Capítulo 10: Una última vez

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Habían pasado muchos años de mi partida de la isla de Jeju. A pesar de las promesas, Miyeon nunca me escribió cuando se mudó a Japón. Debería haberlo supuesto cuando no prestó demasiado interés en hacerlo, pero supongo que quise creer lo mejor de ella. En aquel momento, con muchos años en los que había reflexionado sobre mis días en casa de los Cho, pude darme cuenta de ciertas cosas, viéndolas desde una perspectiva completamente diferente. Realmente, Miyeon nunca había querido conmigo nada más que algo físico. Había visto aquello como una simple aventura que vivir antes de atarse a la vida de casada. Yo había sido un mero medio para que ella pudiera disfrutar por un rato de alguien que lo habría dado todo por ella. Porque estaba convencida de que, si me hubiera pedido que le bajara la luna del cielo, lo habría hecho sin pensármelo dos veces. Incluso el enfrentarme a su madre por los sentimientos que le tenía. Lo habría dado todo por ella. Lástima que ella no fuera capaz de entenderlo. O puede que sí lo hiciera y fuera ese mi mayor error: enamorarme de una mujer que nunca me quiso.

Toda aquella impotencia la había canalizado, principalmente el primer año, en componer una gran cantidad de melodías, que habían acabado siendo canciones. Aquellas canciones me llevaron a componer una historia con estas como hilo conductor. Aquella obra con música había llegado hasta altas esferas del arte de Japón, donde residía desde hacía un par de años, y le había gustado tanto a algunos productores que habían pedido poder representarla en el escenario. Sin embargo, para no causar un escándalo entre la alta sociedad, me habían pedido que firmara la obra, de cara al público al menos, con un seudónimo masculino. Al principio me había negado en rotundo a aquella oferta, porque consideraban que estaban valorando mi obra, pero no a mí como la creadora. A pesar de que estuve a punto de rechazarla, mejoraron la oferta y las condiciones, como poder tomar decisiones de cara a lo que se iba a producir en el escenario, aunque no de cara a la galería, por lo que tuve que aceptar.

Mientras se iba preparando la obra, seguía dando clases de piano, tanto particulares como en una academia para señoritas de dinero. Ellas habían sido testigos de algunas de mis composiciones y les agradecía el apoyo que había recibido por su parte, ya que habían conseguido que algunos de sus progenitores financiaran la obra, mintiéndoles diciendo que era de mi primo, aunque no lo fueran a conocer nunca porque vivía en Corea.

Aquella era finalmente la noche del estreno, después de asegurarme entre bambalinas que todo iba según lo planeado y estaba todo preparado y deseándole suerte a todo el elenco, salí del teatro por la puerta trasera y volví a entrar como una espectadora más a la función de aquella noche. Nada más entrar al recinto, una de mis alumnas me llamó y me presentó a sus padres, unos de los grandes financiadores de la obra.

- Es un placer conocerles por fin. Sé que han aportado una gran cantidad de dinero a la obra y no se arrepentirán de ello. - les aseguré.

- Eso esperamos, señora Kim.

- Es señorita. - le corregí al hombre.

- Perdone a mi marido, es un poco torpe. Debería haber visto que usted no lleva alianza puesta. - sonreí incómoda ante el comentario de aquella mujer. - Aunque, a su edad, seguro que debe tener más de un pretendiente a la espera. - tragué saliva para no decirle ninguna tontería a aquella mujer que me había puesto demasiado nerviosa.

- No hay ninguno, pero soy feliz haciendo lo que hago y eso me basta. Si me disculpan, debo saludar a otras personas. - y, sin esperar contestación, di media vuelta y me dediqué a hablar con otras personas de la sala.

Era cierto que no había ningún prometido o pareja a la vista. Nunca había vuelto a mantener otra relación desde Jeju, si es que aquello se pudo considerar como tal. Ni siquiera los encuentros casuales me satisfacían, no vayamos a hablar de los hombres. Era cierto que mi padre, siempre desde carta y sin preguntarme cómo iba mi vida, había intentado acordarme algún casamiento, los cuales rechazaba una y otra vez al no contestar a las misivas. Cuando me mudé a Japón, directamente decidí no darle mi nueva dirección, por lo que no había tenido algún contacto con él en algunos años.

No le había mentido al hombre diciéndole que era feliz con la música, pero también era cierto que me hacía falta alguien que me complementara en mi día a día. A veces, tantas horas sola se hacían largas y difíciles de sobrellevar, pero estaba aprendiendo a que lo más probable es que acabara sola por el resto de mi existencia. Estaba aprendiendo a aceptarlo, porque no quedaba otra que hacerlo.

Cuando quedaban menos de cinco minutos para empezar la función, me despedí de las personas con las que estaba hablando y me dirigí hacia el interior de la zona superior del teatro, donde se encontraban las butacas reservadas para los asistentes más importantes. A mí me habían reservado un palco algo discreto, pero con una perfecta visión, como creadora de la obra. No llamaba la atención, lo cual agradecía porque no quería seguir saludando a gente que poco conocía y que me importaba menos. Podía observar, sin embargo, a todos los demás asistentes muy claramente. Distinguí figuras de la familia real del país, lo cual me había sorprendido cuando me habían contado que vendrían, pero no podía hacer otra cosa que estarles agradecida. Se estaban saludando con un hombre que sería unos 15 años mayor que yo. A su lado, una mujer castaña a la que no podía identificar, dado que estaba de espaldas.

No fue hasta que la pareja ocupó sus asientos que vi que se trataba de la mujer que no había salido de mis pensamientos en los últimos años. Estaba igual de hermosa que la recordaba. Se la veía más seria de lo que solía observarla, pero se la notaba en su sitio. Ella siempre había sabido aceptar las cosas que le habían pasado, por mucho que no le gustaran. Había aceptado su destino y se la notaba en el sitio que le correspondía. Sin embargo, una vez más me imaginé qué podría haber pasado si a su lado estuviera yo. Qué habría sido de mí y de nosotras, pero siempre me quedaré con esa duda.

Decidí que lo mejor era mirar hacia otro lado y de disfrutar de mi obra, siendo vista por quien dio vida a la obra. Una mujer en llamas vista por la mujer en llamas.

Una mujer en llamas - MIMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora