URIEL (CAPITULO QUINCE)

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Al ir adentrándose en aquel paraíso violáceo fue sintiéndose extraño, un olor dulzón lo envolvió mientras que el viento jugaba con los pétalos de las flores del lugar. Una cortina hecha de pétalos violetas se expandió por doquier confundiéndolo.  De pronto Uriel no supo dónde estaba ni hacia dónde debía dirigirse, su mente estaba embotada y el cansancio se adueñó de su cuerpo.

En un determinado momento cayó al suelo de rodillas, estaba agitado y le costaba mantenerse despierto. Aquello no estaba nada bien ¿qué ocurría con ese lugar? No podía quedarse dormido en un sitio así pero ¿cómo evitarlo si su cuerpo no  reaccionaba como era debido? Pensó en su gemelo; hacía tiempo que no lo hacía. Se percató lo mucho que lo extrañaba y aquel sentimiento despertó a la añoranza. 

Deseaba tanto volver a verlo, compartir sus alegrías y tristezas. ¿Cómo permitieron que aquello ocurriera? ¿Por qué pudieron ser separados tan fácilmente?
El recuerdo de Luna y su sometimiento le revolvió el estómago incrementándole el deseo de matarla, ella era la culpable de todo. Su maldita oscuridad consiguió arrebatarle a su querido hermano. Pero lo  recuperaría, cueste lo que le cueste.

Con ésta determinación siguió avanzando sin ceder al tentador deseo de sumergirse en un profundo y reconfortante sueño quedándose allí mismo. Caminó tanto que perdió la cuenta, solo sabía que debía moverse sin llegar a detenerse. Así llegó al límite de la pradera amatista donde el viento cambiaba otra vez. Ahora era más calmado y aquel penetrante olor dulzón hubo desaparecido junto a su intenso deseo de detenerse a dormir.

Tenía frente suyo un estrecho camino que poseía a su lado un profundo y oscuro precipicio sin fondo. Las montañas se elevaban hasta el infinito. La vegetación cambiaba tanto de forma como de color allí también. El camino lo conducía hacia arriba, sitio desde donde provenían los gritos de la joven. Solo esperaba que semejante viaje valga la pena y no se trate de una trampa. Aquello recién acababa de ocurrírsele.

Caminando por aquel estrecho sendero perdió el pie y cayó al precipicio pero pudo sujetarse de una de las ramas que sobresalían de las rocas que adornaban aquella montaña.  Con gran esfuerzo colocó sus pies sobre dos rocas salientes, recién respiró aliviado. Elevó la mirada para buscar la forma de escalar. Pensó en los muchos problemas que le estaba trayendo el no poder contar con sus poderes. Con esto en mente emprendió el ascenso sujetándose de cada roca o rama que encontraba en su camino a la cima. Poco tiempo le llevó escalar. Cuando lo hubo logrado se permitió recostarse unos instantes y descansar ya que lo necesitaba.

Se levantó un poco la manga de su túnica para contemplar con amargura el lazo oscuro que poseía en su piel, tan negro como la oscuridad misma. Volvió a cubrírselo con repulsión.  Tenía que sacarse esa porquería de su cuerpo si o si. Tras incorporarse continuo el camino hasta llegar a la cima de aquella montaña donde vio una jaula que permanecía sujeta de una cadena que a  su vez estaba amarrada a un árbol. Bajo de la misma había un lago de fuego hecho de lava, en el interior de la jaula estaba la causante de su momentáneo abandono del camino principal que lo conducía a la ciudad de los licántropos.

Era una muchacha de no más de quince años de edad humana, sus largos cabellos eran de un verde intenso y sus ojos de igual color. Piel blanca lozana, vestía una especie de calza verde oscura con un vestido corto que no llegaba a alcanzar sus rodillas, calzaba unas especie de alpargatas verde también. La muchacha intentaba con desesperación abrir la jaula pero la puerta tenía un candado cuya llave estaba colgada de una rama del árbol al cual se sujetaba la cadena negra, bien lejos de su alcance. Lenta pero continuamente dicha cadena iba alargándose logrando que la jaula se vaya aproximando peligrosamente al lago de lava.

Uriel buscó con la vista a algún posible guardia pero no encontró a nadie. La joven estaba de pie en el interior de la jaula con la más absoluta desesperación reflejada en su rostro. 
Cuando él se acercó a la jaula, ella lo miró espantada por unos  instantes. Pero casi al momento le suplicó ayuda.
- Te sacaré de allí – dijo Uriel – Cálmate
- ¡Apúrate por favor!

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