Centellas

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Ámbar y Leia, las primeras en surgir del lago y tener una historia de amor de ensueño, pero os preguntaréis qué tenía de especial ese rayo de sol para que naciera Ámbar, pues el sol sale todos los días y su luz navega sobre el lago desde el bonito amanecer hasta que aparece la oscura noche. Es el lago quien decide como y cuando debe traer al mundo una nueva criatura en él, pero no surgen en días aleatorios, pues el lago es sabio y sabe elegir cuando deben nacer. El día que Ámbar surgió de él, fue en un amanecer de un solsticio de verano, el cielo se encontraba impregnado de un color anaranjado intenso, con pinceladas rosadas e incluso moradas, entonces, el sol se alzó a lo alto del cielo y sus rayos, que eran más potentes que nunca, penetraron en el agua del lago con la misma brusquedad que un meteorito y a raíz de ahí nació Ámbar, aflorando entre las tranquilas olas como una rosa de pétalos rojizos, pues era el color de su cabello y su preciosa cola, que además de tener ese mismo tono, cuando el sol se posaba sobre ella, las escamas dejaban ver destellos dorados.

  ―¿Quieres que vayamos un rato a nuestro rincón? ―propuso Leia, que se encontraba junto a Ámbar sentada en la roca―, me apetece que estemos un rato a solas.
  ―Me encantaría. ―respondió Ámbar con una cálida sonrisa, después se dirigieron hacia allí. Su escondite se encontraba en el centro del lago, se accedía a través de unos pequeños túneles subacuáticos que conducían hasta él, era un manantial sobre el cual caían cinco preciosas cataratas y estaba lleno de distintas criaturas, desde hadas del agua que residían allí hasta pequeños hipocampos que jugaban felices utilizando las cataratas como tobogán, además, múltiples arco iris se dibujaban sobre las gotas que caían golpeando las rocas. Les encantaba estar ahí, desde que se conocieron ha sido su sitio especial.
  ―¿Recuerdas cuando nos conocimos? ―preguntó Leia en un tono nostálgico mientras observaba la caída de la catarata más grande.
  ―Claro, ¿cómo iba a olvidarlo? ¡Estabas preciosa bajo la luz de la luna! ―contestó mirándola con dulzura, Leia se ruborizó.

Leia nació en la otra punta del lago en una fuerte tormenta eléctrica que hubo una noche de octubre, pues más de un millón de relámpagos como latigazos surcaban los cielos aquel día, pero uno especialmente grueso y fuerte penetró en el lago haciendo salir a Leia, con un característico y llamativo azul eléctrico sobre su cabellera, pues era evidente que era hija de una centella, además, su cola y ojos eran negros como el cielo nocturno en el que tan potentemente golpeaban los rayos esa noche; todas nacían a la edad aproximada de dieciséis años y crecían a partir de ahí, tanto física como intelectualmente, pues el lago las formaba a su antojo y consideraba que así les sería más fácil adaptarse y aprender a vivir en él. 
La noche en que Leia y Ámbar se conocieron la luna brillaba con una intensidad especial, su luz bañaba completamente el lago que le regalaba un color perlado a las olas, Ámbar, decidió ir a explorar para ver que otras criaturas o paisajes podía encontrar, pues llevaba tres meses allí y aún no había encontrado nada ni a nadie además de peces y algunos animales que se acercaban curiosos, fue entonces cuando se topó con el manantial, sobre el que navegaban miles de luciérnagas que apenas se distinguían de las estrellas, con un cegador brillo verdoso y azulado, también conoció a los hipocampos, pequeñas criaturas de colores rosados, morados y azules resplandecientes; su parte delantera del cuerpo parecía la de un caballo terrestre, pero su parte trasera consistía de preciosas colas con múltiples aletas e igual que las sirenas, podían respirar tanto dentro como fuera del agua. Se convirtieron en sus fieles amigos, tanto de ella como del resto de sirenas y fue mientras jugaba con uno de ellos cuando vio como un tímido rostro asomaba entre dos rocas, del cual solo podía ver la mitad, observándola con unos ojos vergonzosos y negros como el azabache, pero curiosos; se escondió al darse cuenta de que la había visto, así que Ámbar se acercó hasta allí y la vio, una chica de melena lacia y refulgente como un zafiro, que a la luz de la luna parecía casi plateado, con una piel pálida y erizada por el frío de la noche, mirándola con timidez y sin decir una palabra.

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⏰ Última actualización: Jul 24, 2020 ⏰

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