verdades que duelen

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Capítulo 19

Alex había pasado el peor día de su vida después de haber encontrado a su hija en aquel estado.

No es fácil para un padre ver a un hijo enfermo o peor aún, sentir la angustia constante que su vida corre peligro en manos de una loca desquiciada como lo era su madre: que no le importa en lo más mínimo si su hija vive o muere con tal de tenerlo bajo chantaje.

Acostó a la pequeña con cuidado para que no despertara y luego se hizo a un lado para dejar a Sofía al cuidado de la pequeña para salir a hacer una llamada. Necesitaba saber del paradero de Milagros ya que al llegar a su oficina no la encontró y aún no sabía nada de ella.

—Sofía, si deseas puedes ir a una de las habitaciones a descansar, te ves muy agotada—, insiste nuevamente Alex por última vez.

La pelirroja sonríe cálidamente ante el gesto de su es jefe.

Ella parecía la madre de la niña y no Sarah que no paraba de despreciarla cada vez que podía.

—No hace falta. Además, en cuanto despierte Isha se asustara por estar en una habitación desconocida que no es la suya.

Alex se maldijo mentalmente por haberse mantenido encerrado en sí mismo todo este tiempo después de la muerte de Mileidy y no haberle dedicado más tiempo a su pequeña hija y así estuviera más familiarizada con la casa.

El dolor lo había cegado y había dejado de lado su responsabilidad como padre "que es velar por el bienestar de sus hijas antes que pensar en el"

—Discúlpeme si hice algún comentario que le desagrado—, se disculpa al notar como su rostro se entristeció.

—No pasa nada. Enviaré para que te traigan algo de comer estoy seguro que aún no ha comido nada.

—Eso sí se lo agradeceré, tengo mucha hambre—dice mientras acaricia la cabecita de la pequeña.

—De acuerdo—, dice para salir de la habitación y dar la orden.

Al bajar se encontró la sorpresa de su vida. Julia acababa de entrar en su casa con cara de pocos amigos.

No tenía que ser adivino para saber que venía a reclamarle haberse involucrado con Milagros.

—¿Qué haces aquí? — quiso saber Alex.

Despidió a la empleada con un gesto.

Su suegra inmediatamente se dirigió a la sala de su casa, Alex la siguió. Al llegar expuso lo que a lo que vino.

—Quiero que dejes en paz a mi hija.

—Creo que es una decisión que nos concierne solo a nosotros dos tomarla— le dice sin ni siquiera tomarse la molestia de dar más explicaciones.

—No amas a Milagros, admítelo, lo que sientes es pura obsesión, a quien amas es a Mileidy y no permitiré que la historia se vuelva repetir y mi hija sufra lo mismo o peor de lo que sufrió Mileidy— dice firme.

Estaba harta de estar al margen de la vida de sus hijas; no permitiría que le desgraciara la vida nuevamente como lo había hecho en el pasado.

Cuando se enteró de lo que sufrió su hija callada se sintió miserable y más al saber que se sacrificó así misma para salvarlos de la ruina en las que Albín los había dejado por su ambición desmedida.

En ese momento quiso morir de la impotencia y más al saber que el hombre que debió cuidarla; había hecho todo y hasta lo posible para que su hija cayera en la trampa; al enterarse que Alex les había cerrado todas las puertas.

Soy tú tormento, AlexDonde viven las historias. Descúbrelo ahora