ARIEL (CAPITULO OCHO)

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Lentamente fue recuperando la conciencia y junto con ella regresaron todos los dolores con mayor intensidad, contempló la oscuridad del techo.

Tenía que levantarse, debía encontrar la salida de esa dolorosa dimensión ya que el poder que estaba buscando no se hallaba allí.

Sujetándose del suelo con los codos y los antebrazos se impulsó hacia arriba sin prestar atención a las múltiples agujas invisibles que se le inscrustaban en el cerebro, tampoco tenía en cuenta los intensos dolores musculares que parecían estar quemándolo vivo.

Cuando consiguió colocarse de pie se apoyó en una de las paredes del laberinto sujetándose con su brazo derecho. Respiraba entrecortado. Centró la mirada en un punto del suelo hasta focalizarla, recién pudo observar aquel lugar con mayor detenimiento.

Era un gigantesco laberinto similar al que había visto en el Reino De Los Dragones solo que este era muchísimo más grande y estaba hecho de un extraño material liso y sólido blanco y negro. El camino seguía derecho un par de metros antes de doblar a la izquierda.

Respirando entrecortado aún, Ariel miró cada detalle de aquel lugar. Estaba en un sitio donde la oscuridad reinaba pero más allá se encontraba la luz para acabar en los límites de la siguiente oscuridad.

Esa era la dimensión del laberinto claroscuro. Si en la oscuridad sufría tantos dolores a lo mejor en la luz todo se desvanezca. Intentando comprobar su teoría fue sujetándose de la pared mientras se dirigía al sector de luz.

No bien puso el pie allí sus dolores se desvanecieron, cuando se hubo parado en el sector de luz sintió renacer todas sus fuerzas. Pudo volver a respirar sin dolor ni dificultad. La luz lo iluminaba al completo reconfortándolo.

Ahora hasta podía recorrer con su mente aquella dimensión y así lo hizo. Era interminable pero había una salida aunque estaba muy lejos. Regresó al sitio donde su cuerpo seguía en menos de un segundo.

La oscuridad ocasionaba dolores terribles mientras que la luz renovaba las fuerzas produciendo calma. Tendría que hacer uso de su máxima voluntad para deambular por ese laberinto y salir. Suspirando profundo comenzó el trayecto.

A medida que avanzaba diversas sensaciones lo atravesaban, intensos dolores seguidos de gran calma para volver a sentir como si estuviese siendo cortado vivo en pedacitos. ¿Cuánto tiempo pasó así? Lo ignoraba y a esas alturas no deseaba saberlo, no tenía las energías necesarias para concentrarse en su poder.

Llegó un momento en el que su agotamiento tanto físico como mental llegó a sus límites y cayó inconciente al suelo en medio de la oscuridad. Los dolores no cesaban. Hasta respirar le dolía.

Su sufrimiento era interminable y continuo, sus sueños estaban colmados de pesadillas donde era torturado de todas las maneras posibles e imaginables. Pero repentinamente sintió que lo sujetaban y arrastraban lejos de las sombras y del martirio. La luz trajo consigo la calma y la paz anhelada.

Cuando abrió los ojos se sentía renovado y con fuerzas para seguir avanzando, miró a su alrededor y descubrió que no estaba solo. Junto a él se encontraba un jovencito muy extraño, parecía ser apenas un niño de diesciseis años de edad.

Vestía ropas extrañas de colores claros, rubios cabellos y de ojos turquesas como el cielo. Su carita angelical lo contemplaba sonriente. Le extendió la mano para ayudarlo a levantarse:
- ¿Quién eres tú? - preguntó Ariel
-Alguien que vino a ayudarte - le contestó el muchacho

Ariel sentía algo familiar en ese extraño pero no se detuvo a meditarlo ya que había otras cuestiones mucho más importantes que debía pensar como ser buscar la forma de salir de allí. El muchacho le entregó un diamante azul mientras le decía:

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