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Amar lo prohibido

Me encontraba en el aparcamiento de bicicletas, sosteniendo las correas de la mochila que colgaba sobre mi espalda y balanceándome de atrás hacia adelante con mis pies. Esperaba a que Neil saliese de la escuela para disculparme por haberlo tratado grotescamente. Ese simple acto me costaría un esfuerzo sobrehumano. No estaba acostumbrada a pedir perdón cuando me equivocada. La culpa a esto se la atribuía a mi familia, ellos jamás admitían sus errores frente a otro.

El viento predominaba el día de hoy en Wingwood. El flequillo que cubría mi frente se movilizaba de un lado a otro. Seguramente mi cabello se asemejaba a un nido de pájaros, pero mucho no me importaba, nunca me caractericé por ser una chica que siempre andaba peinada.

Vi a Neil bajando las escaleras de la entrada del colegio. A medida que se acercaba, sus rasgos se hacían cada vez más visibles. Su rostro triangular era iluminado por la luz del sol, haciendo que sus ojos marrones se aclarecieran y se achinaran un poco. Su pelo castaño y levemente enrulado estaba siendo atacado por la brisa. La camiseta mangas cortas que llevaba puesta hacía resaltar su musculatura, además de que combinaba a la perfección con su jean negro.

Nunca me había detenido a observar tanto al muchacho, pero tenía que admitir que era demasiado guapo. Tampoco teníamos tanto contacto como lo estábamos teniendo ahora, nos conocíamos de vista y porque en alguna que otra oportunidad nos tocó hacer algún trabajo practico grupal. Jamás me imaginé estar aquí parada, esperando para pedirle perdón.

Neil frunció el ceño al ver que le sonreía y lo saludaba con la mano.

―¿Me estabas esperando?― preguntó, confundido.

―Sí, quería esperarte al lado de tu bicicleta, pero no sabía muy bien cuál era― dije―. Esto que estoy por hacer me cuesta muchísimo, así que espero que lo valores. ―Suspiré―. Quería pedirte perdón por haberte tratado mal, tú solo querías ayudarme y yo no estuve a la altura, fui una irrespetuosa.

Él metió las manos dentro de los bolsillos del pantalón y me sonrió. Ese gesto me calmaba, me demostraba que había posibilidades de que aceptara mi disculpa.

―No te preocupes, estoy acostumbrado a que me digan cosas peores, lo que tú me dijiste fue como una oración celestial.

Reí y sentí que el calor que consumía mi rostro disminuía poco a poco. Un sentimiento de alivio recorrió por todo mi cuerpo.

―Gracias por entenderme. No entiendo porqué reaccioné así, aunque quizás sea porque sé que tienes razón en lo que me dijiste.

Neil asintió sin decir nada y se apartó de mí. Giré sobre mis talones en cámara lenta para no perderlo de vista. Contemplé todo el proceso que realizó para sacar la bicicleta del anclaje. Ya listo, acomodó el medio de transporte a su lado y me hizo una seña con la cabeza.

―¿Vamos?

―¿A dónde?― Levanté un ceja.

―Te acompaño a tu casa, solo si tú quieres, claro está.

Me dio cierta ternura su propuesta, pero no estaba dispuesta a irme a casa. Mi objetivo era visitar a mi tía Jenna. Necesitaba hablar con ella, era la única capaz de hacer comprender a papá que era totalmente desalmado querer cambiarme de colegio. Esa mujer tenía una fuerte influencia en él, por eso confiaba en su capacidad de manipulación sentimental para hacerlo cambiar de opinión.

-Me encantaría, pero no voy a mi casa, voy a lo de mi tía que vive en el bosque.

Wingwood contaba con un bosque que separaba el pueblo de una ruta que te permitía ir a otros estados o ciudades. No era un lugar muy grande y tampoco tan poblado. Solo vivían unas seis familias, entre ellas Jenna con su novio y Max, el perro.

Mi vida no es una serieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora