Capítulo 6: el infierno

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Me subo al coche y le pido al chofer que me lleve a casa. Siento un gran nudo en la garganta y solo quiero dormir un rato para ver si se me alivia el dolor de cabeza que me está matando. No pienso darle el gusto a Polo de irme con él, por eso he elegido a Yeray, no me importa que se enfade, al menos a aquel gilipollas podré manejarlo como se me antoje, porque aunque para los negocios sea un as, para ejercer poder sobre otros es un imbécil.

Se me llenan los ojos de lágrimas cuando llega a mi mente la imagen de Samuel suplicándome que no lo dejara; sinceramente, es una de las cosas más difíciles que he hecho en mi vida, pero no puedo permitir que algo le ocurra por mi culpa, no me lo perdonaría. Polo ya le ha atacado con el accidente de la bicicleta y si no me alejo, cada vez será peor y peor hasta que acabe matándole. El corazón se me encoge ante ese pensamiento y me llevo las manos a la frente en señal de lo cansada que me siento.

El móvil anuncia la llegada de un mensaje y frunzo el ceño al ver un número desconocido, pero en seguida hago una mueca cuando veo que es el pesado de Yeray. Bloqueo el equipo. No me siento con ganas para responderle.

Llego a casa y me encierro en mi habitación. A los pocos segundos tocan la puerta y decido no contestar. Mi padre la abre sin importar y camina hasta quedar frente a mí.

-¿Has decidido algo? –Se cruza de brazos y me observa con su característico ceño fruncido– vamos Carla, no tengo todo el día para perderlo aquí.

-He escogido a Yeray, ¿feliz? –lo veo esbozar una sonrisa ladina que me provoca querer quitársela a hostias– ahora vete de mi cuarto, no me apetece verte.

-Buena chica –intenta acariciar mi cabello y me alejo para que no alcance a poner sus cochinas manos sobre mí.

-No me toques, no me mires, no me hables. El que esté obligada a hacer esto para salvar a mi madre, no quiere decir que he vuelto a estar de tu lado, para mí has dejado de ser mi padre desde el momento que me has vendido como a una vulgar prostituta. Ahora salte de aquí, Teodoro, que me repugna hasta compartir el oxígeno contigo –una leve expresión de dolor cruza por el rostro de mi padre, pero se recompone de inmediato.

-Como prefieras, te dejaré descansar para que te tranquilices –da media vuelta y sale de mi habitación.

Me fijo en el móvil y encuentro cinco llamadas perdidas de Yeray. Coño, pero, este tío es exasperante. Como no me siento de ánimos de seguir soportando sus notificaciones, le envío una hora para que pase por mí y que él escoja el sitio, no me importa cuál sea.

Me duermo hasta que suena la alarma que he colocado para tener el tiempo preciso y prepararme para salir con Yeray. Con desgana me levanto de la cama y escojo el primer atuendo que me encuentro. Me aplico brillo en los labios, un poco de rímel, me acomodo el cabello hacia un lado y sin mirarme mucho, salgo de mi habitación.

Me siento en la sala a esperar a que llegue este tío tan pesado. Mamá aparece de repente y se acerca a mí.

-Te ves preciosa, cielo –esbozo una pequeña sonrisa– ¿saldrás con Samuel?

-No –le respondo seria y sin darle más detalles.

-¿Te pasa algo? ¿Te sientes bien? –Desliza su mano por mis mejillas una y otra vez, como queriendo leerme.

-Sí, estoy bien –el claxon del coche de Yeray me salva de tener que seguir respondiendo a sus preguntas. Tomo mi cartera y el móvil– voy a salir, regreso luego.

-¿Segura que estás bien?

-Perfectamente –respondo cuando ya estoy de espaldas abriendo la puerta.

-Diviértete, te quiero.

-Yo también, mamá –me giro para darle una sonrisa que intento que se vea convincente pero es realmente triste.

Contigo, hasta el finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora