Lo veía bajar peldaños sin siquiera ser conciente del final de la escalera.
Cada día, cada noche. Cada palabra y sobretodo, cada minuto de silencio. Podía mirarlo descender, gritar advertencias y velar su seguridad siempre que estuviese en sus manos, pero no podía detenerlo.
No cuando, con cada paso que daba, descendía más y más. Y, aunque para ese momento él todavía podía verlo en la lejanía de lo que su amigo había sido en algún momento, no había nada que pudiese haber hecho.
Desde pequeños le había visto codiciar con los ojos brillantes en torno a deseos y materia, como si su vida dependiese de ello.
Sabía que él siempre había querido ser importante, reconocido y tener todo lo que quisiera. Tenía esta espontánea personalidad elocuente, radiante. Hermoso con un halo de luz alrededor del sol. Podía llegar a un lugar e iluminarlo, podía tomar un trozo podrido de tu corazón y convertirlo en algo hermoso. Él podía bajar estrellas con su sonrisa y también podía ordenarlas en el cielo con una mano si así lo quisiera.
Cómo su amigo, André lo había visto aprovecharse de ello y conseguir todo lo que quería, a medida que crecía y evolucionaba; Perfeccionaba sus maneras.
Hubiese podido ser lo que quisiera. Lo sabía. Neal podría haber sido grande, muy grande.
Pero ahora su sangre corría por los delgados canales del suelo, imperfecciones del asfalto en el que su cuerpo había quedado tendido. Tenía tantos agujeros en el pecho que no podría contarlos sin perder la cuenta.
Quizá todo hubiera sido diferente si él no hubiese callado lo que había pasado años viendo.
Quizá. ¿Quién sabe? Era demasiado tarde ahora.
P R Ó X I M A M E N T E