ARIEL (CAPITULO CUATRO)

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La vegetación que rodeaba al Palacio Oscuro tenía formas extrañas de diversos colores y tamaños, desde las alturas Ariel veía con absoluta claridad aquel panorama. 

Tan extraño como fascinante, Ariel se sentía con esa mescla de emociones en su interior al estar volando por esos aires. El viento le golpeaba en la cara con fuerza mientras jugaba con sus oscuros cabellos que flameaban al viento.

Esa sensación de libertad fue adueñándose de su interior y repentinamente volvió a él el anhelo de recuperar a su hermano y liberar su luz cautiva. Aquello resultaba ser inaudito para la oscuridad que lo mantenía prisionero en su propio ser.

Un furioso dolor se adueñó de su cuerpo y tuvo que hacer un gran esfuerzo por mantener el equilibrio y la cordura ya que el aire comenzaba a faltarle.

Sujetándose con fuerza del dragón para no caer enfocó su mente en el panorama que tenía bajo suyo. Sin pensar en nada más que encontrar la salida de esa dimensión.

Aún así le resultaba imposible respirar, sus  pulmones se cerraron sin piedad ocasionándole un infierno, abrió la boca intentando llenarlos de aire pero solo un hilo muy delgado circulaba.

La angustia de saberse atrapado lo invadía, la desesperación por el hecho de haber traicionado a Uriel lo aniquilaba por dentro.

Esa maldita oscuridad se negaba a dejarlo ir. Por unos instantes el verdadero Ariel afloró y solo deseó rescatar a su gemelo, buscarlo para pedirle perdón. Pero sabía que sería inútil, todos sus deseos jamás se cumplirían.

— Uriel — susurró angustiado — ¿Dónde estás hermano? — las lágrimas humedecían su rostro —  Por favor, ayúdame.

Pero su fuerza fue mermando hasta casi extinguirse para devolverlo a su prisión en su propio interior donde yacía encerrado.

La oscuridad volvía a vencerlo adueñándose de su mente, cuerpo y voluntad otra vez. Sus lágrimas se secaron y la angustia de su rostro desapareció para dejar paso a la crueldad que se dibujó nuevamente en su expresión.

El príncipe dragón estuvo atento a este cambio de su jinete en absoluto silencio, vió con su poder cómo él luchaba contra esa oscuridad que se adueñó de su ser sin poder vencer.

Cuando supo que volvía a ser derrotado suspiró con pesar, no sería nada sencillo para su jinete liberarse de esa oscuridad que lo mantenía cautivo.

Lo ayudaría en lo que le fuese posible hacerlo ya que ese desconocido podría hacer grandes cosas si volvía a la luz, solo esperaba que para cuando ese tal Uriel llegase no  sea demasiado tarde.

Sobrevolaron por los jardines del Palacio Oscuro y sus extravagantes construcciones, así Ariel supo que no había entrada visible por la cual introducirse en ese sitio sin ser vistos por los guardias que, según el príncipe dragón, eran enormes monstruos poderosos y salvajes, muy difíciles de vencer. Varios habían intentado atravesar la guardia pero nadie lo pudo lograr.

Las únicas entradas estaban muy bien custodiadas por seres que a los ojos de Ariel medían dos metros de altura, el cuerpo era similar al de los dragones por lo duro y resistente en su forma  original, sus piernas y pies como así sus brazos y manos eran las de una persona, sus cabezas se asemejaban a la de las águilas y tenían cola de león.

Frunciendo el ceño Leonel estudió esas extrañas criaturas con atención, realmente nunca antes había visto algo semejante en sus milenios de existencia.

Las diversas terrazas eran enormes y tenían escaleras que conducirían al interior de la estructura pero si ningún dragón descendió simplemente allí evidentemente sería porque había una trampa o algo que se los impedía.

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