El viento peinaba tus cabellos castaños. El sol se ocultaba ante tu vista. La noche debía ser más placentera que esto. Como decía el guión de alguna película antigua, todo lo que está bajo la luz de la luna se vuelve color azul. Tal vez no todo, la luna era un consuelo de almas deprimidas y de otras perdidas.
Te cubriste aún más con la manta que tenías en la espalda. Deseabas sentir algo de calor humano, algo del calor que Jin -tu novio- te proporcionaba siempre. Lo necesitabas más que los rayos de luna creciente que se veía en horizonte, más que a las estrellas; que, como espinas de la vida, iluminaban inspirando a más gente.
No te sentías mal, para nada. Sólo... estabas ese estado de ánimo en el que no estás triste pero tampoco feliz ni tranquila. Sino más bien pensante. Un extraño licor que arde al llegar a la garganta, pero que al llegar al estómago, alivia y te hace sentir ese gusto por lo amargo. Esa sed por vivir a costa del sufrimiento que implicaba el arriesgarse a zambullirse en aguas extrañas.
Querías saber qué había más allá.
Seokjin y tu eran pareja desde hace ya varios años. Los recuerdos de los dos abrazados mientras veían alguna película de los noventa, cuando él te abrazaba por detrás y te rodeaba completa, su aroma tan único; te abrumaba en buen sentido. Jin siempre tenía algo diferente que mostrarte. Un chiste nuevo que contar. Palabras hermosas que siempre sacaba de debajo la manga para animarte. Era abrumador pensar en lo realmente bueno que era para hacerte feliz.
Tu eras Latina pero no tenías recuerdo alguno sobre tus tierras. Tus padres se habían mudado a Corea cuando tenías apenas dos años y en los 24 años restantes de tu vida, jamás habías tenido la oportunidad de ir a tu país. Eso era algo que te había tenido en intriga toda tu vida. Una de las más importantes aventuras que te habías propuesto hacer era poder ir a la tumba de tu abuela, a la que jamás habías conocido. Conocer a la familia de tu mamá que vivía en Latinoamérica. Habías visto mucho en internet sobre tu país, te parecía muy curioso. Gracias a tu mamá, creciste sabiendo hablar coreano y español. Corea era un hogar para ti pero esa intriga de conocer tus orígenes había estado siempre presente en ti. Así que habías empezado a hacer planes para ir a vivir allá unos meses, tal vez años. Habías arreglado tu estadía en la casa de una tía. La misma, era dueña de la empresa de tus abuelos y ella también podía darte trabajo para tu carrera allá. Todo estaba listo, sólo debías comprar el boleto de avión.
Ver Seúl desde la azotea del edificio en el que habías vivido tu vida entera, sabiendo que en cualquier momento te irías era agobiante. Realmente no sabías si volverías, porque tus planes no eran tan concretos una vez llegaras a Latinoamérica. Te habías enamorado tanto de la cultura que te vio nacer, que solo podías llorar al pensar en irte, cuando ni siquiera habías llegado.
La peor parte de todo era Seokjin. Sí, él era la peor parte, porque para Seokjin eras todo lo que para el mundo no: Hermosa. Hermosa en todos los sentidos que ni tu podías entender. Y Seokjin se había vuelto tu mundo, literalmente. Probablemente lo veías más a él que a ti misma en el espejo. Y aún así no te aburrías. Jamás. Él era simplemente magnífico.
Suspiraste al recordar las veces que discutieron por el tema de que tu te irías pronto a tu país. Seokjin tenía un único defecto: No dejarte cumplir tus sueños. Te amaba tanto que no quería dejarte ir. Él era muy terco y decía que tu ya tenías una vida muy prometedora en Corea.
"¿Para qué arriesgarlo todo e irte a empezar de nuevo a Latinoamérica? Quién sabe si tu tía realmente te va ayudar, o tal vez sólo lo haga los primeros meses y luego te bote a la calle. Aquí me tienes a mí y a tus padres, ¡La familia de tu padre está aquí! En un futuro, cuando nos hayamos casado, yo te prometo que te acompañaré a Latinoamérica y podrás conocer a la familia de tu mamá. Nos quedaremos todo lo que quieras allá pero yo quiero que vayamos juntos. No puedo dejarte sola. Me niego a que me dejes solo"