URIEL (CAPITULO TRECE)

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Hacía más de cien años en tiempo humano que Uriel estaba encerrado en aquella celda, mucho más. Él podía saberlo como así también sabía que allí había un desfasaje temporal ya que en esa dimensión transcurrió una eternidad. Más de siete mil años allí, padeciendo las continuas torturas tanto físicas como mentales a las que Luna lo sometía. Esa era una celda diseñada exclusivamente para inmortales ya que un mortal no soportaría estar allí ni medio minuto antes de sucumbir.

Además él no era cualquier inmortal tampoco, poseía como todos los de su raza una resistencia especial. Por tal motivo aún conservaba la razón y seguía manteniéndose en la cordura. Intentó nuevamente soltarse; hacía tanto tiempo ya que había caído en las garras de Luna que le costaba recordar la sensación de libertad que una vez tuvo. Esta era tan solo una idea, algo abstracto más que un hecho en su vida. De por sí no tenía ya la sensación de respirar aire fresco y puro, esas cuatro paredes, ese techo, ese suelo, esas cadenas habían pasado a formar parte de él mismo.

Aquella era una sensación que no le gustaba nada, por tal razón volvió a intentar romper las odiosas cadenas que lo mantenían aislado de todos y de todo. Golpeó el suelo con sus pies debido a la desesperación mientras forcejeaba con todas sus fuerzas para destruir las cadenas que se sujetaban más a él y al techo donde estaban enganchadas.

Luna apareció en aquel preciso momento sorprendiéndolo, sonrió con gran sensualidad mientras decía:
- Ya tendrías que haberte dado por vencido - se le fue cercando - Es inútil - ella comenzó a acariciar el abdomen de Uriel mientras su aliento lo envolvía - Eres mío - posó sus manos sobre sus partes privadas y las detuvo justo ahí - Solo yo puedo liberarte - luego empezó a subir nuevamente hacia arriba con sensual caricias - Me perteneces completamente - luego quiso besarlo pero él volteó la cabeza para el otro lado esquivando así su infernal contacto. Sin embargo ella le cubrió la mejilla con su aliento ocasionándole escalofrío
- Déjame - dijo él con dureza
- Ríndete a mí y serás más libre que un pájaro
- Nunca - contestó él con los dientes apretados
- Pasase aquí siete mil quinientos años para ser exactos Uriel - le dijo ella a lo que el prisionero cerró sus ojos por el dolor que sentía - ¿Qué parte de ser mi propiedad no te queda claro aún? - Luna sujetó con fuerzas sus negros cabellos volteando su cabeza hacia atrás para contemplarlo mejor, Uriel se vió forzado a abrir los ojos y mirarla - Eres mí esclavo, mío y de nadie más. Puedo hacer de tu vida un infierno peor de lo que hasta ahora padeciste o mejorarla. Tú decides

- Ya tienes mi respuesta - se limitó a contestar Uriel con mayor firmeza. Ella soltó violentamente su cabellera
- En ese caso, padecerás más aún.- La cabeza de Uriel latía con intensidad provocándole dolores continuos. - Te tendré de la forma en la que te deseo por la fuerza aunque sea - diciendo aquello abandonó la celda evaporándose en el aire al segundo.
Uriel respiraba entrecortadamente ya que a estas alturas conocía a su carcelera mejor de lo que ella misma podía llegar a pensar; cumpliría su palabra y eso lo aterraba ya que significaba que estaba buscando una forma de poder controlar su cuerpo y sus poderes sin que él pudiese hacer nada para evitarlo.

Desesperadamente volvió a forcejear en un nuevo intento por romper las cadenas que lo mantenían a merced de esa loca e indefenso ante sus ataques continuos.
Monstruoso, así lo había dejado ella. Convertido en un auténtico deforme sin rastros ya de su antigua forma física aunque por fuera parezca igual que siempre, él se sentía un monstruo. Y el dolor seguía siendo parte ya de su cotidiana existencia porque eso era lo que se limitaba a hacer: "existir". Ya no se podía llamar vida lo que tenía sino existencia maldita.

Respiraba entrecortado y pagando con creces cada vez que lo hacía. ¿Por qué seguía respirando? ¿Por qué motivo permanecía vivo? ¿Cómo es que no moría de una vez por todas? Estaba harto ya. Sentía el dolor en cada sector del cuerpo mientras este iba reconstruyéndose a increíble velocidad, intentó pensar en otras cosas para ignorar aquel dolor. Pensó en su padre ¿tuvo alguna vez un padre? Por más increíble que paresca él no lo recordaba, aunque tenía la sensación de haber llamado con ese nombre a alguien en un tiempo tan lejano y remoto que había pasado a formar parte de otra vida.

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