ARIEL (CAPÍTULO DIEZ)

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La hostilidad del exterior lo golpeó con todo, la naturaleza en cuestión no aceptaba a nadie que no pertenezca a su reino. Pero él la doblegaría de una forma u otra, tenía el poder para lograrlo y aquello bien que valía la pena ya que ganaría muchísimo.

Muchísimo tenía por ganar por tal razón valía la pena aquel esfuerzo; no solo obtendría el poder que había ido a buscar sino además lograría un regalo extra. Su mirada recorrió aquel desolado y salvaje lugar con ambición, hacía tiempo que no empleaba su casi máximo poder y en verdad estaba deseoso de hacerlo.

Sonriendo con sombrío placer comenzó a caminar con pasos firmes y seguros alejándose cada vez más de la cueva que servía como escondite para los habitantes de esa dimensión, se fue adentrándose al corazón de la misma naturaleza. Veía lo dolida que estaba debido a los abusos padecidos, entendía su furia pero aquello le resultaba mas placentero aún. Doblegar y someter eran deseos que se habían intensificado en todo su ser a lo largo de ese tiempo.

El viento se había convertido en huracán e intentaba destrozarlo pero Ariel tenía más poder que su contrincante por lo cual siguió su camino sin detenerse ni inmutarse tras colocar a su alrededor un potente escudo cuyos destellos eran de un verde oscuro intenso. Con dicha protección logró llegar al corazón del bosque donde se centraba el mayor daño realizado.

La desolación y la muerte reinaban por doquier en ese sitio, animales y demás seres vivos habían perecido. El daño era irreversible, la contaminación había logrado violentar a la naturaleza más aún. Frunciendo el ceño Ariel contempló aquel desbastador espectáculo. No era para menos pero si semejante poder corría por las venas de aquellas personas conseguiría obtener letales súbditos a su servicio.

La oscuridad se adueñó de su persona por completo en aquel momento logrando que su respiración se entrecortase y perdiera el equilibrio. Cayó al estéril suelo donde fue consumiéndose velozmente, su luz quedó extinguida por completo.

El Ariel que había sido acababa de morir y no había nada que pudiera revivirlo, mientras iba desapareciendo recordaba a su gemelo Uriel que tanto tiempo atrás condenó al lanzarlo a la peor de las dimensiones existentes en ese planeta. ¿Estaría vivo? Conociéndolo seguramente que si pero…¿en qué estado? Deseo poder  estar a su lado, retroceder el tiempo y evitar aquello pero era tarde, ya no podría hacerlo. En cuanto fue infestado por la oscuridad aquella posibilidad había desaparecido de su ser interior.

En medio de aquel ambiente tan hostil él moría lentamente y sin remedio mientras que la oscuridad tomaba forma en su ser, surgiendo un nuevo Leonel. Tan siniestro como ambicioso, tan cruel como insensible. ¿Quién podría detenerlo? ¿Quién tendrá el suficiente poder como para enfrentarlo? Aquellos fueron sus últimos pensamientos.

“Padre. Hermano. Lo siento, no pude….no puedo evitarlo….”

La luz desapareció por completo al tiempo que la oscuridad se adueñó de todo su ser interior. En su alma ya no quedaba ni rastros de la personalidad que tuvo una vez, el bondadoso y comprensivo Tiempo que fue ya había dejado de serlo.  El Ariel del pasado se hubo extinguido de la faz de esta y todas las demás dimensiones para siempre.

La palidez de su rostro reflejaba la muerte total, la misma naturaleza festejo aquello creyendo  haber vencido al extraño pero pronto descubrió su gravísimo error al notar que los colores regresaban a su rostro con la misma velocidad con que lo habían abandonado. Instantes después Ariel abrió sus ojos. Una fría y dura mirada esmeraldina recorrió el firmamento, lentamente se fue colocándose de pie. Miró a su alrededor estudiándolo todo. Luego suspiro cancinamente.

Su poder comenzó a emerger de todo su cuerpo visualizándose en una niebla verdosa y  fue expandiéndose lenta pero continuamente, a su paso iba destruyendo toda resistencia que encontraba. Nada podía hacerse para evitarlo ya que semejante poder provenía del tiempo mismo quién retrocedía todo al pasado cuando aún había calma y felicidad.

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