Capítulo 65.

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Había escuchado muchas veces que cuando alguien se cabrea o empieza a sentir una inmensa rabia, en algunos casos o, casi en la mayoría, suele ser un variante de mucho estrés acumulado, una tensión muy fuerte que acaba desencadenando la violencia; una violencia que te ciega por completo y no te deja ver si lo que estás haciendo tendrá buenas o malas consecuencias. No piensas en nada, solo en hacer daño a todo lo que se te cruce por delante.

Terceras personas podrían decir que es algo de críos, una impotencia que cuando creces desaparece, porque los adultos se pueden controlar pero los jóvenes no. Pues no es así. Todo el mundo tiene algo dentro, tiene una bomba de relojería que acaba explotando cuando está muy a presión y alguien que se mete en el camino corta el cable equivocado. 

Lo que más me molestó... por así decirlo, fue qué en ese momento, mientras mis manos no dejaban de impactar una y otra vez contra el rostro de esa chica, solo pensé en Castiel.

He leído muchas veces en muchos libros, me han contado muchas personas y yo misma he podido verlo, que cuando te enfureces de una forma tan descontrolada y desconsolada lo ves todo rojo. Pues yo no... yo solo veía a Castiel y lo escuchaba.

—Contrólate, nena, tú eres mejor que esto. —Tenía su voz metida en el oído repitiendo esas palabras sin cesar, hasta tal grado, que quise arrancarme las orejas para dejar de oírlo, para poder dejar salir toda la rabia que me estaba consumiendo sin sentir que lo estaba decepcionando.

Un fuerte tirón en mi camiseta me hizo apartarme de la chica casi en volandas, noté como me sujetaban por los hombros y me sacaban a rastras de la casa dejando un gran caos a mis espaldas.

Me metieron en el callejón que había entre la casa de la que acabábamos de salir y la mía, y me empujaron contra la pared para que dejara de revolverme como un gusano. Tenía bastante fuerza para ser el típico modelo rubio de Victoria Secret.

—¿¡Qué se supone que haces!? ¡¿Qué estás haciendo?! —me gritó Amanda cogiéndome por los hombros y zarandeándome.

La miré con toda la rabia que me fue posible.

—¡¿Y tú?! ¿¡No fue suficiente lo que me hicisteis en la playa qué ahora queréis venir a por más?! —le pregunté a gritos.

Amanda tenía los ojos rojos como si tuviera ganas de llorar y yo... bueno, yo ya estaba llorando.

—Yo no quería que eso pasara, lo juro —dijo con la voz baja y atormentada.

Negué con la cabeza soltando una risa amarga y alejándome de ella unos metros. Me llevé las manos a la cabeza, necesitaba relajarme, necesitaba respirar.

—¿No querías que eso pasara? —pregunté cobrando fuerzas mientras giraba sobre mis talones y volvía a enfrentarla—. Pues que yo recuerde tú también estuviste ahí, golpeándome junto a ellas.

—Yo no te toqué —me aclaró rápidamente mirándome de reojo.

—¿No lo hiciste? —pregunté haciéndome la tonta, pero acercándome a ella con los puños apretados—. ¿Y qué fue lo que hiciste ahí? ¿Qué hacías ahí, Amanda? —le pregunté lentamente a dos pasos de alcanzarla y con una expresión amenazante en el rostro que no podía verme, pero que sabía que asustaría a cualquier persona que pasase por delante.

Me miró atolondrada, sin reaccionar, hasta que poco a poco empezó a agachar la cabeza y yo apreté los labios apartando la mirada de ella.

—Sujetarte para que no te movieras —contestó obediente como quien responde a una pregunta obligada por un profesor. Solté una risa amarga, aunque mi barbilla tembló por las lágrimas que caían por mis mejillas. Desde luego, cualquiera que me viera pensaría que era una demente psicópata—. ¡Pero yo jamás quise hacerte daño! —me aclaró dando un paso hacia mí—. A mí no me gustaba lo que te hacían, no lo veía bien, no era justo golpear a una persona solamente por el motivo por el que te golpearon a ti.

Un perfecto verano © (Completa, en edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora