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El día en que Taehyung vio por primera vez a Jungkook resultó ser uno más. Nada fue un indicio que pronosticara su encuentro. Nada. De hecho aquel día comenzaba a acostumbrarse al trabajo.

Por la mañana despertó junto a su novio, bajo sábanas con un sutil aroma a regaliz. Hoseok se engripó y en un descuido propio de su torpe motricidad, derramó en jarabe en la cama. Pero a Taehyung no le molestó, se sentía a gusto.
O asi sucedió durante ínfimos segundos hasta que su memoria viajó a ese horrible momento...La habitación fría, el olor a regaliz, el metal brillando por todos lados, la luz, el cuerpo de su hermano y la sábana blanca. El miedo le pegó en todo el cuerpo y tuvo que salir de la cama casi saltando. Pero esto era normal, para él y para su novio; su cabeza llena de traumas pasados que no lo dejaban tranquilo.

Se vistió y maquilló. Bajo un abrigo gris que les llegaba a las rodillas llevaba su uniforme.

Siendo el hotel un sitio donde la elegancia se miraba y respetaba, el uniforme de todos los empleados que conformaban la cadena no-elitista de sus huéspedes se conformaba por atuendos que pasarían como trajes formales para quienes no congeniaban con la vena anglosajona de la ciudad. Todos los hombres tenían el pelo estilo "francesa clara". El negro formaba parte crucial del esmoquin de los mucamos. Camisa blanca con cuello inglés el cual dejaba al descubierto la manzana de Adán. Pantalones estilo pinza color negro. Chaleco de tela oscuro, acompañado de pequeños detalles dorados alrededor de las mangas, zapatos Oxford lisos. Y en la parte baja de la cintura un delantal, el cual cumplía con un bolsillo angosto; a Taehyung le gustaba guardar su celular allí. Una arruga, un hoyo en el traje, un cabello suelto significaba el despido.

Al llegar al hotel, su trabajo se reducía a llevar bandejas a los huéspedes. Pasar de habitación en habitación llevando platos con comida que él no podía ver. Todos los platos salían con su respectivo y reluciente cloche plateado, donde Taehyung veía su rostro deformarse con sus sutiles movimientos. Le gustaba mirarse en ellos, saber que estaba en medio del hotel que obtendría su apresiada respuesta.

Su área de repartición constaba de más habitaciones que sus otros compañeros, además de ser un área en que el color rojo predominaba tanto en las paredes como en las alfombras. El recorrido de 65 habitaciones lo dejaba agotado, sin embargo, la curiosidad perpetraba tanto el cansancio como el aburrimiento.

El procedimiento era sencillo: golpeaba la puerta para anunciar su llegada, buscaba la tarjeta de la habitación correspondiente, abría la puerta, soltaba un sutil « permiso, vengo con la comida », dejaba la bandeja en la entrada de las enormes habitaciones, sobre una mesa redonda que gozaba de un mantel que, probablemente, valia más que su propio auto, y salía. Un trabajo que no costaba de ciencia sino de pura rutina. En parte, ésto le molestaba, andar por el hotel sin poder cumplir con su objetivo principal desgastaba la curiosidad. En ocasiones su mal humor se acentuaba y terminaba despotricando al mundo en su mente o, simplemente, se desquitaba con su novio para sentirse el peor chico luego.

Transitaba pensando en su novio el momento en que sus pisadas divagantes pasaron frente a la habitación 302, la única puerta que jamás podia tocar, el único cuarto al que no tenía permitido entrar. Se detuvo gozando de un instinto audaz que lo llevo a girar sobre sus zapatos y entonar un soplo de sorpresa hacía la puerta que encontró abierta.

Regresó sobre sus pasos, su cuerpo se alineó al umbral de la puerta de manera oscura e intento mirar el interior. Su cuerpo se contrajo al no poder discernir nada en su interior más que una oscuridad fría. La luz tenue de embriagues amarillos del largo pasillo no llegaban al interior del cuarto, cosa que lo asombro más. De pronto, tuvo una tentadora idea: entrar. Pero el temor a hallar algo peor de lo que alguna vez vio lo consumo, por lo que no hizo más que estirar su mano para palpar con sus dedos un negro intangible. Y, cuando flexiono sus dedos para comprobar que no estaba tocando nada, una fuerza tenaz lo empujó a la misma oscuridad que había temido. Cayó de rodillas al piso, en medio de un gemido que rebotó en las cuatro paredes de la habitación.

JEON JUNGKOOK Donde viven las historias. Descúbrelo ahora