más! Te invito a merendar a mi casa ¡Me da en la nariz que os vais a caer muy bien!
– ¡De acuerdo! Me vendrá bien tomarme una tarde libre y hacer un nuevo amigo.
El hijo del campesino estaba podando unas rosas en la entrada cuando vio aparecer a su padre a caballo, acompañado de una mujer desconocida pero realmente hermosa. Al llegar junto a él, ambos se bajaron del caballo.
– Hijo mío, esta es Ibelia, una nueva amiga que quiero presentarte. La he invitado a merendar con nosotros para que la conozcas y de paso pruebe el riquísimo bizcocho de naranja que prepara tu madre ¿Te parece bien?
Ni el joven ni Ibelia escucharon lo que el campesino estaba diciendo porque el flechazo fue instantáneo y ambos se quedaron totalmente embobados mirándose a los ojos, ajenos al resto del mundo.
El campesino se dio cuenta y se alejó en silencio con una sonrisa en los labios. Sabía que los jóvenes acababan de enamorarse y todo gracias a la curiosa prueba de cambiar cerezas por basura.
Los jóvenes siguieron juntos conociendose y enamorandose más ellos siguierón compartiendo y dividiéndose los trabajos ya que a ellos les gustaba trabajar.
Ibelia una chica estupenda siempre tenia suhogar como lo merecía pero su amor seguía creciendo como ninguna relación secasarón y vivieron felices el resto desus vidas.
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Cerezas por desperdicios
RomanceSe basa en la historia de dos jovenes que no se dio la oportunidad de conocer del amor por que ellos trabajan mucho. Ellos se conocieron por la creatividad del padre, que el señor decidio hacer algo para que así su hijo conciera al amor de su vida.